[78] Uziel: Fe

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Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su gran misericordia y mediante la resurrección de Jesucristo nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva, para que recibamos una herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera. Esta herencia les está reservada en los cielos a ustedes, que por medio de la fe son protegidos por el poder de Dios, para que alcancen la salvación, lista ya para manifestarse cuando llegue el momento final.

–1Pedro 1:3,4,5–

–Capítulo 78–
Uziel: Fe.

Uziel Mancini.

   Algunos meses atrás solía pensar que la muerte me persigue, y también a mi familia.

   Cuando sucedió aquél lastimoso accidente de mis abuelos, donde perdieron la vida, sentí que una parte de mi corazón se había secado. Con el tiempo, la otra parte también se estaba secando. Me había negado a creer en los milagros y en cualquier otra cosa que estuviera fuera de esta realidad; pero cuando Antonieta empezó a tomar protagonismo en mi vida hizo que de alguna forma yo pudiera acercarme a conocer un poco más de Dios.

   Cuando murió mi mamá no niego que sentía miedo de volver a tener ese mismo desprecio hacia Dios; pero esta vez no fue así. Antonieta supo darnos ánimo, tanto a mí como a mi familia, y fue por eso que pudimos soportar la situación. Ella siempre nos relataba lo hermoso y maravilloso que es Dios, y el plan que tiene con la humanidad. Nos supo decir que hay adversidades en nuestra vida que llegan con un propósito especial, quizás hasta para despertar nuestro espíritu. Mamá lo entendió, y fue por eso que su corazón se mantuvo sensible para recibir a Jesús.

   La noche de la muerte de mi mamá fue muy larga para mí. Hubo un momento donde no salían más lágrimas de mis ojos, ya que me había cansado de llorar; fue en ese momento cuando dejé que muchos pensamientos llenos de recuerdos nostálgicos invadieran mi mente, dando paso a un dolor más fuerte en la herida.

   Aquél día cuando Antonieta aceptó ser mi novia me hizo entender que aún me quedaba una mujer cerca, la cual es ella. Una mujer dulce y especial que me escucha, me hace sonreír, y sobre todo me ama. Tampoco puedo dejar pasar una de las mejores cualidades que puedo apreciar de ella, y es que sirve a Dios con mucho amor en su corazón. Mi novia ciertamente es una adoradora muy especial.

   Mis ojos no dejaban de mirarla desde la distancia. Ella estaba con una de las vendedoras de la tienda, la cual le estaba mostrando los diferentes modelos de zapatos que podía escoger para llevar. Por otro lado, yo me encontraba cerca de la vitrina de los zapatos masculinos, cargando las bolsas de compras en mis manos. El cumpleaños de Antonieta se acercaba, así que su hermana le mandó dinero a la targeta de su papá para que se comprara la ropa que ella quisiera. Por mi parte he estado pensando en qué regalarle, ya que quiero que sea algo especial y que ella pueda recordar siempre.

   Unos leves golpes en mi hombro derecho llamó mi atención, así que cuando pude voltear me encontré con una chica muy sonriente frente a mi.

—Hola, disculpa que te moleste. ¿Crees que estos zapatos me quedarían bien? —preguntó, mostrándome los zapatos deportivos de color blanco que sostenía en sus manos.

—Disculpa, yo no trabajo aquí.

—Lo sé, no tienes el uniforme —dijo con obviedad en sus palabras, sin aún dejar de sonreír —. Simplemente quiero saber tu opinión.

—Bueno pues... No se te verían mal.

—¿Seguro? Ten en cuenta que estoy confiando en ti.

—Estoy seguro.

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