Las primeras notas de la canción de Elton John y Kiki Dee invadieron el local de la Asociación Católica, una pequeña lámpara de pie iluminaba el espacio creado entre el sofá de skai verde aceituna y una mesa baja de madera ya roída por el paso de los años, en el centro, Luisita y Amelia bailaban contoneando las caderas al ritmo de la canción. Era la cuarta vez que la escuchaban y aunque no se sabían la letra la cantaban en su propio idioma entre risas y miradas. De vez en cuando, Amelia consultaba su reloj de muñeca temiendo que el tiempo se esfumara. Le solía pasar cuando las horas estaban acompañadas por su rubia favorita, sabía de lo que hablaba Einstein en cuanto a la relatividad del tiempo.
La observó con atención, dejó pasar la mirada por su rostro para después bajarlo hasta su cintura, no podía evitar sonreír. En esos instantes donde todo parecía imperturbable, donde solo estaba su amiga y ella, se sentía la persona más afortunada del mundo. Haber coincidido en espacio y tiempo con Luisita era, sin duda, la mejor casualidad de su vida.
Luisita alargó la mano hasta alcanzar la suya, la acercó hacia ella y comenzaron a bailar sincronizando movimientos. En cada paso, Amelia sentía cada vez más cerca el aliento de Luisita, un aire cálido que le rozaba parte de su rostro y de su cuerpo despertando en ella un hormigueo que le recorría desde los pies hasta la cabeza. Inconscientemente el cuerpo de Amelia se aproximó más, como si fuera un imán y Luisita su campo magnético. Sintió los dedos aferrarse a su cadera y se mordió el labio inferior mientras sus ojos se clavaban en las pupilas de la rubia que no había apartado su mirada en ningún instante. Sin pronunciar palabra alguna, sus cuerpos fueron acortando distancia a medida que sus alientos se entremezclaban. El corazón le latía raudo y sus manos se dejaron caer en los hombros de la rubia, aprovechó el momento para recorrer de forma sugerente el cuello de Luisita con una sutil caricia logrando, a su vez, sobresaltar a su amiga que se humedeció los labios.
Existía un lenguaje no verbal entre ambas que nunca quisieron convertirlo en palabras, temían el sonido de sus voces, escucharse a sí misma. Solían camuflar sus deseos a través de bailes inocentes, de momentos llenos de música y miradas sugerentes. Hablaban sin hablar, permitiendo que todo fluyera, creyendo que aquello que sucedía en su interior era lo normal en dos amigas, en dos personas que se querían por encima de todo, hasta que dejó de serlo.
Seguían bailando aferradas a sus curvas y a ese momento que se sentía raro pero cómodo. Un cruce de miradas, que terminó en los labios de cada una, fue el detonante que impulsó a Luisita. Una descarga desde su bajo vientre la llevó a inclinar la cabeza, a fijar sus ojos en la boca carnosa de Amelia y acercarse a ella. En el fondo, sabía que Amelia no se apartaría, el jugueteo de sus dedos con su cabello era una señal inequívoca de que tenía tantas ganas como ella. Unas ganas escondidas que en los últimos meses parecían querer salir a flote. Apenas quedaban unos escasos centímetros para que sus labios se rozaran, se mojó los labios anticipando el contacto, la morena se sujetó con más fuerza a su cuello, temiendo que se arrepintiera y se alejara, cuando, de pronto, la música terminó y un fuerte golpe las sacó de aquella burbuja. Se apartaron lo más rápido posible e intercambiaron una mirada de apuro y desconcierto, eran conscientes de lo que había estado a punto de pasar, pero no por ello sentían que estaba bien.
- ¿Ves? Te dije que eran ellas - Comentó Carlos en cuanto abrió la puerta del local, dejando pasar a Jesús.
- ¿Qué hacéis aquí? - Preguntó la rubia molesta por la interrupción.
- Hola, a ti también Luisita.
- Estábamos bailando - Respondió nerviosa Amelia intentando justificar el porqué estaban solas.
No era la primera vez que las encontraban bailando o tumbadas en el sofá hablando, lo raro era no verlas juntas, sin embargo, aquel momento había marcado a las amigas más de lo esperado. Era la primera vez que sentían esas ganas irrefrenables de sentirse, de comprobar qué se sentía al rozar los labios de la otra. Habían tenido algún que otro acercamiento más íntimo de lo estipulado, pero ese calor procedente de las entrañas, ese anhelo de mezclarse en la piel de la otra era harina de otro costal.

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Invisibles
Fanfiction1976. Luisita y Amelia viven en un pequeño pueblo de Badajoz donde la dictadura sigue presente tanto fuera como dentro de sus casas. Lo único que tienen para escapar son los libros que la tía de Luisita, Clara, les manda todos los primeros miércole...