Capítulo de transición

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No subestimes a tu enemigo.

La tensión persistía entre ellos una vez acabado el intento de fuga. No era para menos; la amenaza de uno o de otro les había calado y pesaba sobre sus cabezas, teniendo las espadas alzadas y la desconfianza latente en ellos. Aunque no se dirigieron la palabra, el silencio era tan pesado que no les fue indiferente durante el trayecto de vuelta, a ninguno.

La  doncella estaba en el medio e intentaba mantenerse despierta, pero le fue imposible al cabo de un rato siendo el cansancio más poderoso que el interés de estar despierta. No tardó en caer Ariadne tras el traqueteo del carruaje. El que no pudo dormir, ni echar una cabezadita fue el marqués, que trató no pensar sobre lo ocurrido en esa habitación.

¿Desde cuándo la señorita Stinger había tenido un trato diferente hacia ese caballero, que se le vio afectado por la escena? ¿Acaso su prometida no le había hablado de él? ¿Y aunque le hubiera hablado, no había sido un rival para él hasta que los pilló en esa escena "íntima"?

Frustrado consigo mismo, se intentó convencer que no le importaba, pero la reacción de ella, le dio entender que si había creado más que una relación afectiva entre ellos y no estaba seguro cómo asimilarlo, si más tarde "eso" pudiera ser un inconveniente en su matrimonio. ¿Qué podía importarle dicha nimiedad si le había declarado la guerra de alguna forma?

Estaba claro que no debió haberla subestimado, no debió haber confiado que ella era una mujer callada y sumisa que podía tolerar cualquier chisme que le llegara.

Craso error.

Tonto de él que había creído que era igual que las demás damas. Le estaba demostrando que no iba a aguantarle la mínima falta de respeto hacia su persona. Lo cual era lógico si iba a ser su esposa.

Si le servía de consuelo, aunque no lo supiera la protagonista de sus pensamientos, se había prometido que cuando se oficiara la boda, iba a ser fiel a sus votos. No estaba dispuesto a reconocer que, realmente, la había decepcionado. Un sentimiento que no estaba dispuesto admitir y, menos, aceptar por esa "jovencita" que no tenía pelos en la lengua. Se deslizó su mirada y chasqueó la suya. Estaba en una posición que le iba a doler en el cuello, y no quería (se dijo) que pagara su malhumor con él nada más se despertara.

¡Dios lo salvara de su carácter endemoniado!

Tú mismo te lo buscaste, Michael. 

Ignoró la vocecita burlona y, con cuidado, se movió para que la doncella de su prometida ocupara su lugar mientras él se deslizó hacia el otro, donde se acomodó y sirvió de apoyo para la durmiente, que no notó su presencia. Lo cual fue un alivio;  no quería sus gritos. Todo lo hacía por el bien de sus oídos. 

Por supuesto, sus oídos, pensó burlonamente al echarle un vistazo de reojo. 

¿En qué estaba pensando?, contuvo un resoplido y dejó de mirarla para posar la mirada en el techo sin verlo del todo. 

La culpable de ello era la joven que tenía a su lado 

¿Para qué se iba a engañar más?

Él era quien había gestionado mal todo el asunto desde un principio, de obligarla a que fuera su esposa,  de empujarla a irse a Londres sin su compañía, sin haberla visitado alguna vez estando allí instalada con algún buitre rondando.

La amenaza de Stinger no era simple palabrería. Debía estar preparado y no subestimarla más; le había demostrado que no dudaría sacar las garras. No estaba seguro de querer recibir un zarpazo cuando sus besos habían sido dulces. 

¿Estaba dispuesto a desafiarla de nuevo?

Porque no soy ella (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora