Otro trozo

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El peso que tenía instalado en el pecho no desapareció en los siguientes días. Aunque su relación con su esposa continuaba siendo idílica como si no hubieran estado antes enfrentados, aún le faltaba saber si era correspondido, y realmente perdonado por sus faltas hacia ella. Esa incertidumbre lo mantenía en mayor parte del día preso de sus propias inquietudes que cada vez más tienen dominio sobre él. Hasta se ponía a veces nervioso por querer impresionarla cuando estaban en momento de intimidad. Sin embargo, se quedaba callado, preguntándose qué podía hacer para alcanzar el corazón de su dama. Nunca se consideró un hombre romántico o de letras; estaba acostumbrado a la acción y creyó que, de alguna forma, se lo estaba expresando con su cuerpo. Sin embargo, no vio ningún avance o un cambio que le hiciera entender de que le correspondía. Bien cierto era que se entregaba a cada ataque suyo con la pasión innata que tenía en su interior, porque su esposa era apasionada, amorosa y dulce. Aunque no lo supiera, lo desarmaba. No solamente con su entrega. Era atenta, amable, sensata y juiciosa. 

Incluso, en compañía del administrador y con el jaleo de alguna documentación pendiente, no pudo sacársela de la cabeza. El hombre no tenía culpa de querer hacer su trabajo; él también, debía ocuparse de las responsabilidades que llevaba en su espalda. Aun así, aunque lo intentó, siguió pensando en ella. 

Se había convertido en un adicto de su persona; pero no podía estar en plan abordándola cada vez que quisiera. Debía ser paciente y responsable. No podía descuidar el marquesado por sus impulsos. Aunque no eran impulsos lo que le motivaban a querer verla.  No obstante, el peso seguiría ahí dándole el incordio que debía intentarlo y declararle su amor, aún teniendo la posibilidad de ser rechazado. Tomó la decisión de no postergarlo más y declararse. En algún momento, tendría que ser valiente. 

¿En qué momento se había convertido en un cobarde de sí mismo?

Sabía la respuesta, aunque no lo quiso reconocer desde un principio. Hace años, en una noche aciaga en la que discutió con su padre, él se lo había dicho. No, literalmente. Pero según su experiencia y sabiduría, el antiguo marqués supo que Anne no era para su hijo, aunque estuvo una temporada ciego por ello. 

Por la rabia, el rencor y el despecho. 

Esperaba no haber llegado demasiado tarde. 

Porque no soy ella (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora