20. Veintiséis: Aspros y Defteros

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La velada en el pub no ha estado mal. Las cervezas que han regado sus gargantas quizás suman alguna de más, y la intención que Aspros ha cultivado desde que han salido de casa no se ha hecho evidente para Defteros hasta que se ha visto conducido sin previo aviso hacia las afueras de la cuidad.

Una sugerente carícia de la mano de Aspros sobre su muslo mientras la otra sigue afianzando el volante, una pícara mirada de refilón y todo un mar de posibilidades ardiendo en sus idénticos irises. Una firme determinación, y la total imposibilidad de Defteros para ofrecer una enésima negación. No hay hermanos menores cerca, no están en el centro de la ciudad, dónde alguien les podría reconocer accediendo en un hotel...y hoy simplemente es su día. De ellos, y de nadie más.

"No quedan habitaciones dobles con dos camas individuales... Únicamente una con cama de matrimonio."

Ésta ha sido la aclaración de la posadera al atenderles, sin ahorrarles una exhaustiva inspección. Pero a Aspros no le ha importado en absoluto. Podían más sus ganas que cualquier mirada morbosa vertida sobre ellos...más que cualquier juicio emitido por el tenso silencio y un simple chasquido de lengua al escuchar la firme determinación del mayor.

- No importa, estamos de paso y sólo deseamos descansar.

Previo pago de la noche, finalmente la llave ha caído en sus manos, y ya no ha existido nada más.

La puerta se cierra a las espaldas de Defteros y Aspros no se resiste... Se abalanza sobre él y busca violar sus labios con desenfrenado apetito y al fin, total libertad. Y Defteros responde...se rinde y olvida...Se olvida de Saga y Kanon y del "qué deben estar haciendo". Se olvida del miedo al "que dirán" y de sus renacidas dudas acerca de su insana pasión. Se olvida de todo y sólo desea sentir a Aspros unido a él. Unido más allá de un abrazo...más allá del amor fraternal...más allá de cualquier barrera que delimite el sentido común y la estricta moralidad.

Ahora son sus ropas las que sobran, sus labios los que se buscan y sus manos las que redescubren los respectivos cuerpos, recordando unos caminos que conocieron por primera vez exactamente diez años atrás. Aspros ya se ha deshecho de la camiseta de Defteros, y retira de su pecho los ansiosos dedos que su gemelo lucha por dominar, desabotonándose él mismo la camisa, que pasa a hacer compañía a la escasa limpieza de la que hace gala el suelo del lugar. Forcejean...juegan...luchan y al fin Aspros vence, tumbándole sobre una cama que se mueve en exceso y que chirría descaradamente. Pero ninguno de los dos presta atención a unos detalles que en casa se han convertido en muros infranqueables. Los vaqueros de Defteros están siendo apartados del camino con cierta dificultad, y un leve alzamiento de su cadera es más que preciso para que Aspros logre acabar con ellos y deleitarse en lo que hace días que desea, y que hasta este instante sólo ha podido soñar. Aspros estaba al límite, y así lo denota la voracidad que gobierna sus labios y su lengua. Pero Defteros no está más lejos que su gemelo. Se halla en el mismo punto de desesperación, por mucho que haya luchado para autoconvencerse que no le necesitaba tanto...que quizás lo suyo era una equivocación. ¿Pero qué equivocación sabe tan bien? ¿Qué cálculo de errores admite la variable que hace que buscar enredo entre los cabellos de Aspros y ayudar a imprimir más velocidad sea lo necesario para gemir libertad? La boca de Aspros sigue demostrando su generosidad y el tenso sexo de Defteros no resiste más. Un gruñido queda atorado en su garganta mientras los dedos se cierran más entorno los húmedos mechones de Aspros, y antes de ser consciente de lo que acaba de suceder, sus labios vuelven a ser devorados a voluntad. Aspros se deja caer sobre él, y su propia mano batalla para deshacerse de unos jeans que muy a su pesar aún mantienen cierta dignidad. El mayor lo intenta, pero su propio frenesí le impide hacerlo con celeridad, viéndose rescatado por un agitado Defteros, que al fin desliza la tela de los pantalones y de la ropa interior hasta la mitad de los muslos de Aspros, observando con ardor su poderosa erección, tomándole del trasero con ganas y atrayéndole concienzudamente hacia él mientras una colección de pensamientos invaden todo su ser: ¿cómo ha osado querer olvidar el placer que se siente en tan prohibida intimidad? ¿cómo ha podido estar evitando la tentación de tener a Aspros sobre él, removiéndose contra su sexo con tal destreza y deseo? ¿por qué su corazón retumba a tal velocidad y el aroma a sexo y sudor que penetra en sus sentidos le estimula de una forma tan descomunal?

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