Capítulo 11 (breve)

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No des la felicidad de muchos años por el riesgo de una hora.

¿Qué era la felicidad si no se luchaba por ella? ¿Qué más valía, la pena por intentarlo o resignarse por no hacerlo?

Un día más, y se acercaba al infortunio que se iba a ser su vida  si nadie impedía que la boda se realizara. Mantuvo la barbilla en alto mientras le hacía las pruebas del vestido. ¿Cuántas veces había deseado que llegara ese momento sin verse empañado por la profunda tristeza que escondía en el pecho? ¿Nadie iba a alzar una mano hacia ella y rescatarla? 

— ¡Oh, estás preciosa! — exclamó su tía Martha, atrayéndola al presente —. Cuando te vea tu prometido, no le quedará ninguna  duda que ha elegido una maravillosa y preciosa esposa, aunque por supuesto ya lo eres.

Se mordió la lengua para no ser mordaz. Si su prometido se hubiera dignado al verla un día. ¡Un día! Sería más benevolente. No fue así, manteniendo su palabra desde la última vez que se vieron. Susan se percató de su semblante parco de palabras e intentó quitarle hierro al asunto, fracasando ella también sin darse cuenta.

— Tiene razón, tu tía. Estás preciosa. 

Su futura suegra que también estaba en el vestidor de la modista, lo corroboró.

— Estarás reluciente y espléndida en tu boda, querida. ¡Cuánto deseo que ya te vea!

Para ella, eran palabras huecas y vacías. Quería gritar, quitarse el vestido que le estaba comenzando a picar porque aquello no estaba bien. Su matrimonio era un error de muchos acumulados. El hecho que le dijeran que estaba preciosa cuando era el fin, el propósito, que necesitaba el marqués para no perder sus derechos, le provocaba arcadas. Si al menos, hubiera sido diferente. Si al menos, él hubiera intentado limar las asperezas que se habían creado entre ellos, quizás, habría sido diferente.

Sin embargo, estaba a punto de casarse y él no se había dignado a aparecer. Por no decir, de los rumores que recorrían Londres. Era plenamente consciente que ella nunca había sido su primera opción, que hasta le había dado la oportunidad de buscar a otra, condenándola a ella también. 

— ¿Cuándo viene? — preguntó a bocajarro —. La boda es dentro de una semana.

Las tres damas se pusieron nerviosas y no supieron qué contestar, mirándose entre ellas. La modista fue cauta y prudente en no decir nada. Era un oído más, ¿qué le importaba si supiera que aún no había visto a  su prometido? ¿No era así muchos matrimonios de conveniencia? ¿Por qué ser tan prudente con ese tema cuando era un hecho habitual? Afortunadamente, acabó pronto la tortura de la prueba del vestido para que le respondieran.

— El vestido lo tendrá mañana, señorita. No habrá que hacer muchos arreglos.

— Gracias — tenía que ser educada, se estaba esforzando por hacer mejor su trabajo.

¡Al igual que ella! Siempre una sonrisa en la cara, aunque esta le tensaba las mejillas y no la sentía realmente. 

— Michael ha avisado que intentará llegar mañana.

Cerró los ojos para recibir mejor el golpe. Ella no había recibido dicha respuesta. Había sido un auténtico fantasma. 

— Pero que no está seguro porque los caminos están poco transitables.

¡Era mentira! 

Pero no iba a iniciar una discusión con su futura "suegra". Además, era su madre, siempre iba a proteger a su polluelo. Si para ello tenía que levantar la alfombra para guardar el polvo que dejara, lo haría. 

¡Cómo no! 

Bajó de la tarima y les pidió que salieran para vestirse; no rechistó ninguna y su doncella pudo ayudarla a vestirse. No lloró, siguió manteniendo la barbilla firme aunque una lágrima acabó derramándose por su mejilla. ¡Era tan desdichada! Ni siquiera podía gritar hasta desollarse viva.

— Señorita.

Su doncella le habló tan bajito que apenas la oyó.

— Dime, Phillipa — intentó que más lágrimas no se derramase.

— Me ha llegado esta carta para usted.

Sorprendida, la miró y cogió la carta que le estaba tendiendo de forma misteriosa. Sabía perfectamente que no era una carta de su prometido. Nunca había recibido ninguna por parte de él. Solo había uno que sí lo hacía desde que el momento que empezaron a conocerse. No de una manera profunda que se podía decir tras conversaciones en un baile, de tomar el té  en una salita o  de pasear por Hyde Park. No, lo suyo, había sido discreto y sutil. Tras notas musicales que le había enseñado a tocar.

  Había esperado que... se mantuviera al margen, o realmente, no. Su corazón brincó cuando reconoció su letra.

Era él.

Explicar ahora cómo había ocurrido, sería perder el tiempo. Simplemente ocurrió. Y sí, había alguien que parecía importarle su persona, sus sentimientos y su corazón. Cerró los ojos con fuerza, y aun así, no podía ignorarlo.

Era su vía de escape. 

Una oportunidad a la verdadera felicidad, lejos de las rígidas normas, lejos del protocolo y etiquetas, lejos de un prometido que nunca la había deseado ya que había sido una opción de su padre; no de él. 

Lejos para amar y ser amada.

— ¿Qué va a hacer, señorita?

Miró a su doncella que había sido un apoyo más en todo ese infierno. 

¿Qué iba a hacer? Y miró la carta que le había escrito.

Si Michael se hubiera dignado en visitarla, en verla y preocuparse por ella; habría dudado. Pero como no lo había hecho; no le había dejado otra opción.

— Esta noche nos iremos, Phillipa. 

Porque no soy ella (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora