Capítulo 45

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Sólo necesitó tres palabras para sentir su mundo derrumbarse. 

Después de aquellas palabras el tiempo y la realidad de Luisita se transformaron en una masa uniforme de sombras y voces. Todo le daba vueltas y apenas era capaz de focalizar la atención, un fuerte dolor en el interior del pecho se agrandaba avasallándola por todos los costados. Le dolía respirar, las palabras se clavaban al borde de sus labios y el llanto la apretaba hasta dejarla sin aliento. Había perdido la noción del espacio y de las horas. No supo quién les llamó, pero sólo el abrazo y la voz de su madre fue capaz de sacarla de aquel eterno instante.

- Ma... má... - Logró murmurar con un fino hilo de voz. 

Alzó la mirada y la vio; su cara desencajada, los ojos rojos y el velo de la tristeza cubriendo su rostro. Acababa de perder a su hermana pequeña y ella... Ella a su tía. La rodeó con los brazos y lloró escondida en su pecho como cuando tenía cinco años y se hacía una herida. A los pocos segundos sintió un fuerte y cálido abrazo, reconoció la colonia se su padre y se rompió. Se rompió como nunca antes lo había hecho, dejó que todo el torrente de emociones, que llevaba conteniendo meses, arrasara con todo sin miedo a las consecuencias, sin miedo a no ser capaz de levantarse y nadar a contracorriente. Sentía la protección de sus padres, el poder de la familia que se elevaba como una muralla, como el lugar seguro que siempre habían sido. El sollozo de su madre se unió al de su hija. Lloraba por Clara, por el futuro que nunca tendría, por la impotencia de unos actos que no tendrían represalias ni castigo. Clara había sido asesinada por sus propias compañeras de prisión, había sido nuevamente juzgada por una mentalidad retrógrada y austera, por una ley que nunca la protegió a pesar de que su lucha iba de la mano de las leyes, a pesar de que su labor había salvado vidas. 

Mucha más gente de lo esperado acudió al cementerio, compañeras del trabajo, pacientes que habían sido atendidos por Clara y muchas mujeres que, aunque no habían podido coincidir con ella, compartían los mismos ideales. El apoyo que no recibió ni en los juzgados ni en la cárcel lo recibía ahora cuando no podía sentirlo. ¿Dónde estaba toda esa gente cuando la sentenciaron? ¿Dónde estaban sus gritos y sus gestos cuando fue apresada? Luisita no pudo evitar sentir rechazo por todas aquellas personas que asistieron al entierro de su tía y que después se acercaban a ellos a darles el pésame y a decir lo mucho que lo sentía y lo injusto que era. Se sentía herida con cada palabra, como si el hecho de estar ahí fuera por culpa de todas esas personas que callaban cuando más ruido había que hacer. 

- ¿Y Amelia? - Había evitado pensar en ella, buscarla entre el tumulto, preguntar a Lourdes por ella pero su padre no. Sus padres no sabían nada de lo que había sucedido realmente entre ellas y su ausencia descolocaba a los Gómez, y para que mentir, a Luisita también. La necesitaba como nunca antes la había necesitado y sabía que no era justo. No podía exigir que estuviera ahí, no podía pedirle que se quedara a su lado hasta que el vacío que se había instalado en su interior se llenara.  Se encogió de hombros y se absorbió los moco. No quería hablar.

- ¡Qué raro! Imagino que está trabajando porque la has avisado ¿no? - Insistió su padre desde la preocupación. 

Se mantuvo callada, sólo asintió con la cabeza esperando poner fin a aquella conversación. ¿La habrán avisado? Pensó. Apenas podía recordar las últimas 24 horas, ni siquiera supo cómo se enteraron sus padres hasta que esa misma tarde Lourdes le contó que  Clara le dio su número como contacto de emergencia. Sin embargo ¿alguien habría avisado a Amelia? Buscó con la mirada a Lourdes, necesitaba preguntarle, descubrir que la ausencia de la morena era intencionada, que era consciente de la trágica noticia y que había preferido llorar a Clara en su casa antes que encontrarse con ella. Aquella idea la quemaba por dentro, dolía demasiado. 

- Lourdes... - La llamó cuando la vio a varios metros del tumulto.  - Sabes si... -  Se detuvo en cuanto reconoció los rizos de la mujer que hablaba con la abogada. Sus ojos se apresuraron para hacer contacto con los de Amelia que, intuyendo su presencia, se giró hacia ella. Ambas miradas se buscaron con desesperación. Amelia estaba ahí. Preciosa como siempre, con un vestido negro por debajo de las rodillas, llevaba el pelo suelo y en su rostro se apreciaban restos de lágrimas, apenas estaba maquillada y sus ojos enrojecidos seguían brillando a causa de la humedad. Respiró hondo y comenzó a caminar en su dirección, necesitaba estar a su lado, sentir la comodidad de quien es tu espacio seguro. Amelia, al ver su intención, imitó sus movimientos. Era la primera vez que se veían después de la ruptura, odiaban verse en aquella situación, pasar por un dolor de aquel calibre y no poder sostenerse la una a la otra. Debían enfrentarse el dolor solas. Y dolía. Dolía demasiado.

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