Capítulo 33 (breve)

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Reconocer el haberse equivocado era dejar el orgullo a un lado

Había perdido el tiempo en buscarla en su alcoba, creyendo que había ido en un primer momento allí y el no haber preguntado antes le hizo perder minutos que su esposa ganó al alejarse de él. 

No tuvo que preguntar porque justo al acercarse hacia la ventana, pudo ver una figura yendo hacia la colina sin dirigirse hacia las caballerizas. Una figura muy familiar. No ordenó nada, porque él se encargó de buscarla y traerla, aunque tuviera que recorrer el mismo infierno. 

Se había equivocado en su proceder, en cómo le había reprochado su antigua  y ahora  inexistente relación con el que fue su profesor. ¿Pero qué podía alegar cuando se había sentido furioso e impotente?  Porque él no quiso ese cuadro, nunca quiso tener un obsequio de Anne. Por él, hubiera quemado el cuadro en cuanto lo vio; había generado una brecha enorme entre ellos y que no había hecho más que agrandarse por sus celos. 

Fue hacia las caballerizas y cogió un caballo sin que le prepararan la montura, bastante tiempo había perdido y fue a buscarla. Gracias a Dios que no llovió entorpeciendo su búsqueda, ni quería que ella enfermara bajo un aguacero, aunque la imagen del cielo no era muy apaciguadora para descartar lo contrario. Espoleó el caballo junto cuando la atisbó, Ariadne no paró en su caminar ni cuando oyó tronar los cascos del caballo detrás de ella. La llamó, pero lo ignoró con deliberación. Apretó la mandíbula hasta hacerse daño.

— ¡Quiere parar!

Pero no paró, se bajó del animal sintiendo la sangre correr espesamente por sus venas. No lo vio, ni tampoco su esposa, que justo se cayó cuando una rama se interpuso en su caminata. No escuchó su latido en ese instante y fue hacia ella. No evitó agacharse cuando ella se giró con la cara contraída por el dolor.

— ¡Déjame! No quiero verlo — pero él tampoco hizo el favor de alejarse, y más cuando ella intentó de levantarse, y debido a la caída o a que se había hecho daño el tobillo, se dejó caer.

— No me iré, aunque quiera que lo haga  — fue hasta el tobillo y le quitó el zapato. 

Su mujer intentó apartar sus garras de ella, pero su intento hizo que le doliera más. 

— No le haré daño.

— ¿Más del que me ha hecho? No se lo permitiré.

— Ya sé que no me lo permitirás — masculló entre dientes —. Pero esto no es por mí, sino por ti.

La tuteó, pero no le importó si le hizo o no poca gracia. Maldijo para  sus adentros, ya que no podía estar seguro sí se había torcido el tobillo. Con cuidado, sus dedos exploraron el pequeño pie, por encima de la media.

— ¡Duele! 

Notó que estaba hinchado y dejó de tocar, estaba claro que le estaba doliendo. 

— Aunque no quieras, vendrás conmigo — ignorando su mirada de odio entre lágrimas que anegaban sus ojos, se acercó a ella y la levantó entre sus brazos, menos mal que, quiso colaborar —. No sabemos si solo te has lastimado el tobillo o te lo has torcido.

Ella no respondió, entregándose al llanto silencioso. Por su parte, tampoco, dijo nada. Bastante la había pifiado y no quería que se lastimara más por su culpa.

La ayudó a subirla en el caballo mientras él hizo lo propio, sujetándola con fuerza para que no se cayera. No supo si el hecho de que no le hablara, ni lo insultara era buena señal. No intentó averiguarlo; debía llegar cuanto antes a casa y llamar a un médico. Espoleó al caballo, de vuelta a casa. Ojalá, en ese camino fuera diferente y la razón de ser con el cual se dirigían, también.

Nada más pisar la casa, fue mandando órdenes a diestro y siniestro. La servidumbre enmudeció al ver la escena que se iba desarrollando, pero se recuperó de la impresión y fue diligente en acatar las órdenes. La marquesa necesitaba atención médica y no era para estar mirando sin hacer nada. Además, a Highwood se le notaba preocupación en sus facciones. No era para mover el avispero. 

La llevó hasta su alcoba, donde la depositó en la cama con el mismo tiento que había tenido antes. No le había insultado durante el trayecto, verdaderamente su silencio fue como una bofetada. Prefería que lo increpara o le dijera algo antes que enfrentarse a su fría indiferencia. Respiró hondo, y antes de que llegara el médico, tembloroso se acercó. Ariadne le dio la espalda, con la intención de que no quería verlo. Ni antes, ni después. 

— Perdóname, por favor — no le estaba siendo fácil en decirlo y sentir que le ardía el pecho —. No quise decir esas palabras en contra de ti, ni recordar el pasado que te unió con el señor Elwes. He de reconocer que no me he portado bien, y eso no me exime de ninguna culpa. Por otra parte, te vuelvo a reiterar que no supe nada de ese cuadro y que será devuelto. 

— Márchese.

Michael lo aceptó.

Sabía perfectamente que lo ocurrido le había afectado e iba a tener difícil en ganarse su confianza.

Era mejor dejarle espacio y tiempo, aunque no estaba seguro de querer ser paciente. Se fue no sin antes de llamar a la doncella de su esposa. No quería que estuviera sola. 

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Lo he escrito conforme la marcha. Si hay un erro, luego lo corrijo 🙏🙏🙏

Porque no soy ella (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora