Capítulo 34

2.2K 323 17
                                    

Lo echaba de menos.

Aunque el médico la había calmado diciéndole que no se había torcido el tobillo, le recomendó que guardara reposo para que la hinchazón bajara y el dolor fuera menguando. Teniendo la excusa perfecta para no bajar, ni verlo, se encerró en su alcoba. Sin embargo, dos días pasaron sin verle, y ya sus pensamientos hicieron de las suyas, recordándole que se había disculpado y ella le pidió que se marchara. Su distanciamiento que no había sido voluntario, sino porque se lo pidió expresamente, no hacía que se sintiera bien consigo misma. 

¿No podía ser que sus palabras fueran sinceras?

 ¿Y su perdón, también? 

Hastiada de estar encerrada porque no iba a estar toda su vida así, decidió bajar. Podía mover el pie y dejarlo en el suelo. Caminó sin que el dolor la asaltara sin previo aviso, o algún calambre. Era de noche cuando salió de la habitación. No estaba muy segura de lo que hacía, con los nervios agarrotando su estómago y si se iba a encontrar a su esposo por el camino, ya la servidumbre se había ido a descansar. El silencio de los pasillos la recibió y notó como un déjà vu la inundaba. Había una posibilidad de equivocarse, había una que se hubiera ido a dormir y sus pasos hacia la biblioteca eran inequívocos. Más siguió con su intuición. Bajó notando más que nunca su respiración y los nervios flotando. Y antes de abrir la puerta, se dijo que no debía molestarle. Además, ¿qué le iba a decir? ¿Aceptaba su perdón? ¿O que no le hubiera hecho caso y haberse quedado con ella? Cabeceó, inundada por mil dudas que hicieron permanecer tras la puerta, pero sin llegar abrirla. ¿Habría supuesto demasiado para llegar allí? ¿Si ahora no la quisiera ver? 

Iba a darse la vuelta, rindiéndose ante lo evidente, era que su esposo seguramente no la quería ver. No tenía nada que ver con ella se lo había pedido antes. Hubiera seguido ese camino, si no fuera porque escuchó un audible quejido y un par de palabrotas malsonantes, evidenciando dos cosas:

Una, el marqués estaba dentro.

Dos, no se encontraba bien.

Cuando empujó la manilla, tuvo que enfocar la mirada porque la estancia estaba en penumbra. Solo el hogar estaba encendido. Cerró la puerta con un nudo. ¿Dónde estaba? ¿Y si se había hecho daño? Su esposo la había auxiliado cuando se cayó y se hizo daño en el tobillo. El nudo no desapareció ni cuando se adentró más hacia el interior. Si hubiera más velas encendidas, podía verlo. Salvo que el hombre la había localizado antes que lo hiciera ella con él. Cuando notó su mano agarrarla como cazador con su presa, soltó un gritito. No la soltó, sino que tiró de ella, hasta acabar en su regazo. Confundida, pestañeó e intentó quitarse encima de él. 

— Shhhhh. No grite.

Frunció el ceño cuando no hizo el ademán de volverla atrapar de nuevo, lo miró. Estaba enfrente del hogar, sentado con una rodilla doblada y media botella de whisky vacía. Subió una ceja, se cruzó de brazos. 

— Ha estado bebiendo — no pudo evitar que su sonara seca.

— Un acierto para la marquesa  que se ha dignado a bajar hacia los infiernos— su voz no era pastosa, ni arrastraba las palabras —. ¿ Desea unirse?

— No, y usted debería dejar de beber.

— No pensó en lo mismo cuando se lo dije en la boda. 

Eso no era justo, porque no se acordaba nada de aquello. Trató de apartarle el vaso pero él se lo puso lejos para que no lo alcanzara.

— ¿Qué hace aquí? Porque tenía entendido que no quería verme.

— Yo.... — se mordió el labio; no había sido buena idea, pensó mientras notó la mirada del hombre escudriñándola —. No podía dormir.

Vaya excusa más pobre.

— Se me olvidaba que mi esposa tenía problemas de sueño — cabeceó y se rellenó el vaso con torpeza —. ¿Cómo sigue su pie?

Era una pregunta cortés, y también, para distraerla. Supo por Phillipa que él no había dejado de preguntar por ella y sobre su recuperación. 

— Deme esa copa.

— No — y se la bebió con la atenta mirada de la joven —. Ve, no puede conmigo. 

¡Como no iba a poder! Se movió y le arrebató la copa con una sonrisa de victoria. Apartó el vaso lo más lejos de él.

— Sabe que puedo beber a morro.

— Inténtalo y le quito la botella, también. Debería estar durmiendo y no estar aquí, en el suelo, y bebiendo.

Chasqueó la lengua y apartó la mirada de ella para deslizarla hacia el fuego.

— ¿Preocupada por mí? No la creo — iba a replicarle cuando lo oyó continuar: —. Tampoco podía dormir. La bebida era la mejor solución para no pensar en su odio. 

Se quedó desencajada con su confesión.

— No le odio — musitó apenas, pero él la escuchó.

Soltó una carcajada desprovista de cualquier sentimiento. 

— Quizás, he llegado el estado de embriaguez donde me estoy imaginando cosas como que está aquí y me está diciendo que no me odia. 

Para su sorpresa, ella tomó la iniciativa y le cogió el rostro para que la mirara.

— Estoy aquí.

Sintió el corazón acelerarse y apartó la mano; la mirada masculina se intensificó y ella la sintió como una lamida por su espalda. No se alejaron, manteniéndose cerca. Hasta podía notar el ligero olor a whisky, aturdiéndola.

— No lo está, me pidió que me marchara y así hice — era como si estuviera resentido por ello —. Estoy seguro de que si estuviera aquí, conmigo, no me dejaría hacerle esto. 

Hasta le dio tiempo para que se echara para atrás, pero no lo hizo, yéndose a su encuentro, a su boca. Lo había echado de menos, se sujetó a su nuca, gimiendo en sus labios. No escatimó con ella, atrayéndola a su regazo, apretándola contra su cuerpo. Otras llamas que no fueron las propias del hogar los envolvieron con fervor, consumiéndolos a su paso. 

Porque no soy ella (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora