Un trozo

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Para quién apostaba, era primordial saber si tenía posibilidades de ganar... o de perder.

La felicidad con la que trajo ese nuevo despertar no pasó desapercibida para el personal del marquesado. De alguna manera u otra, inexplicablemente, ya la tensión que se percibía en el aire se había rebajado, aunque aún no estaba del todo dicho. Los marqueses eran una recién pareja casada que aún estaba empezando dar sus frutos y era demasiado precipitado aventurar que la paz había llegado a sus vidas, muchísimo más era decir que el amor les había tocado a su puerta.

 No obstante, agradecían que sus señores no estuvieran tensos e incómodos. Bien era sabido sus diferencias antes de haber tomado los esponsales respectivamente; los antecedentes hablaban con sobrada elocuencia. No era de extrañar que, para ellos, aún estuvieran recelosos sobre  cualquier avance pudiera haber en el matrimonio. Por otra parte, ellos se encargaban de serviles y callaban; no estaban para ser testigos si la pareja era feliz o no. 

Uno de los implicados no estaba pensando en el que dirán sobre su comportamiento, ni muchísimo si había sido indecoroso de su parte buscar a su marido en plena noche para acabar en sus brazos.

Ariadne se mordió el carrillo ante el calor que le invadió el rostro al recordarlo y también el despertar en la biblioteca; había sido ella la que tomó la iniciativa y aún no sabía cómo asimilarlo, aunque le había comunicado a su esposo que no se había arrepentido. 

Era verdad. Entonces... ¿dónde la dejaba a ella? ¿en qué lugar de su corazón?

Aún no tenía los cimientos sólidos para construir una casa que pudiera decir que era suya. Sintió que se le paralizaba el corazón al sentir el primitivo instinto de posesión sobre él. Confundida, dejó que las dudas la asaltaran. ¿Quién no le iba a avisar que lo que había compartido con el hombre que le alteraba la sangre  era una mera ilusión, que se podía estropear con la aparición de la otra? ¿Quién le aseguraba si Michael estaba sintiendo afecto por ella, y no era una manera cruel de enamorarla para vengarse? Aún podía recordar que la acusó tiempo atrás de ser cómplice de la argucia de su padre. Pero había pasado tanto tiempo de ese desagradable episodio que podía ser que los rencores del pasado estuvieran ya enterrados.

¿Era demasiado tarde para comenzar de nuevo? 

Quiso confiar en que no lo era. 

Había llegado a la conclusión que no quería más guerras entre ellos. Podía olvidar el detalle del cuadro si él le demostraba que podía confiar en su persona. Podía pensar... que había un futuro para los dos.

¿Por qué no intentarlo?, se mordió el carrillo al pensarlo. No sería el primer matrimonio que había comenzado mal y quería enderezarlo. 

— Milady — la voz de su doncella la atrajo a la realidad —, su baño está listo. 

— Gracias, puedes marcharte.

Se introdujo en las aguas cálidas sintiendo que poco a poco la iban calmando y relajándola. Aun así, tal tranquilidad no alcanzó a su corazón, demasiado inquieto para que un baño placentero lo relajara. Apoyó la nuca en el borde de la bañera mientras que dejó que sus pensamientos divagaran sin encontrar la ansiada respuesta. No fue consciente que algún momento se quedó dormida, o medio dormida, porque una sensación familiar la despertó y dio un respingo cuando lo notó detrás de ella. Ya sus entrañas se retorcieron de anticipación mientras intentó guardar un poco la compostura.

— Tranquila — como si adivinara su muda pregunta —, déjame que te asista en el baño. 

No fue como ella imaginó que la iba a asistir, aunque no lo rechazó. Suspiró cuando notó su boca acariciar dulcemente el lateral de su cuello, limpiando las gotitas que habían quedado perladas en la piel, tensando en el nudo de su estómago. No se había afeitado, percibiendo su contacto cierto áspero y hormigueante. Ladeó la cabeza y buscó su mirada, dejándola sin aliento porque era intensa y ardía. Aun así, necesitaba...

— ¿Qué me estás haciendo? — quería poner un poco de cordura, sintiendo que poco a poco le dejaba a él todo el control sin saber que lo tenía perdido. 

Michael no respondió de inmediato, cobijando uno de sus mechones detrás de su oreja.

— Lo mismo yo puedo preguntarte a ti. 

Cabeceó, aturdida. 

¿Qué le podía hacerle ella a él si era todo lo contrario?

Tragó saliva con dificultad y no opuso resistencia cuando él se agachó y la alzó en sus brazos sin importarle si lo mojaba o no. Se cobijó en su pecho mientras dejó que la llevara y la depositara en la cama. Sin culpas, sin reproches. No hubo más preguntas. No había explicación para ello, solo el deseo imperioso de unirse a él. 

Habría otro momento para responder con palabras. Por ahora, lo haría con su cuerpo. 

Porque no soy ella (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora