La mayoría de los hombres no carece de fuerza, sino de constancia
No podía ser cobarde cada vez que quisiera y defraudar a las personas que habían depositado su confianza en ella. Lo evitó el mayor tiempo posible, excepto cuando tocaban las comidas. No todos los días podía alegar un dolor de cabeza como hizo antaño. Además, cuando estuviera casada, su tía no la iba a acompañar, ni su amiga Susan iba a hacer amena el almuerzo o la cena. Iba a enfrentarse ella sola a su esposo, con el único ruido de los cubiertos y la compañía de la servidumbre. No pensó en ello porque se le antojaba un panorama desolador comparado a lo que había sido el año sin él. Las garras del miedo punzaron en ella, mas las lecciones que recibió la salvó de no desmoronarse enfrente de él, ni de tener un tropiezo entre el plato y plato.
¿No quería una marquesa que fuera justo a lo que había deseado? Hasta podía cerrar los ojos y coger el cubierto indicado para cada plato y llevar el bocado de comida a la boca, con perfección. Sabía masticar sin hacer ruido con la boca; fingir que escuchaba y asentir cuando le tocaba; alabar a los invitados sin exceso, para que no hacerles crecer sus egos ya inflados. En resumen, se mantuvo correcta. Como tampoco tenía tema de conversación con el marqués, no le habló, demostrando que no iba a ceder un ápice en su postura.
No demostró ningún interés por conocerlo, en profundidad. Una muestra de su parte de lo que iba a participar en su matrimonio.
Aunque hubieran acabado de comer, las damas fueran por un lado y Highwood fuera por otro, en esa noche, a dos días que faltaban para celebrar la boda, cambió de costumbre. Creyéndose que iba a librarse de su persona, se equivocó. Nada más cenar, se dirigió hacia ella.
— Venga conmigo, por favor.
No tuvo tiempo para mirar a su tía, que seguramente había aplaudido la iniciativa del marqués. Recompuso su máscara de la indiferencia mientras fue siguiendo sus pasos, que resonaban por el suelo como el eco de sus latidos, dirigiéndose hacia la biblioteca que estaba caldeada. Aunque el calor de la chimenea no la alcanzó cuando el hombre la hizo pasar y estuvieron los dos solos. El silencio le precedió y ella, no supo cómo romperlo, aunque prefirió que se mantuviera así, en silencio. Además, él había solicitado su presencia; no tenía por qué iniciar la conversación. En cambio, lo miró queriendo averiguar lo que vio en el pasado cuando era una joven enamoradiza cuando el hombre que tenía enfrente era el mismo, pero diferente.
Se avergonzó cuando sus miradas chocaron y la pilló mirándolo.
— Dentro de unos días nos vamos a casar — Ariadne no pestañeó al oírlo —, y me sería imperdonable que no tuviera esto.
"Esto" se refería al anillo de compromiso que centelleó en medio de las luz de las velas.
— Llego tarde — tuvo la decencia de demostrarse arrepentido —, pero no quería que fuera al altar sin él. Es de mi madre, ha pasado antes por sus anteriores antecesoras, y creo que es merecedora de ella. Su tía me ayudó con la medida, por si el joyero lo tenía reajustar o no. No hizo falta reajustarlo.
No pudo negar que era precioso, un rubí ovalado y engarzado por pequeños pétalos de diamante. Un nudo se le creó en la garganta al sentir que tomaba su mano suavemente y le quitó el guante que llevaba puesto. Quería apartar la mano, pero aguantó, sintiendo el golpe de las lágrimas en los ojos.
Si hubiera sido por "amor", cómo habría cambiado la situación; ni habría sentido la decepción profunda que ahora sentía. Notó el anillo rodear su dedo y encajar perfectamente. El frío del metal le agrandó el nudo.
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Porque no soy ella (BORRADOR)
Fiction HistoriqueSin sinopsis por ahora. Un borrador sin mucha importancia.