Capítulo 39

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La esperanza estuvo siempre viva.

- Señora, tenéis visita.

El corazón de la aludida no pudo evitar brincar con la esperanza de que él fuera la dicha visita. Dejó el bordado y se arregló la falda, alisando las invisibles arrugas de la tela. No le había avisado sobre su llegada. Lo más posible era para decirle que había tomado una decisión respecto a su matrimonio.

- Decidle que pase.

Su marido estaba fuera y no iba a regresar hasta la noche, lo que le daba tiempo de margen y disfrutar de la visita que no tardó en aparecer.

- Milord, ¿cómo que...? - su pregunta murió al verlo que no iba solo.

Su esposa lo acompañaba. Enmudeció en el acto y no supo qué decir. Estaba la pareja perfecta enfrente de sus narices y creyó que era una broma de mal gusto. Encima, cuando fue testigo de su camaradería, más de un susurro que les hizo acercarse. Intentó que su malestar no se reflejara en su rostro. Estaba presenciando su peor pesadilla, esta se había materializado.

- Lamentamos mucho no haberle avisado de nuestra visita repentina. Pero mi esposa quería hablar con usted, señora Dabney.

Asintió secamente mientras quien fue su "amor", se fue de allí, dejando las mujeres a solas en la salita.

- Le diría que se sentara y pedir un té de mientras, pero me imagino que esto será breve.

- Supone bien, señora Dabney - la aludida apretó las mandíbulas porque a lo contrario que ella, la marquesa se veía entera.

Indiferente a su persona.

Parecía que había ganado como cuán reina que había merecido estar en su trono; el malestar se le intensificó.

- No quiero entretenerla tampoco - añadió Ariadne; no la evaluó con la mirada, sino que la miró enfrentándola -. Quería expresar mi disgusto y el de mi esposo cuando la vimos en la cerca hace unas semanas, queriendo tener un supuesto encuentro con él. Espero que entienda que estoy al tanto de lo que ocurrió y confío plenamente en Michael.

¡Qué tuviera el atrevimiento de llamarlo por su nombre le dijo que no podía hacer nada!

- Entonces, ¿por qué ha venido, milady? - dijo queriendo ganar un poco de terreno perdido -. Si tanto confía en él...

- Porque entiendo que lo siga amando - su compasión fue peor que el haber sentido una bofetada.

- ¡No lo amo! Puede marcharse milady, los mortales no llegamos a la altura de la realeza y tenemos que sobrevivir.

Ariadne cabeceó.

- No pretendo que esto sea una guerra. Tiene un matrimonio por delante y no quiero que mi marido tenga un enfrentamiento con su primo.

- ¿Cómo se atreve? ¿Sabe cómo me siento? - le saltó airada -. ¿Sabe si quiero mi esposo? Váyase por donde ha venido, no necesito clases de moralidad y menos procediendo de usted. ¿Quiere que sepa que he perdido? No hace falta que me lo restriegue; me he enterado. Les deseo toda la felicidad del mundo.

Herida, le dio la espalda mientras Ariadne intentó no sentir pena por aquella mujer que había ocupado antes un lugar en la vida de Michael.

- No cargue la culpa a otros y sea feliz, señora Dabney. De mi parte, no le guardo ningún rencor.

Lágrimas silenciosas recorrieron por el rostro de la señora casada cuando escuchó que a su espalda se cerraba la puerta, indicándole que se había ido. Abatida, se dejó caer al suelo. ¡Dios! ¡Cuánto los odiaba! ¡Cuánto les deseaba lo peor! Sin embargo, allí, en el suelo no encontró alivio en sus palabras, sino más desdicha. Una desdicha que no sabía si tenía fin.

***

Al salir de la casa de Dabney, soltó un suspiro. Antes de haber puesto un pie en el vestíbulo, no se imaginó cómo iba a ser el encuentro con ella. Se había estado debatiendo hasta el último segundo si finalmente rehusar a visitarla o no, aunque había sido su idea. Finalmente la había visitado, no esperó sentir pena. Había dicho la verdad, la comprendía. Seguía amando a su marido. Amar a alguien era complicado y más cuando no había podido desligarse completamente a ese recuerdo, a ese tiempo que fue feliz.

Michael se giró hacia ella cuando la escuchó acercarse al carruaje que los estaba esperando.

- ¿Y bien?

Asintió con una sonrisa que le dio entender que de su parte había terminado.

- Entonces, ¿podemos marcharnos?

- Sí - echó un vistazo hacia atrás -. No sé lo que será de ella o de su matrimonio, pero tengo la esperanza de que pueda ser feliz.

- Tienes mucha bondad, Ari.

Apartó la mirada de la casa para posarla en él, en su esposo.

- He aprendido a tener mucha paciencia.

Michael le correspondió a la sonrisa y cubrió sus hombros con un brazo, acercándola a su pecho.

- La has tenido conmigo.

- Ajá - palmeándole con cariño su torso -. Puedo decir que no ha sido poca. ¿Podemos caminar antes de tomar el carruaje? Me gustaría pasear a tu lado.

- Como desee mi esposa.

No le extrañó su petición, ni le preguntó el porqué de ello, aunque pronto lo sabría, ilusionada por contárselo.

Michael fue hasta al cochero y le ordenó que fuera hacia más adelante, que habían decidido caminar un poco. Regresó a su lado y recibió un beso en la mejilla que le hizo sentirse grande y lo más importante... amado. La miró curioso.

- Gracias.

Sus dedos se entrelazaron.

- Yo soy el que te las tengo que dar cada día de mi vida por estar conmigo - se inclinó hacia ella para besarla-. Por quererme y amarme.


Porque no soy ella (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora