Prólogo

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Amalia nació en Latinoamérica, su padre como soldado de alto rango, fue enviado por una misión al país nativo de Erica, su madre, allí tuvieron un intenso amorío donde ella quedó embarazada, Owen como buen soldado apegado a sus principios de "responsabilidad", le brindó su apoyo.

Un nueve de octubre nació Amalia, siendo una pequeña niña con los ojos más verdes que la misma hierba fresca en pleno verano, una gran decepción para su padre claro, quien solo quería que su primogénito fuera un varón, un hombre hecho y derecho que siga sus pasos.

—Me iré mañana temprano—dijo Owen arreglando su maleta.

—¿Qué?—respondió Erica—¿cómo que te vas? ¿Y Amalia? ¿Y yo?—terminó su última pregunta con la voz ya quebrada.

Él con el semblante serio buscando sus últimas cosas, la miró con desprecio.

—Owen, tenemos una hija, por favor—rogando—Yo te amo.

—Te enviaré dinero, no te preocupes—musitó el hombre—Y sobre la niña... la vendré a ver en cuanto pueda—finalizó.

Habían pasado cinco años, Erica había enfermado gravemente, un cáncer, etapa cuatro, ya no se podía hacer nada, solo esperar.

—¿Mami? Ya no quiero estar con la vecina—exclamó dulcemente la pequeña mientras entraba en la habitación.

—Mi dulce y bella Amalia—dijo Erica sacándose la mascarilla que le permitía respirar con menos dificultad—Mami se tiene que ir a un lugar muy lejos—luchando contra sus lágrimas.

—¿Vas a buscar a papá?—preguntó inocentemente Amalia.

Erica ya con las lágrimas inundando su rostro, sentía un dolor inmenso por dejar a su hija tan sola, tan pequeña y dulce, en este mundo tan cruel. También sentía un coraje inigualable contra Owen, su hija lo necesita, y aún así no se dignaba a aparecer, simplemente es un hijo de puta.

—Sabes que te amo ¿verdad?—preguntó la madre mientras veía como su niña subía a la cama con dificultad.

—Claro mami, siempre me lo dices—respondiendo con obviedad a su pregunta.

Amalia había crecido con todo el amor y cariño que una madre le puede entregar a su hijo, nunca le faltó absolutamente nada.

—Te diré algo Amalia, y escúchame bien, porque ya me tengo que ir—le dijo dulcemente a su niña—Nunca dejes que nadie te quite tu dulzura y tu pureza, si el mundo se cae a pedazos tu siempre, sé mi niña Amalia, la más dulce y tierna niña que robo mi corazón desde que vi sus hermosos ojos por primera vez.

Al terminar la última frase con dificultad, Erica solo abrazo a su niña y le pidió que llamara a su vecina Guadalupe y que se quedara en su casa, hasta que mami ya se fuera.

Amalia así lo hizo.

Unas horas más tarde, Amalia se escabulló hacia su casa y pudo ver como su vecina se despedía de unos señores que traían un traje de color blanco, en ese instante sintió miedo, se dirigió a su casa, con un único pensamiento en su cabeza, buscar a mami.

—¿mami?—dijo en voz alta—Mami, no quiero que te vayas.

En ese instante, entra Guadalupe a la habitación, mirando enternecida la escena, se dirigió hacia Amalia.

—Mi niña, tu mamá se fue, como ella te dijo—le explicó suavemente

—¿No... me quiere? ¿Me dejo... sola?–preguntaba la niña, con un dolor en el pecho que la obligaba a tartamudear.

—No, mi niña, para nada, tu mamá es la mujer que más te amo, pero ella estaba enferma, muy enferma y tuvo que irse, a un lugar donde tú no la puedes acompañar.

—Quiero verla.. no quiero estar sola...—dijo Amalia comenzando a llorar.

Guadalupe rápidamente la abrazó y trató de consolarla.

The girl with green eyes [Druig]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora