43. Piezas

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Saga y Kanon hace días que están raros.

No se pelean. Asumen sus tareas de estudio con una disciplina que hasta llega a crear cierta preocupación en Aspros, poco acostumbrado a no tener que imponer normas y pautas para el buen desarrollo de la recuperación de las materias antes del inicio de curso. Pero apenas se hablan. Y ésto también preocupa a Aspros.

No es que casi no se hablen entre ellos lo que le intriga enteramente. Es que casi no articulan palabra con nadie de la casa, ni siquiera con Defteros, pese a los intentos del mayor de arrancarles algo más que monosílabos o algún tímido insulto de rigor cuando las ganas de hacerles hablar se tornan demasiado cargantes.

Si hace una semana que Saga apenas habla, Kanon aún lo hace menos. El mutismo en el que se ha sumergido empieza a preocupar severamente tanto a Aspros como a Defteros, con quién más cercano ha sido siempre el menor, y a quién desde hace unos días tampoco le da ni los buenos días. El temor del segundo de los mayores es que Kanon aún esté dándole vueltas al azote que escapó de su mano durante una noche que todos desean olvidar, pero ésta no es la razón. Si Kanon aún estuviera enfurruñado por ese hecho no le hablaría a él. Pero es que Kanon ha enmudecido por completo, simple y llanamente.

Hoy toca estudiar Química, y el profesor al mando en teoría debe ser Saga. En teoría porqué para desagrado del atento Aspros, parece que Saga no muestra muchas intenciones de asumir su parte de responsabilidad.

Saga es bueno en dicha materia, y quizás una semana antes aún no le habría costado un mundo sentarse al lado de Kanon para explicarle con calma el procedimiento de los ejercicios. Pero ahora le es simplemente imposible. La cercanía con su gemelo le escuece, y tan sólo el pensar que debe estar horas asentado a la silla de al lado se le hace un mundo.

Kanon no le roza ni por casualidad desde hace días. Más concretamente, desde ese día.

Sus miradas no se encuentran y a cada intento que Saga hace para hablar sobre lo sucedido entre ellos, Kanon desaparece.

Pero hoy toca estudiar Química, y Kanon no tiene argumentos para escapar de la proximidad de Saga. Ni de sus explicaciones ni atenciones. Aspros todavía sigue de vacaciones, así que su presencia en casa les obliga sin remedio a atender el calendario de estudio que el mayor redactó para ellos, y esta mañana, ahorrarse el marrón de estudiar juntos no es una posibilidad.

Ambos están sentados en la mesa del comedor, fingiendo sacar adelante los problemas con la formulación mientras Aspros se ha decidido en hacer limpieza de la cocina a fondo. Por los fuertes ruidos que emergen de la cocina, los menores deducen que Aspros se está dedicando a vaciar todos los armarios de ollas y sartenes para imprimirles un buen lavado a fondo, y aprovechando el tremendo estruendo que está generando el mayor, Saga decide romper el iceberg que se ha solidificado entre los dos.

- Oye, Kanon...lo del otro día...

Saga se remueve incómodo en su asiento, y el lápiz con el que ha estado dibujando garabatos mientras Kanon realiza los problemas de química inorgánica ya no sabe a qué mano pertenece.

- No estuvo bien Saga. Somos hermanos.

Kanon responde sin siquiera alzar una mirada que jamás antes había estado tan concentrada en unos números y letras que realmente ni le importan ni le interesan.

- Ya sé que no estuvo bien...- susurra Saga, después de echar una rápida ojeada hacia la puerta de la cocina para asegurarse que su voz no puede llegar a Aspros -...pero...tampoco estuvo mal, ¿no?

Por primera vez en tiempo Kanon le devuelve una fugaz mirada que rápidamente es apartada, odiándose a sí mismo al sentir un intenso rubor subir a sus mejillas, al tiempo que sus ojos dejan de ver los oxígenos e hidrógenos para desplazarlos por la visión de las manos de Saga sobre él.

- ¡Joder, Saga! ¡Somos hermanos! - masculla Kanon entre dientes y sin alzar los ojos clavados en el papel, escribiendo números y letras al tuntún cada vez con más energía y menos lógica.- ¿Tú estás enfermo o qué te pasa? - añade sin atreverse a mirar a su gemelo de nuevo, sólo recordando la electricidad que le sacudió el cuerpo cuando sus labios empezaron aprender a jugar.

- ¡Bien que te divertía a ti escuchar a través de la pared lo que hacían y decían Aspros y Def en su apartamento! - le espeta Saga de sopetón, sintiéndose terriblemente ofendido por haber sido catalogado de "enfermo" - Te reías de ellos imaginándote que se tocaban...¿y ahora el enfermo soy yo?

Saga ha hablado sin pensar, pero ha conseguido arrancar los ojos de Kanon del papel que ya tiene más que gastado.

Las palabras que han modulado sus labios han atravesado los sentidos, lógica y razón de ambos, y una idea que ha surgido espontánea les acaba de abrir todo un mundo por explorar.

Ambos se miran intensamente, y una olvidada probabilidad regresa a tomar sus mentes sin control.

Dentro de la cocina siguen los ruidos de cacharros y utensilios, y un repentino estallido de cristal arranca mil maldiciones a Aspros.

Algo allí dentro se ha roto, de la misma manera que algo en la cabeza de los menores empieza a recomponerse sin permiso.

Aspros aparece al umbral del salón y se topa de bruces con unas escrutadoras miradas que nada pueden hacer para dejar de desvelar infinitos misterios que tampoco nunca fueron ocultados de manera magistral.

- ¿Qué os pasa? - pregunta Aspros, acercándose a los menores ante la densa y extraña inspección a la que se siente sometido.- He roto un bote de tomate, ¿tan raro es ésto o qué?

Saga y Kanon niegan con la cabeza, hervidos en rubor y apresurándose a enterrar su mirada entre las letras y garabatos de los papeles que les salvan.

Aspros se dirige al cuartito de la lavadora en busca de una fregona, y cuando vuelve a pasar al lado de ellos, ninguno de los dos se atreve a alzar la mirada.

El mayor se encoge de hombros ante el despliegue de actitudes extrañas que Saga y Kanon lucen últimamente, y sin más dilación vuelve a desaparecer dentro de la cocina.

Que Aspros haya roto un bote de tomate no es raro, no.

Lo que ahora mismo es extraño y raro para Saga y Kanon es no haber sabido juntar antes tantas piezas de un puzzle inacabado yacente permanentemente frente a sus narices.

Si la morbosa duda que meses atrás les había asaltado era quién de los dos usaba la cama grande del apartamento de los mayores antes de su repentina llegada, sintiendo cierta pena por el destierro que Defteros se auto-imponía en la habitación pequeña, hoy la duda es otra.

Hoy la duda es:

¿Realmente había conocido dueño la cama chica alguna vez?

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