Capítulo 24

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El apartamento era bastante acogedor, en la entrada había un pequeño aparador junto con perchero de pared de donde colgaban un par de prendas, entre ellas, Luisita pudo distinguir la chaqueta de su tía. Recorrieron la casa inspeccionando cada estancia, observando los restos de vida que se desperdigaban por el espacio; revistas en la mesa de mármol del salón, un juego de café lavado al lado del fregadero y un bote de galletas saladas, las favoritas de Clara. . Aquella sensación de estar en un casa llena de vida le dio esperanzas a la rubia, por primera vez en semanas, aquel pensamiento negro y perturbador, se volatilizó. En aquel piso se encontraba la esencia de Clara y eso era mucho más fuerte que su ausencia.

- Creo que esta es su habitación. - Murmuró con cautela la morena indicando la puerta más próxima a la entrada. Terminó por abrirla del todo dejando que los ojos de Luisita fueran los primeros en entrar. Una sensación de invasión que recorrió a la pareja, sentían que estaban vulnerando la privacidad de Clara, que no debían estar ahí sin su permiso. En ese instante ambas recordaron la vez que se adentraron en la habitación de Clara cuando apenas eran unas adolescentes. Entraron con la intención de buscar algún volumen de los diarios de Anaïs Nin, en su lugar, descubrieron una serie de cartas de contenido que se podría considerar censurable. Cuando Clara las encontró en el suelo de su habitación leyendo de forma ávida, no pudo evitar poner el grito en el cuelo, les arrancó las hojas de las manos, las agarró del brazo y con una mirada cargada de ira las echó de su cuarto. No necesitó decirles nada más para que ellas entendiera que aquel terreno estaba totalmente prohibido, por eso, estar ahí, sin que ella lo supiera, las removía por dentro. 

Amelia siguió a Luisita que se adentró en el cuarto con curiosidad y cautela. Siempre se imaginó estar en esa casa con su tía al lado mostrándole cada rincón y explicándole cómo funcionaba todo allí, porque siempre dio por hecho que viviría con ella, al menos lo primeros meses o incluso años. 

 
El cuarto no era demasiado grande pero estaba muy bien distribuido, contaba con un pequeño balcón que daba a la calle del bar al que siempre iban, Clara lo había decorado con un par de macetas de geranios, al verlos  no pudo evitar sonreír, era la planta favorita de Marcelino, estaba convencida que la presencia de esa flor era un recuerdo de su padre.  A pesar de las diferencias, Clara y Marcelino se querían mucho. En medio del cuarto, la cama de matrimonio estaba enmarcada por dos mesillas de madera, y a los pies de la misma un baúl de grandes dimensiones. Al fondo, cerca del balcón, había un armario empotrado y al lado el escritorio lleno de papeles y fotos.

- Es raro estar aquí sin ella. - Reflexionó la rubia. 

Se dirigió a la cama y abrió el baúl, en él solo había ropa de cama y toallas, lo volvió a cerrar y se sentó encima de él dejando salir de su boca un suspiro. 

Amelia la observó unos segundos antes de regresar la vista al escritorio, no pudo evitar fijarse en las fotos que adornaban la pared, en ellas pudo distinguir el rostro de Clara junto con lo que supuso que eran sus amigas de Madrid, así como fotos de la familia Gómez. Sonrió al ver una imagen de una Luisita de siete años con Clara subida a caballo, tenía un vago recuerdo de ese momento; eran las fiestas del pueblo y Luisita acababa de vencer a Jesús jugando a la cánicas, su forma de celebrarlo fue lanzarse encima de su tía. Sonrió al recordarlo, Clara siempre había formado parte de su vida desde que tenían uso de razón. La rubia tenía razón "era raro estar ahí sin ella" ver su espacio, reconocerlo y no poder compartirlo con ella. En mitad de sus divagaciones, Amelia clavó la mirada en dos fotos.

- Luisi, mira... - Le salió un fino hilo de voz.

La rubia al escucharla, se levantó y fue hacia ella. No necesitó nada más para saber lo que tenía que observar, sus ojos, casi de manera instintiva, se fueron a una niñas de cinco años de pelo rizado con una inmensa sonrisa que miraba con admiración a la mujer que la tenía cogida en brazos.

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