Capítulo 44

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No quiso mirar atrás. Deseaba quedarse con la imagen de la Luisita que conoció en Santa Amalia, de la niña que lloraba cuando Tomás le hacía algún cardenal, de la niña que hizo una huelga de silencio para que Amelia pudiera pasar la noche con ella, de la niña que jugaba con las hormigas y les daba ordenes para que construyeran una casa muy grande y muy lejana donde poder esconderse. ¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado con aquella niña?

Los último acontecimientos habían logrado sacar un lado que no conocía de la rubia, su lucha justa se había convertido en una venganza llena de rencor y de odio. Sus prioridades cambiaron y la rabia procedente de la impotencia la llevaba a ser más impulsiva. Siempre lo había sido, siempre había sido una chica que se dejaba llevar por sus emociones, que no reflexionaba sino que actuaba sin pensar,  pero aquellos impulsos, aquellas emociones, provenían de la preocupación y del amor más puro, sin embargo, desde que su llegada a la capital ese amor  parecía haber mermado transformándose en un conjunto de emociones negativas que, poco a poco, iban radicalizándola, llevándola al otro extremo donde la intransigencia y el odio iba carcomiendo cada parte bondadosa de su esencia. Pero lo que más le dolía a la morena y lo que menos sentido tenía para ella era que Luisita, por primera vez en su vida, le había ocultado algo, le había mentido. Había metido en su propia casa un arma, un objeto lleno de violencia y cargado de un peligro totalmente innecesario. Ese gesto, esa decisión unilateral le había hecho temblar. La imagen de la rubia sosteniendo aquella pistola y el sonido del disparo procedente de ella, le atormentaba. Luisita le había jurado que era para estar más seguras, la violencia en Madrid se había disparado y estaba cansada de tener miedo, pero tener un arma no era una forma de protección sino de agresión. 

Salió de la casa apenada, con el corazón compungido y desconsolada. Tenía la esperanza de que Luisita recapacitaría, pero los días pasaban y no tenía noticias de ella. Comenzó a revisar los periódicos, a escuchar la radio durante el trabajo y cuando quedaba con Lourdes intentaba sacar alguna información de forma sutil, pero la abogada siempre le contestaba lo mismo: "habla con ella". Nunca se atrevía. En más de una ocasión acudió al hotel donde trabajaba, pero siempre acababa pasando por la entrada sin detenerse. El miedo a no reconocer a su Luisita, el miedo a confirmar que todo lo que habían vivido ya no era nada, era más poderoso que las ganas de verla. En la sombra sabía de ella y como siempre le decía Marcelino si no hay noticias mejor, eso es que todo está bien. ¿Pero estaba todo bien?

****

Le costó dos semanas, quince días, comprender que no iba a volver, que su vida, a partir de ese momento, sería eso: el transcurrir de las horas sin la ilusión de ver su sonrisa. Llevaba toda la vida pensando en ella, había construido un futuro en su cabeza junto Amelia y ahora ese futuro era un túnel interminable sin luz ni al principio ni al final. No existía el "con ella" o el t"ú y yo", no ahora era solo ella. Ella ante un mundo oscuro y violento. Y se aferró a lo único que lograba mantenerla viva: La lucha.

Comenzó a ir todos los días a la asociación, cada viernes asistía a diferentes charlas feministas y los miércoles acudía a las Asociaciones de Amas de Casa donde sembraba la semilla de la revolución. Estaba dispuesta darlo todo para poder conseguir un país democrático y libre. Había perdido al amor de su vida, al menos tenía que merecer la pena, era lo que se decía cada mañana frente al espejo, pero a pesar del trasiego de sus días, de sus idas y venida, siempre sacaba un hueco para ir a Cornejo. Algunos días coincidía con el final de jornada de la morena y la veía salir del taller, se despedia de sus compañeras con una sonrisa pero con la mirada triste. A veces podía llegar a ver la decepción en sus ojos y el sentimiento de culpa crecía por momentos, lo había echado todo a perder por unos ideales. Cuando sus pensamientos se volvían negros, era cuando más se aferraba a la lucha, era su manera de contrarrestar aquella desazón. Sin Amelia la vida parecía no tener sentido y necesitaba tener un sentido aunque fuera una mentira.

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