Capítulo 28

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Llevaba media hora sentada al borde de la cama nerviosa, expectante a cada ruido, creyendo que los pasos que escuchaba por las escaleras eran ella, pero nunca se paraban en la puerta y era esa ausencia de noticias lo que hacía que sus nervios fueran a más y se recriminara, una y otra vez, que no debía haber tonteado con la chica de los ojos verdes. Pero no pudo evitarlo, su amor propio le decía que no era malo dejarse embaucar, un poco, solo un poco, por otra persona. A quién quería engañar, era la primera vez que una mujer de esas características se fijaba en ella y eso le alegraba, la llenaba de confianza y de seguridad, aunque el destino o Dios o quien fuera se lo estaba haciendo pagar al no saber nada de Amelia, porque por mucha mujer que le tirara los trastos su corazón solo latía por su "ricitos de carbón" y desde hacía un par de horas no sabía nada de ella y eso se traducía a un nudo en el pecho que, con cada segundo que pasaba, se iba agrandando bloqueando su capacidad pulmonar. ¿Dónde estás? Se repetía a medida que agudizaba el oído esperando su llegada.

Estaba nerviosa. Nerviosa y emocionada. Después de tanto tiempo, por fin,  veía la luz al final del túnel. De camino al motel repetía en su cabeza cada palabras de la conversación con Natalia, le pareció, no solo una mujer muy atractiva,  si no también muy agradable, con una voz cálida y muy atenta. Nunca le confesaría a Luisita que tonteó con ella para sacarle información, no le parecía ético ni lo más adecuado, pero tenía que admitir que le había gustado intercambiar frases con una doble intención, leyendo entre líneas y entre miradas, era un juego en el que nunca había participado y  el sentir que gustaba le hacía cosquillas en el estómago. En cuanto llegó a la puerta, alzó la mirada; había luz en su cuarto, lo que indicaba que la rubia había llegado antes. Se removió en el lugar al recordar las últimas palabras que había tenido con ella. En cuestión de segundos toda la emoción que sentía se desvaneció ocupando en su lugar una ansiedad provocada por el miedo y la incertidumbre. ¿Cómo estaría Luisita? ¿Seguiría enfadada o dolida? Se había ido dejándola casi con la boca abierta, sin esperar una reacción por su parte, aunque en el  fondo creyó que iría tras ella pero no lo hizo. Al recordar aquello su corazón se estrujó una milésima de segundo. Dolía. Respiró hondo y entró al portal decidida a hacer frente a la rubia.

Apenas necesitó escuchar un par de escalones para reconocer los pasos de Amelia, se levantó y se acercó a la puerta, el corazón le latía apresurado como si aquel encuentro fuese una revelación y en parte lo era, necesitaba saber que estaba bien. Su mente, en aquella media hora, le había hecho imaginarse los peores escenarios del universo con Amelia como protagonista principal. Oyó el tintineo de las llaves, el sonido de la cerradura y el crujir de la puerta.

- ¡Amelia! - Suspiró y se tiró a ella, abrazándola fuerte.

La morena, sorprendida, le devolvió el gesto y aprovechó para esconder la nariz en su cabello y recuperar ese olor que tanto le gustaba.

- ¿Dónde te has metido? -  Gritó molesta mientras se separaba y le daba un golpe en el brazo.
- ¡Ay! - Se quejó. - Me fui a dar una vuelta.
- Ya...
El silencio invadió el cuarto como recordatorio de que había un elefante y no había que ignorarlo.
Ambas agacharon la mirada a la vez, avergonzadas por el encontronazo de hacía unas horas e intimidades la una por la otra. No era la primera vez que discutían, y no sería la última, pero al tener un rango diferente al de amigas se sentía diferente, como que cada palabra o cada gesto pesaba más. Su relación había pasado a un nivel superior y sus circunstancias parecían adquirir esa nueva categoría, dotándolo todo de una importancia que hacia unos meses no tenían.

- Lo siento, Luisi. - Fue la primera en hablar. Odiaba sentir el ambiente enrarecido y a la rubia fría cuando lo que más deseaba era contarle su nuevo descubrimiento y para qué engañarnos, comerla a besos. Eso último se había vuelto una necesidad cada vez más acuciante.
- Me agobie pensando en la policía, me... me acordé de mi padre. - Confesó.

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