Otro trozo

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Advertencia: no me hago responsable de lo que escribo. Ni del vocabulario empleado que puede ser algo explícito y soez.

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Nos leemos muy pronto!

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Después de recobrar la compostura tras caer rendido, percibió que no estaba solo; la espalda de Ariadne seguía recostada en su pecho y, al parecía ser, estaba muy cómoda ya que no se había alejado de él. Lo cual le alivió en cierta parte; no lo había echado. Pero eso no redujo su anhelo por ella que no había disminuido un ápice. No en esa noche, no cuando deseaba volver a hundirse en su interior, queriendo probar sus límites y deseos.

En cambio, lejos de ceder a sus bajos impulsos, se recostó en su espalda, tensando más la cuerda, que ya estaba tensa, al apretar su trasero respingón contra su anatomía que tenía vida propia y no le importaba otra razón que adentrarse en su calidez sedosa.

Tampoco, sus manos estuvieron quietas. No lo hizo con esa intención, lo podía jurar. Estaba en paz con ella y no quería que esa dichosa calma se quebrara o se estropeara por su egoísmo. Aun así, le gustaba tocar su tersa piel que parecía a la de un bebé.

Las sábanas los tapaban, aunque no del todo; su mano cubrió uno de los senos desnudos. No tenía aún esa pretensión primitiva. No, acarició su pecho turgente con su dedo pulgar, prodigándole  movimientos circulares sin acercarse al pezón que estaba erguido y desatendido.

Lo que le parecía al hombre una caricia relajante, con la sencillez de tocarla, para Ariadne medio adormilada lo sintió hasta el dentro de su ser, apretando los muslos.  No le apartó la mano cuando lo que le estaba haciendo sentir, le gustaba. Incluso, sentía los pechos pesados aún queriendo más de su estimulación porque solo sintió esa caricia que la relajaba y la mareaba. Ignoró al desolado botón de su pecho y fue bajando hasta detenerse en su estómago, donde sus entrañas se licuaron. No pareció que iba a continuar con su avance, quedando la mano en reposo. Ariadne apretó más sus párpados queriendo dormir; pero una cosa era lo que estaba bien, y otra cosa bien distinta, era hacer aprovechar la oportunidad y hacer las cosas bien.

Podía moverse sutilmente, un ligero movimiento que solo lo podía hacer fingiendo que estaba dormida; si hubiera estado despierta, no se habría atrevido. Ni un poquito. El corazón se le aceleró y casi temió que lo escuchara.

Se aproximó más a su espalda y ella notó, con el calor en las mejillas, su verga rozando su feminidad.  La vergüenza se adueñó inexorablemente a ella, haciéndola recordar que le había suplicando a que le hiciera el amor. No con una vez  le había  bastado, que ahora anhelaba más y encima estaba provocándolo, como una desinhibida desvergonzada.

Había perdido por completo el sentido común y la decencia, mas su cuerpo no entendió lo que le paraba,  animándola a continuar. Las sábanas eran muy suaves, pero era otro contacto lo que quería sentir. No la  ayudaron en nada su cercanía; su mano reposada en su estómago; y el aliento que acariciaba y hormigueaba su cuello.

Quizás, debía dormirse.
Quizás, no. Cuando volvió a rozarse contra él, y sintió que los latidos se le paralizaban al oírle gruñir.

- Ariadne - susurró su nombre entre gruñidos.

No hizo falta que le mandara una señal porque él se le adelantó tocándola directamente. Ahogó su jadeo en la almohada porque no fue melindroso en su toque, que profundizó y jugueteó con sus sentidos. La tocó en ese punto que se anidaba todos sus nervios y le provocaban retorcerse y arquearse, queriendo buscar el alivio que le estaba prometiendo con sus dedos; estirándola a más no poder.

- Sí, siéntelo.

Lo podía sentir; dobló los dedos de sus pies al notar que estaba cerca y cuando estuvo a punto de alcanzar la cima, el fue muy diablo cuando se detuvo, haciéndole que retrocediera y gimoteara entre sus brazos.

- Tranquila, shhhh.

Aunque se lo había hecho una vez; no estuvo preparada para otro asalto, con su boca encima. Intentó impedírselo, no se había limpiado, y con los fluidos de ambos, él quería...

Escandaloso.

Pecaminoso.

Ah, Dios. No tuvo el poder de negarse, sino que fue un títere de su boca endiablada que la volvió a empujar hacia ese precipicio que le era ya familiar, sujetándose a él como si fuera lo único con lo que agarrarse, cuando sus caderas se levantaban a su encuentro y él no escatimaba en no darle tregua. No se la dio, agarrando sus nalgas y torturándola hasta que se deshizo, palpitando contra su boca.

No se pudo recuperar cuando una avalancha la azotó, pillándola desprevenida. Su esposo se había adentrado en sus entrañas, con una sola estocada, abriéndola por completo. No hubo conciencia en ella más porque explotó, agarrándolo a él también, que se zambulló hasta deshacerse en su cobijo candente.

A Ariadne no le molestó su peso, ni cuando apoyó su cabeza en sus pechos. Lo encontró dulcemente placentero. No pensó en dicha sensación que la embriagaba porque le gustaba sentirlo, ni sobre lo sucedido, en cómo se había entregado a él, no una sola vez en esa noche. Ya mañana sería otro día, en el que podía lamentarse por sus acciones inconscientes.

Agotada, cayó profundamente en el sopor del sueño, donde no hubo remordimientos, ni miedos, ni reproches.

Porque no soy ella (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora