Un trozo

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Negarse a la verdad, era otra mentira más que la propia persona no estaba preparada para escuchar.

Lo enervaba, lo exasperaba, lo descolocaba cada vez que alguna perla soltaba por esa boquita que quería... Se pasó una mano por la cara e intentó dominar sus emociones que estaban descontroladas, incluso le temblaban las manos. Salió a la terraza, a respirar y a sentir el aire fresco que necesitaba porque parecía que la educación recibida se la había olvidado por el camino. Desde ahí, no pudo ver qué ocurría en el interior del salón. Estaría echando el ramo para que la próxima dama fuera la próxima elegida a casarse. 

Ellos se habían casado.

 El momento más ansiado, el que le aseguraba su posición había llegado. Miró su alianza en su dedo anular junto con el sello de su familia. Respiró hondo y creyó que podía estar feliz, mas había algo que le inquietaba y no se había ido. Verdaderamente, no estaba seguro de sí mismo, ni de lo que hacía o dejaba de hacer. Como si cada paso que daba, este se desdibujaba. Nunca le había pasado hasta ahora. 

Nunca le había pasado hasta que decidió de que fuera su esposa.

Ya lo era.

¿Qué problema había?

Ariadne no le daba una tregua, ni estaba dispuesta a ceder, atacándolo con cada estocada verbal. Esperaba que esa noche, el malestar se le fuera y su necesidad por ella. Iba a regresar al salón para requerir su presencia y terminar con la fiesta; no estaba de humor, precisamente, cuando se percató de que no estaba solo. 

— Señora Dabney — la saludó con el apellido, manteniendo la distancia.

Ya no hubo más "Anne" cuando la visitó por última vez.

— Quería saludarte, Michael, y felicitarte. Al fin te has casado.

La brisa danzó sobre ellos, recordándoles el pasado, pero que este estaba más lejos de ellos.

— Sí, me he casado. 

— No se te ve feliz, pensé que era lo que querías.

— Sabemos perfectamente que esta boda no era la que hubiera elegido hace tres años. A veces, debemos aceptarlo, una obligación más. Si me disculpa, señora Dabney, he de regresar a por mi esposa.

No iba a crear tensiones innecesarias cuando su relación se había terminado. 

— La he conocido — frunció el ceño al creer que la había molestado —. No te preocupes,  ha sido de vista. No me he acercado; ha sido el señor Dabney que le ha dado nuestras respectivas felicitaciones. Es diferente, no sé, no era como me la había imaginado que sería. 

— Sí, es diferente - podía explicarlo, mas no era su interés alargar más el tiempo-. Si me disculpa...

— Michael, por favor.

La miró y negó con la cabeza, dejándole claro que no iba a irse con ella. ¡Estaba en su fiesta! Sería un malnacido si... aunque su esposa no lo quisiera ni en pintura. 

— Vuelve con el señor Dabney. Seguro que la estará buscando.

— No te olvidaré.

Él no prometió lo mismo, no le devolvió las palabras, cerrando la puerta del pasado. 

Porque no soy ella (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora