Capítulo 10

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No se molestó en mirarle. No merecía su atención,  por su culpa se encontraba en la mayor encrucijada de su vida.

- ¿Qué pasa Amelia? - Buscó su mirada con cautela. La actitud de la morena le había desconcertado, sobre todo porque desconocía los motivos.

- No me digas qué pasa, Carlos, lo sabes perfectamente. - Respondió con dureza y sin querer levantar la vista hacia su rostro, temía su reacción si sus ojos se cruzaban con los de él.

- Amelia. - Le acarició el brazo, pero  lo apartó con brusquedad. - No sé qué pasa de verdad. - Respondió aturdido y de la forma más cálida que supo. No necesitaba ver más allá para comprender que su amiga no estaba bien y que ese malestar tenía algo que ver con él. - ¿Qué he hecho? - Insistió tras el silencio de la morena.

- ¡Tú eres idiota! - Gritó sin poder contenerse. No pudo soportar la actitud de inocencia de Carlos, esa voz de falsa preocupación, como si él no hubiese hecho nada. - ¿QUÉ HAS HECHO? ESTROPEARME LA VIDA, ESO HAS HECHO. - Continuó con la voz alzada a punto de romperse. Sintió sus músculos tensarse y una lágrima resbalar por su mejilla.

- ¿Qué? - Preguntó confundido, seguía saber a qué se refería.

Se mantuvo callada, retándole con la mirada, animándole a que hiciera una labor de análisis con algo de empatía y recapitulara sus acciones de aquel día, pero él seguía perdido, sin comprender qué es lo que había hecho para estropearle su vida como ella había dicho. Se encogió de hombros y la observó sin mirar. No era capaz de leerla, de ver qué había tras aquellos ojos encharcados y su rostro lleno de ira y dolor. 

- No pienso ser tu novia. - Lo soltó enervada por la poca actividad mental de Carlos, por esa indiferencia hacia sus actos. No era consciente del daño que aquella petición había provocado en ella. No comprendía que su "quiero que Amelia sea mi novia formal" suponía un cambio bestial en Amelia

- Claro que sí. - Contestó confiado desprendiendo un poco de soberbia.

- Pero quién te crees que eres. - Intentó que su voz no temblara. La respuesta de Carlos la pilló desprevenida, aquella confianza la descolocó.

- Tu padre ha dicho que sí. - Como si no fuera necesario nada más.

- ¿Y yo? ¿Yo no tengo nada que decir? - Tragó saliva, intentó que aquel nudo, que ascendía por su garganta amenazándola con salir, desapareciera, descendiera hasta su estómago.

- No entiendo por qué te pones a sí. - Volvió a la indulgencia.

Amelia le miró con el pecho a punto de estallar y con el corazón acelerado, sentía una impulso irrefrenable de golpearle, le veía con aquella cara impasible, como si lo que estaba sucediendo entre los dos fuera lo más normal del mundo, él quería y tenía que ser y ¿ella? ¿Dónde estaban sus deseos? 

Y lo hizo.

Le golpeó.

Alzó su puño contra su pecho mientras sus ojos se derramaban y un gritó de impotencia se desprendía de sus labios. Carlos reaccionó rápido, sostuvo su puño contra su pecho y cuando la otra mano cogió la distancia necesaria para volver a golpearle, la detuvo en el aire, hubo un pequeño forcejeó entra ambos que acabó con Amelia resguardada en los brazos y en el pecho de Carlos. Intentó zafarse de sus brazos,  pero la presión de su amigo contra ella era mucho más fuerte y se dejó vencer. Cesó todos sus intentos y se dejó caer en su cuerpo, buscando una comodidad dentro de aquella jaula que el pecho y las extremidades de Carlos habían creado para ella.

****

Se quedó de pie, impertérrita tras la huída de Amelia, una parte de ella quiso ir tras su amiga, disculparse e intentar, junto a ella, idear alguna plan para evitar aquel noviazgo, decirle que todo iría bien, pero ¿cuántas veces se lo había dicho? La rubia le había hecho cientos de promesas, tantas como Amelia a ella, y nunca las cumplían, la morena nunca decía que no y Luisita nunca la sacaba de aquella prisión que era su casa y en extensión su propia vida. 

Cuando eran pequeñas y Amelia acudía a casa de los Gómez para escapar de su padre, la rubia de la familia, la acogía en su cama y mientras la abrazaba le prometía que con el tiempo todo iría a mejor, que cuando fueran mayor de edad podrían tomar sus propias decisiones y no tendría que obedecer a las ordenes de sus padres, sin embargo, en el caso de Amelia nunca fue así, al contrario, cuantos más años cumplía, más obligaciones tenía y menos poder de decisión, curiosamente sus ganas de rebelarse fueron disminuyendo a medida que su padre le exigía más y más y más. Y Luisita se culpó. Se culpó por regalarle promesas vacías, por no ser capaz de cumplir su "todo irá bien" porque ese irá parecía no llegar nunca y Amelia se resentía, notaba en ella como cada vez le costaba menos ceder. Los años hacían mella en ella y ni se sentía ni se veía capaz de cambiar nada. Sabía que hiciera lo que hiciera acabaría con algún golpe y aceptando lo que su padre dijese.

Igual con Carlos sería diferente pensó, igual con él podría disfrutar de más libertades, podría dejar de dar explicaciones de a dónde iba y con quién. Carlos aceptaba a Luisita cosa que Tomás no. Quizás sí que había algo positivo en aquel noviazgo. No pudo esconder la sonrisa ante el abanico de posibilidades que acababa de descubrir. Necesitaba hablar con Amelia.

Salió del local conteniendo la emoción y con el corazón acelerado, quería ver a su amiga, pedirle disculpas y dejarle bien claro que para nada pensaba que ella fuese una sumisa, al contrario, siempre había sido una luchadora, una mujer que se adaptaba a todas las situaciones por muy duras que fueran. Una resiliente que sobrevivía al mundo y a sus normas. 

Andaba deprisa, con la ansiedad de querer reencontrarse con Amelia y poder limar aquellas asperezas que habían surgido ese mismo día, no solían discutir y cuando eso sucedía en el mismo momento lo solucionaban. En esta ocasión, la decepción en los ojos de la morena le indicaba que aquella pelea era mucho más que una riña entre amigas, hubo más que palabras hirientes lo que provocó su huída precipitad. Pensaba, una y otra vez, como disculparse, en su cabeza escribía su propio guión para que no faltase nada, lo repetía una y otra vez, asegurándose que no se dejaba nada en el tintero, que tocaría todos los puntos que la inquietaban. Se paró en secó ante la iglesia, unas sombras proyectadas en la fachada le indicaron que había alguien, parecía una pareja escondida tras la farola, dio un par de pasos, acortando la distancia hasta que descubrió los rizos de Amelia y las manos de Carlos rodeándole la cintura, se estaban abrazando. Y eso sí que no se lo esperaba. Su corazón se detuvo unos segundos, los suficientes para sentir que el oxígeno no le llegaba al cerebro, abrió la boca con la intención de respirar profundo, de llenar los pulmones de todo el oxígeno posible, pero el aire quemaba, su garganta reseca escocía y sus ojos comenzaron a picar, un picor que se convirtió en un ligero y apenas perceptible llanto. No podía ser.  Lo que siempre temió que iba a suceder, había sucedido y para variar ella no había podido o querido evitarlo. Amelia y Carlos estaban juntos. No había más. Se tragó su pena, se limpió las lágrimas y se dio la vuelta hacia su casa. No necesitaba ver más. Lo que realmente necesitaba era alejar de Amelia, su amistad había comenzado a doler. A doler demasiado.

****

Amelia se separó de sus brazos, se encontraba más serena, su respiración había recuperado su ritmo habitual y su corazón seguía latiendo aunque se sentía pesaroso, la pena se había instalado en él, anquilosando su músculo, ralentizando sus nervios pero seguía pensando lo mismo.

- No creas que esto cambia nada. - Sentenció Amelia mientras se daba un par de pasos atrás.

- Amelia, de verdad que no lo entiendo, pensé que es lo que querías. Me gustas y yo a ti ¿Cuál es el problema? - Seguía desconcertado ante la Amelia, acababa de darle un abrazo, sintió como ella se aferraba a él, como si fuese un bote salvavidas, su bote por qué ahora le volvía a rechazar de aquella forma.

- Es lo que tú querías, no yo, ese es el problema. - Se marchó dejándole con la palabra en la boca. Estaba anímicamente agotada no iba a poder mantener una pelea más, ese pensamiento le recordó a Luisita y la tristeza volvió a inundarla. 

Miró el reloj ¡Mierda! Su padre la iba a matar, "lo que me faltaba" pensó. El día parecía no acabar nunca.



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