Epílogo

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Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, junto con aquellos que con un corazón limpio invocan al Señor.

–2Timoteo 2:22–

   La juventud está propensa a recibir muchos pecados, y también a producir más maldad. Las generaciones actuales están teniendo peso en las decisiones de la vida, tanto que han exigido derechos y cambios en la sociedad para poder cumplir con sus propósitos de bienestar.

   Gustos y disgustos se han hecho presenciar en las diversas marchas, logrando evidenciar que hay una división en el mundo desde hace muchos años por todos estos tipos de temas actuales.

   Lastimosamente la maldad se irá propagando e incrementando mucho más, ya que algunas personas no darán su brazo a torcer ante las exigencias de otros.

   Una juventud distraída por las modas de estos tiempos se ha estado apreciando. Con un celular en manos pueden acabar con la vida de una persona, sin importar dañarse ellos mismos. Tan grave está la situación que hasta buscan las formas rápidas y contundentes de poder conseguir fama o reconocimiento.

   Ante todo esto también hay que reconocer que aún hay jóvenes que piensan y razonan con claridad sobre las diversas situaciones lamentables que hoy en día están sucediendo. Situaciones que nos quieren arrastrar en grandes masas para hacernos desenfocar de lo realmente nos debería de importar en esta vida: Salvar nuestra alma.

   Aún hay jóvenes que no quieren tener una vida envuelta en las redes sociales.

   Aún hay jóvenes que quieren disfrutar su vida en base a una vida fuera de la pantalla de un celular.

   Aún hay jóvenes que piensan en su familia, y también piensan en ellos. En lo que harán en un futuro, y lo que pueden hacer en el presente.

   Sí, quizás no son una gran cantidad; pero sí una cantidad necesaria que puede ayudar a cambiar las perspectivas liberales de estas sociedades.

   Aplaudiendo a Dios es como los jóvenes que estaban en el servicio juvenil agradecían el privilegio de estar vivos y de poder pedirle perdón por los errores cometidos. Los aplausos permanecieron por dos minutos, y habiendo terminado el momento de adoración llegó el momento de la alabanza. La primera canción a cantar fue: Rey, de Christine D'Clario. Los aplausos continuaron, pero esta vez al ritmo de la canción. Las danzarinas sacaron sus pañuelos y empezaron a danzar con ellos en frente de la multitud de jóvenes. Por micrófonos cantaban a voz clara, logrando que los que no se sabían la letra de la canción pudieran entenderla.

   En un momento de la canción Carla cayó de rodillas, llorando por la necesidad que su corazón sentía de estar lleno de Dios. Su hermano Junior la miró en el suelo y se acercó a ella, para así poder darle un beso en su cabeza y luego volver a tomar postura para seguir cantando y aplaudiendo a Dios.

   Carla necesitaba ese momento a solas con Dios, ese momento donde recordaría el perfecto amor que él tiene hacia ella. A pesar de los errores que haya cometido aún tiene el privilegio de reconciliarse con Dios, y de pedir perdón por haberse apartado de él y de su amor.

   Benjamín miró a Carla llorando en el suelo, y fue inevitable no sentir un nudo en su garganta cuando pudo verla así. Hacía años que Benjamín no caía al suelo para llorarle a Dios. Aquella última vez que lo hizo se sintió tan humillado, pero a la vez exaltado por Dios. Su corazón se había llenado de mucho gozo aquella vez, y aunque él lo negaba, quería sentir ese gozo nuevamente en su corazón.

¡Tú iglesia clama hoy, abre los cielos, con poder, enaltecido, eres Dios, rompe tinieblas, brilla en gloria...! —cantó una de las muchachas sobre el escenario, junto con el público que también coreaba la canción.

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