40. Laberinto

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El viaje al gran supermercado se está desarrollando bajo la misma calma tensa que se ha instaurado en su casa. Seguramente ella misma ha decidido subirse al coche con ellos, dejando por un rato a Saga y Defteros sin su pesada compañía.

Aspros va empujando el carro, y en las manos de Kanon tirita la lista que previamente el mayor ha escrito. Justo ahora se encuentra usurpando el puesto de Defteros, y no le gusta. Acudir al supermercado, para Kanon siempre se ha convertido en una excursión tediosa que no disfrutaba ni al lado de su madre. Y hoy todavía menos, porqué es Aspros quién está junto a él y simplemente no sabe qué decirle. No hay el incondicional apoyo de Defteros, ni la madurez que está desarrollando Saga a marchas forzadas para enmascarar su realidad. Y ésta no es otra que la herida abierta que aún sigue sangrando entre los dos.

Aquél que la vida ha puesto en el lugar de un padre en funciones sigue recorriendo el pasillo que alimentará su alacena, y únicamente habla para preguntarle a Kanon qué dice la lista que deben agarrar de ahí.

- Creo que pone "arroz"...pero no sé...tu letra es...- una mierda está a punto de decir, pero por suerte recapacita a tiempo y su mente hace la corrección lexica pertinente - ...difícil de entender.

- A ver, trae...- Aspros se detiene, y agarra la mano que sujeta el papel para focalizar su vista en él y efectivamente, darle la razón - Si, pone arroz...Agarra tres paquetes, así tendremos para tiempo.

Kanon obedece en silencio, y de la misma manera transcurre todo el rato que se pasean por el atestado supermercado, que se resiente del mal tiempo que sigue azotando las calles, propiciando que las personas que se han visto privadas de playa acudan a llenar sus mañanas de vacaciones de alguna forma productiva.

Ambos necesitan hablar, hallar algún punto de conexión que les acerque. Ambos deben perdonarse, pero ninguno de los dos sabe cómo hacerlo.

A Aspros se le han agotado las pautas a seguir que su padre le dejó en herencia.

Para Kanon, las palabras que denotan cercanía siempre han sido un grumo atascado en su garganta.

Por suerte, el aparcamiento habilitado para el centro comercial se encuentra bajo cubierto, y las bolsas pueden ser cargadas en el maletero sin riesgo de acabar diluviados de arriba abajo.

El camino de regreso a casa se produce bajo los mismos efectos con los que ha empezado la mañana en común, y Aspros agradece la presencia siempre sonora de la radio, que ameniza su día gris con música que no va muy acorde con el color que viste sus almas. Kanon se he empeñado en mirar a través de la ventana la cortina de agua que salpica y se escurre en ella, y las uñas pasan a ser las víctimas de la incomodidad que le genera estar a solas con Aspros.

El mayor le mira de reojo, y como en infinitas ocasiones le ha ocurrido con Defteros, no puede evitar chasquear la lengua con tristeza mientras su mano toma la de su hermano para apartarla del martirio que los dientes imprimen sobre sus dedos, acariciando las magulladas uñas con una ternura que Defteros le conoce, pero que a Kanon le sobresalta.

La llegada a casa está próxima, y el menor cuenta los metros que faltan para hallar refugio en la compañía de sus otros dos hermanos, pero fuera de todo cálculo, Aspros aparca en la calle, sin acceder al garaje que se vislumbra a través de una cortina de agua a tan sólo unos metros de su posición.

- ¿Qué haces? Nos vamos a mojar...

Ésto es lo primero que dice Kanon desde que han salido de la tienda, pero Aspros simplemente no puede entrar a casa sin hablar.

Así que detiene el motor, alza el freno de mano e incluso para el frenético barrido del limpiaparabrisas.

- Aspros...nos vamos a mojar...está lloviendo...- insiste Kanon dejando sacar la nariz de su desdén, señalando el exterior con expresión de estar pensando que Aspros parece haberse vuelto, como mínimo, estúpido.

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