Controlar el latir del corazón y el temblor de la voz se convierten en tareas imposibles cuando tomas la decisión de volverte vulnerable ante la persona que más daño te puede hacer. Y a pesar de todo, de no ser capaz de coger aire, de notar como todo tu cuerpo parece querer evitar ese momento y de las múltiples señales que el cerebro recibe para acortar esa avalancha de palabras, el corazón se antepone al miedo irracional, dosifica el aire de los pulmones y bombea la sangre para que el sistema no se colapse y toda esa montaña de ideas y frases sueltas logren salir de la boca con la libertad y el alivio que provoca el acto de confesión.
Así se sentía Amelia, al borde un abismo sin fondo, sabiendo que la oscuridad se cerniría sobre ella, anclándola en un lugar y en un tiempo del que quizá no sabría ni podría salir, pero una necesidad imperiosa de verbalizar todo lo que siempre había sentido crecía, por momentos en su interior, quemándola, azuzándola por soltar y arrepentirse después. Era ahora o nunca. Un instante de tiempo que al desaparecer, desaparecerían ellas, una última esperanza, un último aleteo.
- Luisita... - carraspeó. - no sé como decirte esto. - Tomó todo el aire que sus pulmones le permitieron, se humedeció los labios, contuvo el corazón en un latido y miró a los ojos a Luisita, llenándose de coraje, como siempre. - Estoy enamorada de ti... Desde hace años. - Confesó sin apartar la mirada del rostro de la rubia que se sonrojó. - Sé que no es lo normal, que somos amigas y que no está bien visto, pero no sé como puede ser malo que te quiera como te quiero. No entiendo que tiene de malo querer hacerte reír cada día, o que me beses... - No pudo evitar sonreír al recordar sus últimos besos y las miles de mariposas que merodearon por su cuerpo. - Y no quiero que te vayas porque me encantaría intentarlo, me encantaría poder colarme en tu cuarto y pasar la noche contigo, hacer horas extras y bailar contigo mientras te cantó al oído y tú te agarras a mí como si fuera tu salvavidas. - Contuvo el aliento y las lágrimas que comenzaban a humedecer sus ojos y parte de su interior. - Pero Santa Amalia no es para ti, nunca lo ha sido.
No pudo continuar, sentía un inmenso nudo en el inicio de su garganta que golpeó todas y cada una de sus palabras en el interior de su laringe imposibilitando su salida.
El amor llegó casi de la misma forma que se fue. En silencio lo llenó todo, lo inundó de un querer imperceptible transformado en rutinas, en tardes de lecturas, en charlas en el banco y en verbenas a la luz de la luna. En silencio unió sus vidas a través de los pequeños gestos, de sonrisas escondidas, de manos entrelazadas y miradas llenas de verdad. Y en silencio, Amelia estaba dispuesta a romper con todo eso y soltar para que su persona favorita tuviera la vida que realmente merecía, porque a su lado su libertad se vería mermada y tanto Luisita como ella lo sabían. Una verdad que escocía y que les recordaba que la época y los miedos no soplaban a su favor. Demasiadas obligaciones, demasiadas excusas y una realidad que no sabían cambiar.
- Amelia...
No logró pronunciar más ¿qué más podría decir? Cada una de las frases de la morena se clavaron en lo más hondo de su ser, palabras tatuadas en suspiros que erizaban su piel marcándola de por vida. Un querer y no poder, un deber y un querer superior a un amor clandestino, a un juego lleno de riesgo y de peligros. Luisita estaba dispuesta a todo. A saltar por ese abismo que rodeaba Amelia, a fingir una amistad a los ojos del pueblo para disfrutar del amor en el interior de sus casas, pero no estaba dispuesta a compartir una vida. No es que no quisiera es que no podía, esas semanas donde Carlos realizaba el papel de novio demasiado bien dolieron demasiado, tanto que sus ganas de huir aumentaron exponencialmente y la desaparición de su tía confirmó lo que tanto tiempo llevaba queriendo hacer. Era el momento de soltar amarras, de salir de aquella cárcel en forma de pueblo, de huir de su único amor que le quitaba la respiración y a la par le hacía sangrar.
Aquella confesión fue el punto de no retorno. Su sueño rozando la punta de sus dedos y deshaciéndose entre sus manos. ¿Cómo se iba a ir después de aquella declaración? ¿pero realmente eso lo cambiaba todo? Llevaban meses con esa tensión no resuelta, con las caricias llenas de dobles intenciones y con miradas exhaustivas que recorrían los cuerpos. Ambas sabían que su amor había traspasado la barrera de la amistad, que sus "quiero verte este noche" iban más allá de contar estrellas o de leer libros. Su primer beso fue lo confirmación de lo que ya sabían pero temían admitir. Lo que había hecho Amelia con su declaración, fue convertirlo en una realidad a través de las palabras. Ya no había vuelta atrás, no había ninguna duda ni ninguna ambigüedad; Amelia estaba enamorada de ella y ella de la morena a pesar de recurrir al mutismo y solo pronunciar su nombre como si fuera la respuesta a todas la preguntas nunca contestadas, como si el propio nombre de Amelia fuese la piedra Rosetta capaz de descifrar lo enigmático de su vida.
- Sé que tú también. - Fue la respuesta ante el silencio de la rubia que seguía impertérrita frente a ella, con los músculos en tensión y un millar de mariposas revoleteando en su interior.
No lo negó.
Asintió con un ligero movimiento de cabeza y acortó la distancia existente entre ellas.
El aire había comenzado a quemar y lo único que podía aliviar aquel quemazón era su morena; la chica conquistadora de su corazón y la arquitecta de una realidad imposible pero anhelada. Cerró los ojos antes de sentir las manos de Amelia acunando su rostro y juntó sus labios con los de ella que la recibieron entreabiertos con la punta de la lengua dándole una cálida y húmeda bienvenida. Deslizó sus mano recorriendo su cintura y la aferró con ganas. La retuvo entre sus brazos mientras sus labios se enrojecían ante el hambre de Amelia. Profundizaron el beso hasta que un ligero gemido se escapó mezclado en un suspiro lleno de deseo y de dolor. La manos de Amelia se enredaron en los cabellos de la rubia que se mecía en sus curvas, dejándose llevar por la química de sus pieles, sintiendo un calor irrefrenable que recorría su cuerpo y la obligaba a querer más cerca a Amelia, a sentir su pierna rozando su zona más íntima, a explorar los recovecos de su cintura con el juego de sus manos.
- Luisi... - Suspiró con apremió y con el dolor de querer más, pero sabiendo que no era una buena idea, porque si ya era difícil dejarla ir después de haberla besado, no quería dejarla escapar una vez que hubiese probado su cuerpo.
- Amelia.. - Repitió con el mismo tono y con la misma desazón.
Dejaron que sus lenguas explorasen el interior de sus bocas, que sus labios se desgastaran un poco más y que las manos dejasen marcas en su piel. Retuvieron en su memoria cada latido ausente, la sensación de cientos de alas en el interior de su estómago y la calidez de aquellos labios que devoraban y aliviaban con una eficacia asombrosa.
Se separaron a la vez,, el sabor del último beso fue lo suficientemente agridulce para saber que era el momento de parar, de parar de quererse y de hacerse daño. Todo estaba hablado sin hablar.
Una despedida en forma de beso, un duelo de un amor inacabado, en eso se habían convertido, en una historia con final no deseado pero esperado. En un amor que no tenía lugar ni en la vida de Luisita ni en la de Amelia.
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Invisibles
Fanfiction1976. Luisita y Amelia viven en un pequeño pueblo de Badajoz donde la dictadura sigue presente tanto fuera como dentro de sus casas. Lo único que tienen para escapar son los libros que la tía de Luisita, Clara, les manda todos los primeros miércole...