Capítulo 2

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La marquesa Highwood había invitado amablemente a su amiga, lady Martha Penhouse, y a la sobrina de esta, la señorita Ariadne Stinger, a pasar la noche ya que la charla se había alargado bastante y las había pillado la noche asomándose. Habría sido inaudito dejar que dos mujeres recorrieran el trayecto a casa con los peligros de la noche acechando, cuando uno podía creer que, de repente, salieran asaltantes de caminos o monstruos que con su único propósito fueran a asustar a dos pobres damas que habían cometido el error de quedarse más tarde. Un desliz imperdonable sin imaginar que los propios monstruos también acechaban en las sombras o en los sueños esperando atacar. Pero, tranquilidad, eso pasaría en la más absoluta fantasía. Aunque había algunos, o más bien, una damita que no podía dormir sin que el sueño la alcanzara. No era su culpa. No lo era. Cierto era que lo había intentado, pero... ¿cómo podía conseguir dormir teniendo la escena de los dos amantes en su mente? Nadie la podía culpar, ¿verdad? Ni siquiera el pastor de Devonshire debía saber que uno de sus feligreses estaba cometiendo un atroz pecado y ella estaba pensando sobre ello.

Ari se irguió en medio de la penumbra de la estancia, no había ruido más que el de sus respiraciones; Susan dormía con la pierna suelta, ajena a la inquietud que estaba atizando a su amiga, porque no entendía lo que le estaba pasando y el por qué la tristeza no la dejaba en paz. La envidió mucho.

Aunque, no había ocurrido algo extraordinario en la cena, ni apenas había intercambiado una palabra con el furtivo pecador, refugiándose al silencio (su escudo) mientras los adultos habían llevado la batuta de la conversación, no se le fue de la cabeza ese encuentro íntimo. El haberlo tenido enfrente de ella, no ayudó mucho, ni Susan que clavaba miradas reprochables a su hermano, que le resbaló cada una de ellas. Normal, era el mayor, ¿qué le iba a importar la opinión de su hermana pequeña?

Sacó las piernas de las sábanas y notó el frescor del aire, poniéndole la piel de gallina. Cogió la bata que la había prestado Susan. Quizás, si cogiera un libro, la ayudaría a que su mente no se fuera por otros derroteros. La ayudaría a no pensar en ello, y así, pudiera dormir. La noche posiblemente fuera más larga antes de marcharse a la mañana siguiente.

No hizo ruido, no hizo falta porque iba con los pies descalzos pese al helor del suelo que invitaba a adentrarse nuevamente en la cama y no salir de ella. Pero tendría el mismo problema. Así que continuó con las velas encendidas de los pasillos. No tenía mala memoria y recordó bien el camino que la dirigía hacia la biblioteca. Menos mal, porque se podría haber perdido en ese mausoleo de casa. Justo cuando estaba bajando las escaleras, se quedó paralizada como si el helor hubiera tocado a su corazón y estaba congelada. No fue por esa razón, sino porque el joven Highwood salió impetuoso de la biblioteca y cerró la puerta como si la fuera a echar abajo, que sintió que las paredes habían temblado. Jadeó cuando este fue hacia su dirección, hacia las escaleras, con la mandíbula apretada y la mirada tormentosa. Nunca lo había visto así, ni siquiera con la compañía de Sinclair, aunque fuera este el motivo que lo hubiera empujado ese estado fiero. No se fijó en ella cuando comenzó a subir claro estaba si no lo había hecho tampoco en la cena. Se le quebró un poquito el corazón, no lo suficiente para darse cuenta de que si no echaba a un lado podía chocarse con ella y tirarla. No era un buen plan si no quería chocar con él. El calor se le subió a las mejillas y, antes de ser consciente, lo soltó.

— Ten más cuidado, por favor.

Como si las palabras lo hubieran abofeteado, se giró hacia ella, y la atormentada y furiosa mirada chocó con la suya. ¿No era buen plan esconderse?

— ¿Quién es usted para decirme que tenga más cuidado?

Pestañeó, sorprendida y confusa. Se echó una mirada y se sonrojó aún más, claro, no iba decente. Tampoco había reparado en su persona antes, ni siquiera cuando visitó a Susan, ni las anteriores visitas. Nunca se fijó en ella. Se dio cuenta de que se había quedado callada, haciéndole entender que se había topado con una pared.

— ¿Y si se puede saber qué hace deambulando por aquí cuando la servidumbre ya está acostada?

¿La había confundido con una sirvienta? Su tono no era amble; no lo estaba siendo.

— No quise molestarle, milord.

— Ya — bajó un escalón y no se escapó de su mirada que no redujo su intensidad, incluso emanaba de su cuerpo tensión. Ojalá, hubiera tenido la lucidez de no haber captado su atención, ojalá hubiera tenido la lucidez de haber escapado antes —, ¿acaso la ha mandado mi padre para que me espiara?

— ¿Perdón?

¿Espiarle? Las mejillas le ardieron al acordarse de lo ocurrido en la tarde, provocando que él no se lo tomara muy bien.

— No me tome por idiota, y hable — incluso la cogió de la muñeca, siendo su mano un grillete que le quemaba la piel —. ¿Ha sido usted que le ha ido con el chisme? Porque si es así, no va a tener momento o lugar para escaparse de mi enfado.

¿Quién se había creído? Abrió la boca, indignada.

— No lo he espiado, ni me ha mandado su padre a hacerlo.

— Miente — intentó soltarse —, lo veo en su mirada.

¿Cómo podía hacerlo si nunca se había fijado en ella?

— ¡Suélteme!

Repentinamente, se quedó quieta cuando lo notó acercársele, rompiendo el límite de la decencia. Su nariz le estaba rozando su mejilla y el sudor la recorrió por su espalda.

— Estará contenta porque ha conseguido lo que quería.

— ¿De qué me habla?

— Lo sabe muy bien.

¡Estaba con un demente!

— ¡No quiero nada!

Ni a él lo quería.

— Espero que mi padre le haya pagado bien por su cometido.

No lo evitó y cuando la pudo soltar, le dio una bofetada que sonó en medio del silencio. Horrorizada, vio como la señal de su mano se había quedado grabada en su piel. No hizo nada por volverse, ni por devolverle el golpe.

— Lo... Lo siento.

Antes de que la furia se tornara en tormenta, giró sobre sus pies y se marchó arriba corriendo. Casi se tropezó, mas eso  no la detuvo.

  No la siguió, lo que le dio tregua, pero no paz. Ni siquiera cuando se encerró en el cuarto, con la respiración agitada. Se metió a la cama apresuradamente y se echó las sábanas por encima de su cabeza. Susan no despertó; dormía como un lirón.

Gracias a Dios.

¿Qué había hecho?

Dios, iba a morirse de la vergüenza.

¿Cómo iba a poder mirarle a la cara al día siguiente?

¿Acaso importaba si la había confundido con una sirvienta, o alguien, peor? Tembló a más no poder y cerró los ojos con fuerza, aun así, no consiguió tranquilizarse, sintiendo los sentimientos a flor de piel y el corazón acelerado. Lágrimas salieron de sus ojos inevitablemente. Se dio cuenta que,  siendo amor o no amor, aquello dolía.

Afortunadamente, a la mañana siguiente no se lo encontró porque se fue.

Le dieron la noticia que el futuro marqués Highwood se había ido y no se sabía cuándo regresaría, quedándose ese mal momento relegado a un rincón, en un secreto que nadie sabría. Ni siquiera él lo recordaría.

Si nunca había reparado en su presencia.

Se había marchado. 

Porque no soy ella (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora