52. Reflexión

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Aspros debe admitirlo: es probable - probable, porqué todavía no se siente listo para poder asumir evidente - que Defteros tenga razón.

No son las mentiras que Defteros afirma haberles pillado. Él no las ha olido aún por ninguna parte. En realidad no le hace falta. Son las actitudes y las miradas que ahora dotan de un nuevo fulgor a los menores dónde Aspros ha centrado su atención.

Sencillamente son sus actitudes y sus miradas.

Las mismas. Calcos exactos reproducidos con la igual falta de destreza con la que surgieron diez años atrás. Réplicas funestas de su propia avería, que osan arriar todavía más la poca tranquilidad que le queda a su comandante corazón.

Hace días que Saga y Kanon no se pelean. Demasiados días para considerar que simplemente han alzado un tratado de paz entre ellos. Hace los mismos días que la verde mirada de Saga ha encontrado un nuevo foco dónde posarse, y hacerlo destilando una admiración y unas ganas que a Aspros le remueven las entrañas, con cierta nostalgia y enormes dosis de frustración.

Hace los mismos dias que Kanon ha alcanzado la cúspide de semejanza a Defteros, cuando éste contaba con dieciséis años de edad y las dudas le palidecían la tez al mismo tiempo que el deseo de experimentar se mezclaba peligroso con el miedo de hacerlo.

Huelga decir que durante el transcurso de estos mismos días, algo entre él y Defteros ha empezado a morir.

Su confesión no ha resultado ser una liberación. Sino la mecha que ha prendido el distanciamiento, el que Aspros siempre procuró de aniquilar, en toda la sarta de combinaciones de probabilidad que han existido a su alrededor.

Sus labios no han recordado el sabor de los de su gemelo desde ese día. La calidez y ardor de su cuerpo empieza a ser más recuerdo que realidad. Y hoy Aspros ha decidido alzar su bandera de rendición: no buscará más a Defteros. Por muchas ganas que le tenga. Por mucho que necesite sentirlo a su lado de alguna manera. No, no lo hará más. Se acabó.

Aspros no puede seguir arrastrando el miedo al qué dirán de Defteros. Ahora debe centrarse en pensar cómo gestionar el miedo al qué dirán que sienten sus dos hermanos más menores. Ese miedo que hace que les estudien de reojo. El mismo que dota la mirada de Saga de un brillo que ahora el mayor comienza a envidiar. Y el mismo que ha conseguido transmutar la rebeldía de Kanon en algo que comienza a copiar el temor que hace años que viste a Defteros.

Hoy el mayor se siente solo, más que nunca.

Las fuerzas para vadear y disfrazar su tristeza y dolor han huído.

Hoy Aspros se siente vulnerable.

Llegar a casa, después de un fastidioso día al trabajo, le ha costado un mundo. Y le duele sentirse así. Quizás tanto como el dolor que le causa ver como Saga y Kanon se miran, se evitan...se necesitan y no saben cómo admitirlo, admitírselo...aceptarlo.

No sabe hasta qué punto han llegado. Sólo intuye que sí, que Defteros puede que tenga razón...y que la rueda que años atrás él y su gemelo comenzaron a hacer girar en sentido contrario, haya cambiado de manos, porqué la suya la siente detenida. Anquilosada. Oxidada.

Reprenderles no es una opción. Su propio ejemplo le roba dicha autoridad. Pero empujarles a seguir dándole cuerda tampoco es aceptable, ni moral.

Sólo sabe con certeza que su deber es apoyarles...siempre.

¿Pero cómo?

Hoy la tristeza de Aspros es tan densa que ni siquiera ha buscado el saludo de nadie al acceder a casa. Defteros debe estar retomando sus tareas para poder finalizar, este año sí, su proyecto final de carrera. Los chicos tampoco se ven por ningún lado. Deberán estar estudiando...a la segunda semana de clases, y con un ahínco que le urge atribuir a la necesidad de sortear la amenaza de separación de clase si no aprueban el primer trimestre con éxito.

