Otro trozo

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Quería su amor.

Sus caderas se acoplaron a las suyas mientras la furia de sus embestidas no menguó un ápice, ni siquiera se detuvo cuando la sintió alcanzar el clímax arrastrándolo a él, también. Continuó implacable hasta que explotó provocando que ella se estremeciera, volcada en otra oleada de placer. La encerró en sus brazos cuando acabaron sudorosos y extasiados. Afuera seguía tronando, pero a ellos poco les interesó la tormenta, enfrascados en la tregua de sus corazones.

Michael la abrazó con fuerza, temiendo que se pudiera escapar en medio de la noche. No fue así, quedándose con él. Ese gesto hizo que alimentara sus anhelos más profundos.

Porque en la tarde se asustó.
Nunca antes le había ocurrido, ni  con Anne. Sintió un real pavor al imaginarse que sería de él sin su esposa, sin su risa, sin su brillo en los ojos, sin su dulzura y reclamo. Recordar los días posteriores tras su discusión, le hizo saber que ansiaba a Ariadne más allá de sus fuerzas, más allá del deseo físico, de la carne.

No eran ansias.
No lo eran.

- ¿En qué piensas? - le llegó a preguntar Ariadne al verlo despierto y con la mirada perdida.

Su curiosidad innata.
Su preocupación por él.

De nuevo, le atravesó un hierro candente al sentirla, piel contra piel. Pero hizo un gran esfuerzo sobre humano por no abalanzarse sobre ella. No quería ser más demandante por esa noche.

Porque no quería su entrega apasionada.

Quería su corazón.

Se calló; en cambio dijo una respuesta ambigua.

- En mañana; ojalá, les hubiera dado más días libres.

- No podemos ser unos irresponsables. ¿Cómo le sentaría a tu madre si se llegara a enterar sobre nuestro comportamiento de hoy? ¿O mi tía? No puedo creer lo que hemos hecho.

Michael chasqueó la lengua y, distraído, acarició la espalda desnuda de su esposa.

- Mi madre lo entendería, al fin y al cabo somos unos recién casados. Ella pasó por lo mismo con mi padre.

- Me puedo hacer una idea aproximada, aunque no me imaginé que nos pudiera ocurrir esto.

Le alzó el mentón para mirarla mejor; las únicas velas que quedaban encendidas dibujaron sombras en sus facciones, pero no difuminaron la claridad de sus ojos de cierva.

- Define "esto".

Notó que bajo su atenta mirada, Ariadne quiso rehuir pero no pudo. Sus dedos comenzaron a dibujar círculos en su pecho. No supo que estaba conteniendo la respiración hasta que la escuchó responder en un murmullo quedo:

- Nos pudiéramos llevar bien pese a haber tenido ciertas diferencias entre nosotros. Nunca me lo llegué a imaginar.

- Yo tampoco - le confesó y le recorrió tiernamente sus labios con las yemas de sus dedos -. Creí lo peor de ti y me has demostrado lo equivocado que estaba.

No sé si te merezca.

- No importa - dijo ella, encogiéndose de hombros.

- "Sí" importa - remarcó la palabra -. Te hice daño.

Maldijo por ser tan corto en palabra. Claro que le hizo daño, ¿y aún no se creía de la suerte que había tenido? Pero... ¿y si nunca obtendría su amor? Un nudo se instaló en la boca de su estómago. Ante mordida del miedo, se abalanzó sobre su boca y oyó su gemido.

- Quiéreme, Ariadne. Quiéreme una vez más.

Hazme sentir que estoy perdonado.
Hazme sentir que merezca estar a tu lado.

Aunque no la escuchó decir "te amo", intentó amortiguar el miedo con su entrega. Sin embargo, quería que su esposa estuviera enamorada de él.

¡Qué Dios se apiadara de su tormento!

Porque estaba enamorado de Ariadne.

Porque no soy ella (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora