Capítulo 13

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La tortuga adelantó a la liebre.

En algún momento se había dormido y un ruido la había hecho despertarse. Un ruido que no había logrado identificar en el instante. Quizás, fuera..., su corazón brincó ante esa posibilidad y se puso en pie con la esperanza de verlo cuando  solo la luz de la luna iluminaba la habitación.

Se había despertado por nada y cayó en la cama un poco desilusionada. Iba a cerrar los ojos por el mismo cansancio que la había adormecido antes cuando lo oyó, era la respiración de alguien que no era la suya. Asustada, miró hacia atrás donde antes no había mirado, en una silla, estaba una silueta. Iba a gritar cuando esa silueta se abalanzó hacia ella, tapándole la boca y tumbándola en la cama. Se retorció queriendo escapar de su agarre. Pataleaba a más no poder, pero el cuerpo que tenía encima era más sólido y más fuerte. Era un cuerpo del cual luchaba y tenía miedo que le hiciera algo peor. Si tan solo pudiera llamar alguien...

- Quiere dejar de moverse - esa voz le gruñó al oído, si no fuera porque estaba empeñada en quitárselo de encima, habría estado atenta y habría descubierto que la verdad... Había sido descubierta, localizó sus partes nobles e hincó la rodilla para darle con toda la intención del mundo -.¡Maldición!

No se preocupó por él, ni por sus partes nobles. Estaba a punto de salir victoriosa, cuando el muy bandido tenía todavía resistencia para aguantar el dolor y agarrarla por el talle de su vestido, tirándola de nuevo a la cama y con él. No se dejó amedrentar y luchar como una fiera.

- ¡BASTA DE UNA VEZ!

El grito resonó con tan fuerza que tembló las paredes, reverberando dentro de ella y haciéndola temblar, también.

Seguramente, Phillipa lo habría escuchado y estaría pidiendo ayuda, salvo que esta fuera silenciada al igual que ella.

Trató una vez más en apartarse, pero le fue imposible, ya los brazos no los sentía, ni las piernas. Dios, ¿iba a morir? Se odió por ser débil. Muy débil. ¿Si fingía desmayarse? Peor era no intentarlo. Esperó un segundo, dos y tres... Para no hacer más fuerza y caer inerte sobre el colchón. Al parecía ser que funcionó porque el hombre dejó de apretar su cuerpo y alejarse, dándole cierto respiro.

- Señorita Stinger.

¡NOOOOOOO!

Fue entonces que descubrió que había sido pillada, quiso llorar en su fuero interno y maldecirlo en los idiomas que conocía. ¿Qué habría pasado con Elwes? ¿Lo había descubierto?, ¿lo habría herido? ¡¿Qué podía hacer?!

- ¿Me habré sobrepasado? - podía notar un deje de preocupación en su voz, ¡no tengas compasión hacia él! - Señorita Stinger, despierte.

Fue cuando la zarandeó suavemente para que se despertara.

- Señorita Stinger - no obtuvo resultado porque ella se concentró en su papel, pensando en cómo escaparse e irse lejos de allí, y saber si Elwes estaba a salvo -. Si no fuera porque no hubieras firmado con tu nombre - la firma, le había delatado su firma, ¿Cómo pudo ser tan imbécil? -, no habría sabido que estaría aquí.

No lo oyó más o, eso creyó. Lo sintió cerca, pesadamente cerca, y le costaba mantener la calma en su interior. Lo quería golpear. ¡Por qué esa forma de retenerla no era manera de tratar a una dama! Vale, que la hubiera pillado, pero él no era precisamente el reflejo del honor.

- Ariadne - se mantuvo en sus trece, ¿si lo golpeaba de nuevo? -, quiere hacer el favor de despertar.

Contuvo el aliento cuando notó su cabeza apretando su pecho, cerró con fuerza los ojos y quiso pedir ayuda al cielo, a Dios, para que no escuchara sus latidos frenéticos. ¡Pero era imposible porque... Estaba ahí, escuchando su corazón! No era solamente eso, aunque el corsé aprisionaba sus senos, notaba su cabeza encima! Era inusual.

¡Era descarado! Ningún hombre se le había acercado de esa manera, tan... tan íntima. Pero tenía que ser el que lo hiciera. Creyó verdaderamente que se iba a desmayar, lo iba a jurar cuando notó que, ¡por fin!, alejaba su cabeza de sus senos. Iba a gimotear cuando se dio cuenta de ello y se reprimió. ¡Se fuera y no intentara más despertarla!

Sus suplicantes plegarias cayeron en saco roto porque debía saber que aquel hombre era un demonio en persona y, más de una vez, se lo había demostrado.

- Me sorprende - ¿ella era quien lo sorprendía? -, ¿por qué no deja de actuar como una niña? - le oyó chasquear la lengua -. Deja de fingir que está desmayada.

La había pillado, pensó mortificada.

- Le doy tres segundos: uno...

¿Qué podía hacer?

- Dos...

Podía gritar; no le estaba tapando la boca.

- Tres. Bien, no me ha dejado otra opción.

Espera, ¿qué iba a hacer?

Fue cuando verdaderamente habría querido estar inconsciente.

Porque no soy ella (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora