Capítulo 4

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Tenía que replantearle a su tía Martha de regresar antes a su hogar. No era porque le habían dicho que se estaban aprovechando de su hospitalidad cuando era evidente que necesitaban su compañía en esos días de soledad y tristeza que asolaban por cada rincón de la casa. Ari no tenía, tampoco, el corazón frío para negarse. Sin embargo, era otra noche que pasaba allí y le costaba conciliar el sueño. El viento aullaba con fuerza y la lluvia parecía que no había amainado. No era que tuviera miedo de las tormentas, pero era cierto que no era una música angelical que le provocaba calma. Oyó a los lejos un trueno que relampagueó en medio del cielo como si este estuviera furioso con los habitantes de la tierra. Contuvo un escalofrío, titubeando en si dormir (intentarlo) o hacerse un vaso de leche (no iba a hacer que se levantara un criado). Además, cuando estaba en su casa y no se podía dormir, se encargaba ella misma de hacerlo. 

Su tía Martha contaba con poca servidumbre porque ellas eran dos las que habitaban y no era plan de derrochar con un gran servicio. Además, el dinero no era que abundara en sus bolsillos cuando había gastado una gran parte considerable en su primera temporada que no había sido tan prometedor como su tía imaginó. 

Cabeceó quitándose la desilusión que le había traído la primera temporada. No creía que la siguiente fuera a mejor si en la primera había fracasado. No era de esas jovencitas que tenían las esperanzas renovadas para la próxima y tuviera más suerte. Era la que creía que cuando no se había tenido un buen inicio, acababa mal. ¿Qué diferencia podía haber de un año a otro si seguían habiendo los mismos caballeros y ella no había cambiado en cuanto a carácter y físico? Si cierto caballero no le había gustado, ¿cómo podía pretender que lo hiciera en otro momento? 

Sí, un vaso de leche era una buena opción que comerse la cabeza con pensamientos que ya había creído que estaban bien enterrados. Intentó que los sonidos de fuera no la asustaran, ni imaginarse que podía salir un monstruo de las sombras mientras iba por el pasillo del servicio, que estaba en esas horas vacío como se había imaginado, reforzando su idea de no haber hecho despertarles por un simple capricho que calentarle leche. Bajó hacia las cocinas que estaban limpias y no había un trasto mal colocado, ni un plato sucio. Estaban como la patena. Tendría que tener el cuidado de dejarlo todo como estaba.

Fue hacia la chimenea donde había rescoldos y los removió para que se calentara. Hacía un frío que podía sentir el helor penetrando en su piel. Se refugió más en su chal y miró absorta cómo las llamas tímidas empezaban a resurgir, calentándola. ¿Qué tenía el fuego que podía ser atrayente? Si no fuera porque se sabía que se iba quemar, habría acercado la mano. Se giró para ponerse con la tarea que tenía pendiente cuando de repente la puerta se abrió, asustándola y llevarse una mano a los labios al ver una figura oscura adentrarse. No supo si fue un intruso que cogió sin pensárselo un atizador y alejarse cuando esa figura fue acercarse a la chimenea mientras fue dejando unas huellas húmedas en el suelo de piedra. No lo podía ver porque el sombrero empapado le tapaba la cara.

Aún el corazón le bombeaba a paso tronador y tuvo miedo. Real.

— ¿Quién es usted? ¿Qué hace aquí?

Podía ser que alguien se había perdido y había dicho de buscar refugio. ¿Debía ser menos asustadiza y darle algo de comer? Su tía lo haría. La figura intimidante no contestó y alzó sus manos desnudas hacia el fuego. Pudo ver que eran manos que no tenían callosidades por el trabajo duro, aunque se las veía fuertes. Tragó con nerviosismo y agarró con fuerza el atizador. 

— Yo, de usted, lo bajaba. 

Nerviosa, negó con la cabeza, aunque no pudo ver su gesto porque no había apartado la mirada del fuego. Un momento, su voz se le hizo sumamente familiar... bajó el atizador y frunció el ceño. Se le escapó un jadeo cuando el hombre se quitó el sombrero dejando sus mechones mojados taparle medio rostro. Aun así, nunca se había olvidado de su perfil. Podía  no haberlo reconocido, llevaba barba y su piel era más tostada que la blanca piel de su hermana. 

— ¿Le ha comido la lengua el gato? — no dijo ni "mu", muy calladita. Estaba sorprendida y atónita—. ¿No hay nadie más levantado?

Se acordó de Susan, de la marquesa...

— ¡Deben saber que ha vuelto! —  dejó el atizador e iba a girarse para dar el aviso de su llegada cuando lo escuchó decir con firmeza...

— ¡No! No quiero que les avise — se apoyó en la pared de la chimenea, su mirada perdiéndose en las llamas. 

— Es su familia, milord. 

No la escuchó, o la ignoró por completo. Es cuando se fijó que estaba exhausto. 

— Lo habían echado de menos — una risa sarcástica inundó el ambiente y ella se encogió porque no era una risa alegre —. Estaban preocupados por usted. 

El futuro marqués apenas pestañeó con esa información, sino que apretó la mandíbula que parecía que se la iba a partir.

— ¿Por qué no sube y se cambia? Se va a enfermar. 

Parecía que no le molestaban las ropas mojadas porque se cruzó de brazos y se dignó, por fin, a mirarla cuando su mirada no era para nada cálida. Era fría como el helor que rondaba en la cocina.

— ¿Acaso también se preocupa por mí? — chasqueó la lengua y Ari no supo qué responder —. Se toma muchas libertades que no le corresponden, señorita. 

— No fue mi intención — musitó apenas, había sentido como si la hubiera regañado—. Buenas noches, milord.

No iba a obligarle a que él cambiara de opinión. Sabía perfectamente cuando no era bienvenida, cuando librar sus propias batallas. Aquella no era la suya. 

— Espere — detuvo sus pasos, oyéndose su propia respiración, pero no hizo el ademán de volverse cuando se lo mandó —. Gírese.

¿Ahora le mandaba? ¡Era el colmo!

Salvo que... 

¿Podía ser que la siguiera confundiendo con una sirvienta? ¿Se había acordado de ella? No pensó en ello, ni que él pudiera acordarse de la bofetada. No, por favor. Había tenido la esperanza de que aquello era un recuerdo, simplemente un recuerdo que no valía la pena recordar. 

Fue cuando un sudor frío recorrió por su espalda cuando giró lentamente y se quedó sin aliento cuando lo vio a su lado. Se había acercado sigiloso como un gato y lo tenía a un palmo de su cara, mirándola con los ojos medios entrecerrados.

Debía permanecer en silencio, quedarse callada y no dar un pie en falso. Pero abrió sus labios, de repente, resecos, para decir algo cuando notó su mirada siguiendo el movimiento, paralizándola y su corazón bombeara como años atrás, como no lo había hecho desde que se fue aquella mañana.

— ¿Qu- qué quiere decirme? — no evitó que su voz temblara.

Debió haberse callado y más cuando el hombre esbozó una sonrisa que torció su boca. 

¡Se había acordado de ella! Abrió los ojos como platos.

— Me preguntaba si me daría otra bofetada...

¿Por qué le iba a dar otra?,  se preguntó recelosa y retrocedió un paso sintiendo que aquello se le estaba escapando de las manos.

— Le pedí per... perdón. 

— No fue suficiente.

¿Debía postrarse de rodillas? ¡¿Quién se había creído?!

 Pero no pudo indignarse porque él no se lo permitió cuando su cuerpo frío y mojado se pegó al suyo, provocándole que se helara y gritara, grito que él ahogó con sus labios. 








Porque no soy ella (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora