¡Qué viene el lobo!, no apareció.
¡Qué viene el lobo!, no apareció.
Hasta que un día vino.
La verdad sea dicha la había sorprendido que no cumpliera con su "amenaza", ni fuera tras ella como imaginó qué podía hacer después de que le cerrara la puerta delante de sus narices. Una ofensa tan cristalina como el agua.
¿O podía ser que malinterpretó sus palabras?
Podía ser una posibilidad, una posibilidad que la mantuvo en alerta toda la noche, para su incordio y molestia. Enfadada consigo misma porque había caído en la trampa, y por ello, había estado despierta. Esperándolo. Así que al día siguiente, decidió que procuraría en ser un angelito y dedicarse a otras tareas que le dieran paz y ocupación, como la jardinería, y evitar posibles encuentros "desagradables". Por esa razón, desayunó temprano y fue hacia el invernadero.
La anterior marquesa había hecho construir un invernadero que había acabado siendo su predilección, su ojito derecho, después de sus hijos, claro estaba. Pero sus plantas, sus rosales eran sus otros "hijos", con quienes hablaba y les daba piropos para que estas estuvieran más bellas. Tenía a su propio jardinero, el señor Harris, que no se sorprendió al verla aparecer con una cesta y utensilios porque antes había acompañado a su suegra en dicha actividad. Solo esperaba ser tan habilidosa como ella.
— Buenos días, señor Harris.
— Buenos días, milady — la saludó sacándose el sombrero de paja —. La veo muy activa esta mañana.
— No había que perder ningún día; ¿cómo están los rosales de mi suegra? Hace un año que nos las he visto.
— Venga conmigo, se los enseñaré. He sido muy cuidadoso con ellas durante vuestra ausencia. Si le interesan, han llegado otras que necesitan trasplantarlas.
— ¿Puedo? No pretendo ser una molestia.
— Francamente, señorita... milady, perdón — se corrigió con una disculpa—. Aunque se lo impidiera, buscaría la manera de sortear mi petición. ¿Ha traído sus guantes?
— Los llevo — dijo con orgullo —. Enséñame, por favor, los nuevos habitantes.
Le estuvo explicando las nuevas rosas que aún estaban hechas un capullo y, con mimo y cuidado, podían florecer con toda su belleza y esplendor, pero que necesitaba un espacio más amplio para crecer. El señor Harris la dejó y, antes de irse, le preguntó.
— Milord, ¿sabe que está aquí?
Estuvo concentrada en cortar los tallos secos.
— No, ¿pero importa?
Harris no supo qué contestar y se preguntó si se ganaría un rapapolvo porque la marquesa se llenara las manos de tierra. No hubo oposición por parte del anterior marqués con su esposa, no sabía si su hijo era quisquilloso o no.
— No creo que le interesa dónde esté — masculló teniendo como prueba la noche anterior —. No se preocupe, sir Harris. Le diré que me he adueñado de los rosales de su madre.
— Está bien. Iré fuera a recortar los arbustos de la entrada. Si necesita ayuda, no dude en avisarme. Aunque sé que se basta sola.
— ¡Gracias!
Asintió y se entretuvo con las bellas flores, incluso no le importó sentarse sobre el suelo losado mientras intentó adecentarlas y preparar la tierra que iba a ser su hogar. El olor era embriagador y vio desde su posición cómo las otras habían crecido y eran espectaculares ante la vista de cualquier espectador, interesado o no en las rosas.
El silencio reinaba y era justo lo que había necesitado tras los días de locura que había llevado desde que el marqués había irrumpido en su vida. Hacía calor; menos mal, se había puesto ropas cómodas como una blusa amplia sin la constricción del corsé (una cosa impensable que no se podía hacer si no quería estropear la figura), una tontería; una falda marrón y un delantal que la cubría para evitar ensuciarse mucho. Tampoco, quería escandalizar a la servidumbre llena de tierra.
Fue plantando una por una con mimo.
— Ojalá nadie se atreviera en arrancaros. Me encargaré de que no lo hagan. Vais a ser preciosas como delicadas damas cuando florezcáis como vuestras hermanas.
Se acordó de que su suegra puso nombres para ellas.
— ¿Qué nombres puedo poneros? — pensativa, se tocó la barbilla con el dedo —. ¿Aurora? ¿Azucena? ¿Mathilde? ¿Jasmine?
No era muy buena para los nombres, pensó con una mueca. Cuando tuviera a sus propios hijos, ¿daría con el ideal? Sus mejillas se sonrojaron como las amapolas.
— No sé si preocuparme — pegó un grito cuando lo escuchó y lo vio, apoyado en la mesa de hierro forjado con una losa de mármol para depositar macetas o cosas — si verla encerrada aquí o poner nombres a... las flores.
A unos pasos de ella, estaba... su esposo.
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Porque no soy ella (BORRADOR)
Fiksi SejarahSin sinopsis por ahora. Un borrador sin mucha importancia.