Capítulo 19

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Había que apechugar con las consecuencias, pero Dios que lo librara de la primera resaca.

Estaba segura de que le había pasado por un encima un carruaje y no se había enterado. ¿Cómo podía ser que le pesara tanto la cabeza que sentía martillazos? Murmuró cosas ininteligibles que podías ser perfectamente maldiciones. ¿Y si había cogido una grave enfermedad? La luz entró a raudales y apartó el rostro.

 — Perdonad, milady. Creíamos que estaba despierta. Milord, la está esperando para desayunar.

— ¿Desayunar? — se sujetó la cabeza cuando hizo el gran esfuerzo de sentarse —. ¿Ahora?

— Si, milady — Ariadne miró a Phillipa con confusión y le pidió agua.

— No me encuentro muy bien — no era una excusa.

— Por eso, milord, había pedido que se tomara esto — el olor que le hizo llegar a las fosas nasales le hizo fruncir su naricilla y dolor agudizó —. Es para la resaca.

— ¿Resaca? — así que el malestar que tenía se debía a la "resaca", gimoteó para a sus adentros —. Dime que no hice nada vergonzoso —le tendió la mano para que le entregara esa cosa que le había pedido que le hicieran. 

— ¿Vergonzoso, milady? No creo que hiciera alguna acción que la llenara de vergüenza. 

Ni siquiera se acordaba si había pasado algo en la noche de bodas. Miró con mala cara la cama, no parecía indicar de que hubieran intimado. Ni siquiera la había desvestido, llevando todavía el camisón y la bata, ahora arrugadas porque había dormido con dichas prendas. ¿Qué había hecho? ¿Se había dormido así sin más? ¿O...? Las preguntas se ensañaron con ella al tener una pizarra negra en su mente. 

— Haz el favor de bebérselo, milady. Le hará sentir mejor. Es uno de los famosos remedios de la señora Perkins. 

Dudaba que aquello pudiera ser milagroso. 

Olía mal y tenía un aspecto... espantoso. Era verdoso y había burbujas. No creía que pudiera estar bueno, ¿y si se lo había enviado para envenenarla? No sería el primer marido que se deshiciera de su esposa de forma discreta. No quería tomárselo, pero era eso o sufrir los martillazos durante el día, hecho que no iba a poder soportar más. ¿Qué le compensaba mejor?

— También, ha mandado un baño. 

— ¿Ah, sí? ¿Algo más que no me he enterado? — odiaba no recordar las cosas, odiaba sentirse débil. 

Miró con recelo el brebajo antes acercárselo a la boca. No podía bebérselo.

— ¿Aún no se lo ha tomado?

Menos mal que tenía el vaso de barro sujeto porque casi lo estuvo a punto de tirar sobre la alfombra, aunque si ese hubiera sido el destino en vez de acabar en su estómago, lo habría agradecido. Le envío una mirada al susodicho mientras los criados fueron llegando para llenarle la bañera de agua caliente.

— Quiero hablar con mi esposa. A solas, por favor.

¿Por favor? ¿Tan amable era de buena mañana? 

Lo que le había faltado para rematar el día, tener que enfrentarse a su marido, con una resaca de mil demonios, sintiéndose enferma y encima, no tendría buen aspecto.

Porque no soy ella (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora