Capítulo 31

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¿Quién dijo que el matrimonio era una empresa fácil de llevar a cabo?

Al día siguiente, el cielo volvió amanecer plomizo como otra mañana en Devonshire. Aunque sintió en el pecho un peso que se había agrandado, no tenía nada que ver con que no hubiera sol. El desánimo no se debía al tiempo meteorológico,  sino a las inquietudes que se iban a agradando y la atenazaban. Aún no había dado respuestas a las preguntas que la avasallaban. Por temor a escucharlas, o porque era mejor vivir en la ignorancia que adentrarse en terreno lodoso. Por una parte, no tenía queja del trato que le dispensaba su marido; por otra parte... sentía que las barreras que había erigido a su alrededor se habían derrumbado por completo, dejándola vulnerable ante una posible recaída. Él nunca supo de sus sentimientos cuando andaba de amorío con Sinclair, ¿cómo los iba a intuir ahora? Quizás, no debería ser tan receptiva ante sus besos y caricias.

Quizás...

Se masajeó las sienes al notar una presión en ellas. ¿Qué podía haber de malo llevarse bien con el marqués?   Era su esposo, ¿podían ser amigos? Incluso habían desayunado sin arrojarse los cuchillos manteniéndose estos encima el mantel. Ni siquiera, él actuó como un caballero diferente al papel que actuaba por las noches, dejándola sin defensas. 

— Milady — la voz de Phillipa la atrajo al presente —. Están llegando regalos de los lugareños por la boda. 

— ¿Más? — aún no había abierto el resto que se trajo de Londres y se sintió un poco apabullada, dándose cuenta que había estado más distraída en otros asuntos. Asuntos relacionados con Highwood. Dejó el libro que estaba leyendo (hacía un rato que había dejado la lectura para perderse en sus pensamientos). 

— Es tradición que amigos y vecinos de Devonshire entreguen sus presentes por la boda de sus marqueses. 

No evitó hacer una mueca.

— Es mucho, yo no he hecho nada por ellos. ¿No hubiera sido mejor en dar una fiesta? Aún me tengo que acostumbrar a esta nueva vida. 

— Aun así, quieren mostrarles su felicitación de esta forma. La fiesta se puede hacer más adelante.

— Vamos, pues — se levantó Ariadne a regañadientes y se acordó el porqué lo había ido dejando—. Quiero que alguien anote los nombres de los remitentes para darles las gracias en nombre de mi esposo y mío. Ya habrá tiempo para preparar las fiestas que correspondan. 

Estaba muy tranquila sin asistir a eventos sociales que al pensar que, tendría que organizar una personalmente, no evitó que un escalofrío de repelús recorriese por su espalda. Sería su primera fiesta que organizaba y sería la anfitriona. No estaba segura de querer hacerlo.  Para su pesar, tarde o temprano, lo tendría que hacer y esperaba que llegado el momento no fuera un desastre que lamentar. Fue hacia a otra salita donde se habían guardado los regalos. 

— ¿Debo avisar al marqués?

— No, me dijo que me podía encargar yo. No le vamos a molestar — cierto que se lo dijo cuando salieron de Londres, lo que pasaba era que no lo había hecho hasta ahora —. Lo hubiera hecho antes.

— ¿Quiere que la ayudemos?

— Sí, por favor — entre Phillipa, una criada y ella acabarían antes de desenvolver y guardar ya en el lugar que merecieran, los regalos. 

Realmente había una gran variedad de regalos desde una cubertería de plata hasta manteles con bordados hechos a mano, que servían perfectamente para casa. También, una vajilla nueva, jabones, perfumes en botecitos que no los destapó por temor a que se desparramara por el suelo. De pronto, no lo encontró tan arduo como creyó al descubrir cada uno de ellos. 

Porque no soy ella (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora