Capítulo 20

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Al mal tiempo, buena cara. 

Buen tiempo, ¿mala cara?

Después de darse el baño que fue más reconfortante de lo que podía reconocer, a punto de quedarse más tiempo en la bañera hasta sentir la piel arrugada como una pasa, se sentó enfrente del tocador. El remedio milagroso funcionó, entendiendo la fama que tenía y la insistencia que se lo tomara (esperó que no hubiera una segunda vez). El verse en el espejo no la ayudó en absoluto. Su animó decayó al subsuelo, o lo que hubiera más allá del suelo.

No se consideraba vanidosa, ni una preciosura como otras damas que, seguramente  al despertarse, gozaba de una belleza natural envidiable; en cambio ella,  parecía haber salido de un cuento de terror para niños. Aunque Phillipa la ayudó en adecentarla y arreglarle el pelo en un moño prieto que le daba un aspecto más serio y formal, no se le pudo quitar la imagen de sus ojeras, de su palidez y de sus ojos enrojecidos. Imagen que justo había visto su esposo en esa mañana que para ella lo guardaba en un cajón. Cerrado y con la llave escondida.

— No se martirice, milady. Nadie sabe de su indisposición — dijo malinterpretando su expresión adusta.

Bueno, tenía que contradecirla. Lo sabían la cocinera, la señora, Perkins; su marido y ella, sobre todo, su marido que bien se había regocijado cuando la había visto con el evidente malestar por la resaca, a causa de sus nervios por la boda. Claro que se había divertido a su costa, con su aspecto de espantapájaros. Apretó los puños, porque sentía que le había dado permiso a una parte de ella que no quería que viese. 

¡Qué gracioso le había parecido el haberla visto así! 

Ojalá le pudiera devolverle el pago con la misma moneda. Pero no se la devolvió, y tuvo que mentalizarse que iba a pasar los próximos días con su única compañía. Todavía no había determinado si era una tortura, un lamento o un horror, tres adjetivos que simbolizaban lo mismo. Así que intentó enmascarar su expresión y poner una de sus mejores sonrisas que no la hiciera ser débil enfrente de su persona. No iba a darle más armas para lanzarlas en su contra. Un tropiezo lo podía tener cualquier. 

¿Dos? 

Se iba a asegurar que no habría otra. 

La tarde transcurrió rápida con las preparación de las cosas para el viaje a Devonshire; organizar sus baúles con sus pertenencias, vestidos, sombreros, alhajas y libros (su tesoro más apreciado). Era más iba a aprovechar durante el viaje para leer e ignorar a su adorable esposo. Así, no le daba tema de conversación, indicándole que estaba enfrascada en la lectura y no estaba por la labor de responderle. Esperaba que la indirecta la pillara. Así que tomó el libro como si eso fuera posible de espantarlo. 

Lo que no estaba preparada era que quedaría a solas con él, yendo su doncella en otro carruaje que se aprovechó el espacio para llevar también los regalos de la boda que aún no habían abierto. 

Cuando Highwood le dedicó una sonrisa, ella escondió su rostro con el libro, librándolo de mirarla. Parecía ser que pilló la indirecta porque no le habló, ni cuando se detuvieron en una posada ya que era tarde y tenían hambre, hecho que no se lo dijo. Era cuando se dio cuenta de que podía pedir perfectamente una habitación para los dos ya que la noche de bodas no hubo y era cuestión que se la reclamara, más tarde o temprano. Podía ser que ser que se la había pasado por alto ya que... no era el lugar propicio, ¿verdad? 

***

No se movió desde que les dieron la habitación y entraron en ella. A diferencia de la otra habitación, esta estaba en mejores condiciones y era evidente que la comodidad presidía la estancia. 

Porque no soy ella (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora