Capítulo 1

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El marqués Highwood mantuvo su mirada dura como el granito hacia su hijo, que intentaba competir con la de su padre por una expresión más indiferente, consiguiendo más disgusto en él, porque hasta con ese gesto, le estaba demostrando una falta de respeto.

¡Se acabó!

No podía permitir que continuara así, como si no le importara bien poco a la familia y  a las responsabilidades que uno debía ejercer. Bastante permisivo había sido con él. No se había arrepentido en sus acciones, pero echando un vistazo atrás, habría sido más autoritario y no haber dejado que llegara a esos extremos. Contuvo un resoplido que no demostraría por la educación que había recibido y que debía demostrar para dar ejemplo.

¿Por qué todavía sus hijos les seguían dando quebraderos de cabeza?

— ¿No tienes algo que decir?

— No creo que esté cometiendo un crimen por tener sentimientos hacia la dama.

— ¡Basta! — golpeó el escritorio con el puño, no sintió ni el dolor; manteniendo la mirada férrea sobre el díscolo de su hijo que apenas pestañeó —. Es ridículo de que hables de sentimientos cuando lo único que haces es retorcer con la prometida de tu primo, que afortunadamente no lo ha descubierto, sino, te habría mandado a duelo y ahí, hijo, nos hubiera metido un gran aprieto y ensuciado nuestro buen nombre. Date por afortunado y empieces a pensar en otra joven que pudiera estar cualificada para ser una futura marquesa, para ser tu esposa y la madre de tus vástagos. Así que, por una vez, piensa con la cabeza fría y no con los calzones. La hija de los Sinclair no es la adecuada, ni nunca lo será.

Sus palabras hicieron que cayeran como agua fría para el joven que apretó la mandíbula en un gesto de rebeldía.

— ¿Qué otra dama podría ser la adecuada para mí? ¿Una con pájaros en la cabeza, una que se preocupa solamente por cómo viste o es peinada? ¿O por asistir a las últimas fiestas? No quiero una mujer banal, pretenciosa y prejuiciosa.

— Está bien — accedió —. Ilumíname cómo es ella para que entienda que sea objeto digo de tu aprecio y devoción. Ah, espera. Creo que se nos olvida un pequeño detalle: está comprometida. Mujer que se le olvida el compromiso, no es apta para el puesto de marquesa.

— Padre, no estoy bromeando.

— Yo tampoco. Has traspasado unos límites que no voy a tolerar más y agradeces que tu madre no tiene ningún conocimiento de tus libertades con esa mujer.

No fueron sus palabras que lo alertaron, sino por el tono con que las dijo.

— ¿Qué has hecho, padre?

El marqués esbozó una mueca, no muy orgulloso, lo había empujado a tomar decisiones que marcarían más distancias entre ellos. Era por su bien, y debía aprender cuanto antes a ser más responsable con el marquesado y sus obligaciones.

— He mantenido una conversación interesante con el señor Sinclair — ignoró la palidez de su hijo y se sentó —, hemos llegado a la conclusión de que la dama debe estar lejos de aquí, en un descanso espiritual para que reconsidere cuál es su deber y recordar que pronto será la esposa de tu primo.

— ¡No podrías haberlo hecho! Ella me ama, nunca se casará con él.

El hombre mayor se pellizcó el puente de su nariz y bajó las manos, levantándose de nuevo.

— Si de verdad te ama, no se casará.

— No lo hará.

Se acercó al joven que tenía la mirada intensa por la furia de sus sentimientos, enfadado con el mundo y con él.

— Pero si te ama, te esperará — le procedió a explicar que también había preparado sus pertenencias para que hiciera un largo viaje —. Si cuando llegue la ceremonia, cierta dama se niega a casarse; regresarás.

— No me puedes hacer esto. ¡No mandas en mí!

Iba a irse y dar un portazo cuando lo escuchó decir.

— Por desgracia, soy tu padre y vives bajo mi techo, por lo que me obedecerás en todo lo que te ordene salvo que quieras ser un mendigo, sin un penique en los bolsillos. Si es así, ya sabes por dónde está la puerta para irte. Adelante y olvídate de tu familia, de tu herencia, de tu título y apellido — vio su horrorizada expresión —. Por lo que veo no te complace la idea.

Su última mirada que le envío fue como un puñal que aceptó perfectamente Highwood que se sentó en el sillón tras la salida de su hijo. Suspiró y reanudó la tarea que había dejado a medias. Cogió la hoja y revisó los nombres que había en la lista que había pedido que hicieran para él. Algún que otro nombre le sonaba, lo conocía y sabía de la persona que se escondía tras esas letras, pero no estaba muy conforme. Estuvo en toda la noche pensando sobre ello y cuando se decidió por fin, escribió una carta.

Podía confiar que cuando regresara su hijo, este cambiaría de opinión. Podía, pero no era un hombre de dejarlo todo al azar.

Si su hijo no quería esposa, ya se encargaría él mismo de buscársela.

Si no la aceptaba, que Dios se apiadara de la dama elegida.

Porque no soy ella (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora