Capítulo 14

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- ...pero ¿sabes de quién soy realmente?

No se atrevió a contestar, el corazón le latía en exceso y su cerebro perdió la mitad de sus capacidades cognitivas, la visión de Amelia en su oído, su aliento cálido adentrándose en su piel y su olor a flores de verano secuestraron todos sus sentidos. Demasiados estímulos y muy poca contención. Se atrevió a dirigir la vista a los ojos miel de su amiga y fue en ese instante cuando todo se descontroló. Su cuerpo dejó de responder a las ordenes de su corteza cerebral, perdiendo cualquier capacidad motora que le instara a huir de ahí. Amelia la retenía con un solo suspiro y lo sabía, era consciente del poder que ejercía sobre la rubia y, una parte de ella, disfrutaba como nunca antes lo había hecho. 

Estar con Carlos había supuesto ganar una libertad que nunca antes había tenido, poder estar así con Luisita, a escasos centímetros, notando su respiración irregular y el vaivén de su pecho  era inconcebible. Cuanto más se dejaba ser, más quería perder el control, estrellar sus labios contra los de su amiga y demostrarle, por fin, que siempre había sido ella. 

Acortó los escasos centímetros que la separaban, se inclinó hacia su boca y justo antes de rozarla, murmuró un "siempre he sido tuya" que fue directo al pecho de Luisita, instalándose en su ventrículo izquierdo protegido por su caja torácica, dejó escapar un suspiro lleno de tensión y de ganas como anticipo de lo que iba a suceder, porque no permitió que Amelia alargara más aquel momento, colocó sus manos alrededor de su cuello y juntó, con un movimiento rápido, sus labios con los de su amiga que no tardó en responderle con una leve embestida, humedeciendo su labio inferior con la punta de la lengua,  sacando, a su vez, de su boca, un pequeño gemido de placer. Profundizaron el beso con las misma ganas con las que se habían mirado minutos antes, se deshicieron de sus miedos cuando la reciprocidad de sus labios se tradujo en un nuevos besos húmedos y llenos de gemidos que llenaban el cuarto de Luisita y convertían el querer en una necesidad inagotable de besos. 

- Am... - Se separó lo justo para respirar.

La morena no respondió, se limitó a volver a juntar sus labios con los de ella, como si besarla fuera más vital que la propia respiración.

- Ame... - Insistió apartándose unos centímetros y colocando las manos en el pecho de Amelia como barrera de seguridad entre ambas. 

- Dime... - Susurró manteniendo la distancia suficiente para no perder el contacto con Luisita, existía una necesidad imperiosa de sentirla, de no perder el calor de su piel. 

- ¿Qué está pasando? - Preguntó en un fino hilo de voz teñido de una inmensa inseguridad. 

Por mucho que le encantase compartir esa intimidad con su mejor amiga, necesitaba respuestas, necesitaba saber qué tenía con Carlos y qué sentía por ella. 

Hizo una breve pausa antes de tomar distancia entre ambas, dio un paso atrás y fijó la vista en Luisita para, segundos después, desviarlos a la cama donde estaba el caos de ropa que intentó ocultar inútilmente.

- ¿Y eso? - Señaló el colchón. - ¿Te vas? 

Luisita dirigió la mirada hacía donde estaba la maleta y volvió al mutismo, no supo o no quiso responder, no ahora, la visita de Amelia y aquel beso podían cambiarlo todo, pero para eso necesitaba saber qué estaba pasando entre ellas.

- Amelia ¿qué está pasando?. - Le pidió.

- Te ibas a ir y no me ibas a decir anda. -  Fue una afirmación más que una pregunta, una afirmación llena de incredulidad y de dolor.

- No cambies de tema... - Instó. - ¿Qué somos?  - Repitió desesperada.

- Esta visto que nada. - Sentenció con la mirada cargada de brillos y un sentimiento de decepción invadió su cuerpo. - No me lo puedo creer. - Farfulló alejándose varios pasos más hacia la puerta.

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