51. Sospechas

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El domingo ha amanecido caluroso aunque nublado. Hoy toca partido. El primero de la temporada, y se juega en casa. Hace ya más de medio año que ni Aspros ni Defteros se pierden un encuentro. Este inicio de liguilla juvenil no va a ser la primera excepción.

Los chicos están arriba, supuestamente preparando sus bolsas con los articulos de higiene y unas mudas limpias de calle. Cuando el partido finalice, Aspros ha propuesto ir los cuatro a comer fuera de casa, quizás en algún restaurante con terraza, para acabar de saborear los pocos días de verano que le queden al fatídico año.

Defteros hace días que está sumido en un estado de reflexiva observación que no termina de vislumbrar claro. A ésto se le añaden los repetidos rechazos que perpetra cada vez que Aspros intenta acercarse a él, y el mayor de todos comienza a dudar seriamente sobre la corrección de haber expuesto su realidad, la de él y Defteros, ante sus hermanos menores. Si en su clandestinidad Defteros ya se mostraba receloso y esquivo, ahora simplemente ha borrado de su catálogo de gestos todos y cada uno de los que imprimían cierta cercanía y complicidad con él.

Desde que han comenzado el curso, apenas seis dias atrás, los menores están regidos por una docilidad y falta de palabras que sustituyen a base de miradas y silenciosos análisis, que parecen someter a los mayores a una cuarentena que a Aspros comienza a superarle.

Es evidente que su confesión les ha distanciado. A él y Defteros de los menores, y a él aún más de Defteros. No hay enfados, no existen estúpidas pugnas y batallitas y la armonía que se ha asentado bajo ese pesado techo está drenando el ánimo del mayor. Aspros echa en falta una espontaneidad perdida, y en medio de esa añoranza ha decidido ofrecer a Defteros la indiferencia que su gemelo últimamente también despacha para con él. No se le acerca. No le ofrece caricias secretas. Y menos aún le reclama algún beso que le calme el alma. Por mucho que lo necesite y le urja para salir adelante, y no hacerlo sumido en la soledad que desde hace días le abraza.

Quizás ir a almorzar fuera ayude a recuperar algún tipo de cercanía fraternal más natural y menos anquilosada. Es su último recurso ante un situación que creía controlada, y que se ha tornado más escurridiza que las escamas de una dorada.

Defteros ni tan sólo le ha ayudado a recoger la mesa después del desayuno. Ha desaparecido dejándole solo, con todo por hacer y una pesada tristeza cayendo sobre sus supuestos inquebrantables hombros. Aspros trata de no pensar de más mientras va llenando el lavavajillas con las tazas de los cafés y los platos de la noche anterior. Desea poder alcanzar los niveles de paciencia necesarios para seguir otorgando tiempo a Defteros. Un tiempo que para él ya se está extinguiendo.

Las cucharillas caen en el cesto de los cubiertos, y cuando la boca del electroméstico es sellada, Defteros se materializa a sus espaldas, cerrando la puerta de la cocina y generando una hermética intimidad que descoloca a Aspros.

- ¿Qué pasa, Defteros? - Defteros...Ésta es la señal que alumbra el enfado o la tristeza de Aspros, que ni siquiera regala una mirada de reconocimiento a su gemelo, el cual se acerca a él y deja un sobre blaco en la encimera de mármol.- ¿Qué es ésto? - Aspros se seca las manos con un repasador antes de tomar el sobre, palpar dinero en él y definitivamente rendirse a buscar la mirada de su mitad, fija sobre él.

- Son todas las propinas acumuladas durante la temporada. Y la paga de finalización de contrato...- informa Defteros, apoyándose con la baja espalda contra la mesada. Aspros abre el sobre por inercia y se fija en la cantidad de dinero guardado en él, sin comprender en absoluto el significado de ese gesto.- Lo he estado apartando para nosotros...para los cuatro.- El mayor sigue sin agarrar el hilo que le tiende Defteros, que suspira otro tipo de tristeza al desvelar sus intenciones maceradas en soledad.- Es para cuando llegue la Navidad. Hay suficiente para irnos los cuatro de aquí durante una semana.

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