Capítulo 25

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No es de buen consejo dejar el plato a medias...

Aún podía notar las réplicas en su cuerpo,  que poco a poco, se iban difuminando y dejándola en un estado catártico del cual no quería moverse. Tampoco, tenía el valor de mirarlo después de que le dispensara ese trato cuidadoso y delicado a su persona, bueno concretamente a una parte de ella, que no quería mencionar. Ni siquiera hizo el mínimo gesto de poner los ojos en blanco porque estaba... adormecida, aunque no del todo porque pudo notar que, de alguna forma, los dos habían acabado en el suelo, y ella, en su regazo. Seguramente, había caído desmadejada en sus brazos, su marido no se quejó de su peso.

Cobijó más su rostro en el hueco de su cuello, entre avergonzada y adormilada. No obstante, la sensación de estar apoyada en él; sus manos recorriendo su espalda, con caricias suaves, nada demandantes; y su aroma... intoxicaban dulcemente sus sentidos. Percibió algún movimiento que otro de su cuerpo, pero no hizo el gesto de abrir los ojos. Ni cuando la tumbó de espalda, encima de su chaqueta sirviendo esta de alfombra. Ligeramente, tembló; el suelo no era de lo más cómodo, pero tampoco hizo que abriera los párpados. Solo la curiosidad, le hizo abrirlos pero sin posarlos sobre el rostro del hombre. 

Seguían en el invernadero, y los utensilios de jardinería estaban en el mismo lugar. Más había unos trozos de cerámica rotos, restos de lo que habían quedado de las macetas, de lo que habían sido en su vida anterior.

Tragó con dificultad al recordarlo; el ímpetu, su descaro y el haberla colmado con su boca habían hecho que explotara. No por ello, él se detuvo.

Sintió las mejillas arder, e intentó recobrar un poco la compostura. Si es que podía hacerlo.

- Creo que debería levantarme y...- hizo el ademán de sentarse. Al menos llevaba la camisa que cubría parte de su desnudez, aún así, se sentía que apenas llevaba nada; sensible a la tela que la rozaba, provocándole el hormigueo de sentir otro tacto, otra textura -. Podía alguien haber entrado.

Fue cuando se atrevió a mirarlo.

No podía haberlo hecho antes sin sentirse con un poco de seguridad en su cuerpo. Seguridad que se tambaleó al mirarlo y, que este lejos de demostrarse arrepentido, estaba complacido como si se hubiera tomado un tazón de leche, completo. El calor fue subiendo a más grados.

Contuvo el aliento; en vez de quedarse quieto, fue a desbaratarle el moño deshecho y dejar que los cabellos cayeran como un manto alrededor de su cara.

- Les di la orden de que no entraran mientras estuviéramos aquí - Ariadne no podía caber más del pudor del que ya sentía en ese momento y gimoteó para sus adentros -. Tranquila, no se imaginarán lo que habremos hecho.

- No se burle de mí - al verle con con esa sonrisa.

Estaba sentado al igual que ella, solo había una diferencia entre ellos; Highwood estaba más relajado y perezoso, con una rodilla doblada, sin quitarle la vista encima y con un mechón cogido entre sus dedos.

- ¡Qué me aspen si me sigo burlando de mi querida esposa!

Le arrebató el mechón, irritada. Le dio la espalda con la intención de dejarle claro que no le creía y que no iba a dirigirle la palabra. Buscó con la mirada la falda, que él no tuvo el reparo de quitársela antes.

Lo que no contó era que fuera persistente.

- Debería preocuparse menos por absurdas cuestiones como el qué pensarán de nosotros; somos marido y mujer. Lo normal del mundo que sucedan estas cosas.

Lo normal era... Se le encendió más el rostro. Se le notaba que no era dada al libertinaje como lo era... Su esposo. Más irritada aún, le espetó sin volverse.

- Si no le preocupa, a mí sí. Estaba tan tranquila cuando usted llegó y me interrumpió en mis tareas.

Todavía no se había puesto la falda, ni falta hizo porque otra vez su espalda acabó en el suelo y el caballeroso... marqués la había atrapado y tumbado, mirándola desde arriba.

Giró la cara para no verlo. La exasperaba  hasta unos límites insospechados.

- No pensaba así cuando estaba metido entre sus muslos.

Abrió la boca, escandalizada.

¡Se había atrevido a decirlo!

- Por no añadir, que se había desbordado como...

Le tapó su boca pervertida.

- No siga diciendo más cosas indecentes - apartó la mano cuando al notar su boca en su piel, se puso nerviosa -. Me ha quedado claro su postura.

Pues parecía que no, porque ante su contacto y sus palabras habían hecho eco en su interior.

¿Estaba convirtiéndose en una desvergonzada?

Reconoce que te ha gustado, y querías más.

- Si me permite, me quiero ir - en un resquicio de recuperar el sentido común.

Pensó que no la había escuchado, porque no musitó palabra hasta un rato después cuando dijo:

- Está bien.

Para su sorpresa, y decepción (que no quiso ahondar en ella), la ayudó a levantarse y a colocarle la falda, demostrándole que cuando quería, podía ser un caballero.

Un caballero decente.

Tenerle cerca la estaba afectando, y si había creído que ya se había recuperado del todo, era totalmente mentira.

- Nos vemos en el almuerzo, milady - un beso en su mejilla le demostró que no era indemne a sus encantos.

Debía ser fuerte si no quería ser una muesca más en el cabecero de su cama.

Debía serlo, para su paz mental.

Porque no soy ella (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora