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Cohibida, pero extrañamente feliz se encontró cuando despertó. No sorprendida, tampoco. Por hallarse aún en el piso de la biblioteca con la mullida alfombra haciendo cosquillas a su piel sensible, apenas abrigada si no fuera por los rescoldos del hogar y... el cuerpo de su marido que aún la abrazaba, transmitiéndole el calor como si este fuera el mismo fuego de anoche. Las mejillas le ardieron también, mas no se arrepintió por ello, aunque unos nervios anudaban su estómago y la estampa le hiciera parecer una mujer desvergonzada.Una sonrisa se dibujó tímidamente en sus labios. No quiso levantarse y poner fin aquello.
Sobre "aquello" que aún no podía darle nombre.
Bien cierto era que no se arrepentía, pero por otra parte, dudaba si tenía el valor suficiente para ver la reacción del marqués. Si este se arrepentía o la resaca que posiblemente pudiera tener haría que olvidara la noche vivida, y, antes de que se pudiera despertar y enfrentarlo, se movió y buscó con la mirada la camisola que algún momento había volado hacia otra parte. Al moverse y erguirse sobre la alfombra, ese sencillo movimiento, de alguna manera, lo alertó de su despertar. Este aturrullado por el sueño y por el confort que había sentido, le costó despegar los párpados y mirar.
No había dudas de lo que habían vivido en la madrugada.
Ariadne se percató que su esposo no estaba durmiendo como creyó cuando notó que un mechón de sus cabellos desperdigados por su espalda lo cogió entre sus dedos masculinos, siendo acariciado por estos. Su ligero tirón, suave y sutil, le hizo darse cuenta de que su "huida" había quedado abortada. Se atrevió a mirarlo, aún tímida por el despertar compartido. El verlo adormilado y con un aire juguetón envolviéndole provocó que su corazón se desbocara y latiera como un caballo desenfrenado.
— Buenos días — su voz grave fue una caricia más para sus sentidos.
Todavía tenía el mechón cogido por sus dedos; deslizó su mirada clara de sus dedos hacia su cara. Sus miradas impactaron.
— Buenos... días, milord.
No sabía qué decirle o qué hacer. De repente, se había quedado en blanco y con ganas de huir para no tentar a la suerte y parecerle patética. Michael tampoco le puso las cosas fáciles ya que la imitó y se sentó, teniéndolo muy cerca. Intentó agarrarse a un terreno no "peligroso".
— ¿No le duele la cabeza?
Por unos segundos, la confusión dominó la expresión de su marido; sin embargo, unos segundos después, enarcó una ceja.
— ¿Me tendría que doler?
Ella le señaló con un dedo la botella que había rodado por el suelo, de la cual se la había quitado cuando lo visitó. El hombre chasqueó la lengua, no muy orgulloso de ello. Un jadeo se le escapó cuando la atrajo y la abrazó sin decirle el motivo, sintió su frente en su hombro.
— No me duele; y agradezco a Dios de no perder la memoria.
El rubor se le acentuó más.
— Entonces... ¿lo recuerda?
No le respondió de inmediato, sino que le cogió de su mentón suavemente y la giró para que lo mirara; se le subió el corazón a la garganta.
— Como no recordarlo — sus palabras lentas por algún vestigio de sueño... o de lo vivido la fueron calentando, más su caricia de sus dedos que resiguieron sus labios —. Me hizo esclavo de su pasión.
— ¡Exagerado! — apartó el rostro encendido —. No hice tal cosa.
Él tuvo la decencia de no echar más leña del árbol caído.
— Lo que diga mi esposa.
No cayó en su provocación.
— Tendríamos que levantarnos — una vocecita la regañó por estropear el momento; pero aún no sabía cómo gestionar "aquello" y que estuviera amoroso, sin que hubiera olvidado ningún detalle sobre lo que pasó entre ellos —. Algún sirviente puede entrar y vernos en estas condiciones peculiares.
— Está bien, dame unos minutos.
Tuvo que hacer el esfuerzo para no mirarle, ni mirar las vistas que tan estupendamente dejaba su cuerpo desnudo, aunque para su esposo no tenía ningún problema de desnudez.
— Puede mirar y disfrutar de las vistas.
— No, gracias — y ella, de mientras, buscó su camisola.
— Remilgada.
Hizo caso omiso a su pulla.
Había que decir y, siendo sincera, que echó un vistazo de vez en cuando cuando no había peligro de ser pillada con las manos en la masa. Aliviada encontró su prenda y se la puso velozmente, la tela provocó que echara de menos otro tacto... más suave, firme y cálido.
Deja de pensar en ello.
— Ha sido muy rápida — él no parecía muy contento con ello —. Podía haberme dejado que la viera un poco más.
— Ya me ha visto desnuda — dijo sin saber si estaban coqueteando o no.
Michael, en vez de echarse para atrás ante la obviedad que había dicho, se acercó, cortándole la respiración y aleteando más si cabe su tonto corazón.
— Nunca es suficiente respecto a mi esposa.
— Calla, no lo dice en serio.
No puso resistencia cuando notó sus brazos rodearla y atraerla nuevamente a su cuerpo. A ella le encantaba que hiciera eso, le encantaba tenerlo cerca y que su calidez la envolviese como un manto. Cuando la apretó, soltó un "oh" inevitablemente sin esperar otra reacción por parte de él, de su masculinidad.
— Sí, "oh" — no estaba avergonzado por ello —. Ve, aún no tengo bastante de usted. Pero no se preocupe, me comportaré esta vez.
No sabía si sentirse aliviada o... decepcionada.
— Solo me preocupa si no se arrepiente — su caricia en la mejilla, la "despertó".
Dejó que unos segundos se deslizaran entre ellos, manteniéndolo a la espera de su respuesta, torturándolo un poquito.
— No me arrepiento.
Era verdad; no se arrepentía.
Y eso le daba mucho miedo.
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Porque no soy ella (BORRADOR)
Fiksi SejarahSin sinopsis por ahora. Un borrador sin mucha importancia.