No sabe por qué ahora se halla sentado a solas alrededor de la mesa de la cocina. Piensa, piensa y piensa...y cuánto más piensa más a la deriva se encuentra. Ni la evocación del recuerdo de sus padres, sentados frente a él, consigue hacerle salir a flote. Al contrario, más le hunde saber que todas las dudas y preguntas que asfixian su corazón, las que desearía poder verbalizar con la madurez de sus torturados veitiséis ante el hombre que siempre admiró, quedarán irremediablemente sin respuesta.

Aspros necesita saber si sus padres se avergonzaron alguna vez de él y Defteros. Y sólo es capaz de recordar su tabú frente a una enveneada situación que jamás condenaron, pero que tampoco la bendicieron con la claridad que Defteros secretamente siempre ha necesitado. Si es verdad que Saga y Kanon han comenzado a caminar sus desviados pasos, él no desea dejarles a la misma deriva que siempre ha vapuleado su vida. Pero las directrices para no errar en el intento no existen.

Y nunca existirán.

Las debe armar él mismo, a riegos de fracasar estrepitosamente en el intento.

Las lágrimas forjadas a base de soledad e impotencia empiezan a anegar su azul mirada. Silenciosas...densas...cristalinas en la única verdad que acarrean. Aspros no hace nada para detener su frágil fluir. Permanece quieto, sentado y con las manos estrujadas hasta doler sobre la mesa.

- Joder papá...¿qué hago? Dame alguna señal...la que sea...la que sea...

El dolor que estrecha su pecho va subiendo en intensidad, y llevarse las manos al rostro para frotárselo con energía es lo único que puede hacer para disimular el sollozo que se atreve a desnudar su esencia más humana...y tan perdida de rumbo.

- Yo...yo no pedí nada de ésto...pero pasó. Sólo sé que pasó...y yo no me arrepiento...yo no me arrepiento de amar a mi hermano...

- Y yo tampoco.

Es la voz de Defteros. Intrusa y demasiado próxima en un momento que la fragilidad de Aspros no la necesita ahí. No para que le mienta como acaba de hacer.

- Pues no lo parece.

Defteros no añade nada más. Su presencia se siente impertérrita cerca de la puerta, observando cómo Aspros lucha para recomponerse en soledad.

El mayor vueve a restregarse las manos por su rostro. Suspira, y con la toma de aire y valor trata de aclarase la acuosidad de la nariz.

- Aspros...debes comprenderme...

Defteros ruega en un susurro que clama encubierto la enésima petición de tiempo.

- ¿Y a mí quién me comprende?

Aspros sacude la cabeza en señal de negación, o quizás de derrota. O lo que es peor, lo hace peligrosamente con el tanteo de una inesperada deserción. Defteros sabe que decir algo más no va a resultar adecuado, y calla. Anhela demostrarle que él le comprende, pero su tiempo aún no se lo permite hacerlo de la manera que Aspros espera. O necesita. O en vano sueña.

- Voy a preparar la cena.

- Te ayudo...

Defteros se detiene en el intento de avanzar un par de pasos. El brazo extendido de Aspros le marca una distancia que claramente se lo impide. No así su mirada, que no se ha dignado a enfrentar la de su gemelo en ningún momento.

- Mañana hablaré con Saga y Kanon. Te aviso para que lo sepas. Pero no sufras, no te pido tu presencia.

Durante la cena, la presencia que no acompaña a los tres hermanos más menores es la de Aspros. Ninguno se atreve a querer descifrar el por qué.

Aunque los tres empiezan a reflexionar en exceso. Y a temer.

Irse a la cama pronto es todo lo que se les ocurre para acabar el día de una vez, pero los pasos de Defteros no se detienen frente a la puerta de su cuarto.

Andan un trecho más, y dudan. Aspros seguramente le echará.

Seguramente es una probabilidad. La necesidad de acabar con su autoimpuesto tiempo al fin es real.

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