Capítulo 42

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Se había asegurado que todo estaba limpio y ordenado antes de que llegaran, conocía las manías de su chica y lo último que quería era que se sintiera incómoda. Esa misma mañana, además, le había comprado sus pasteles favoritos y se había acercado a la plaza de Tirso de Molina para coger una flores. Le abrió la puerta y con un gesto de mano le indicó que pasara primero, Amelia sonrió con dificultad, aún le dolía todo el cuerpo, y se adentró en el hogar que tanto había extrañado. Tan solo había estado treinta horas fuera de casa pero sentía que había sido una eternidad.  Repasó la estancia y descubrió encima de la mesa del salón un jarrón blanco con un ramo de gerberas rosas y amarillas, su favoritas, y una bandeja con sus pasteles. Se giró para encontrarse con una Luisita sonriente que acababa de cerrar la puerta, la notaba algo nerviosa y un poco cohibida.

- Gracias. - Murmuró, tendió su mano hacia la rubia.

- Quería que estuvieras cómoda. - Añadió tímida entrelazando sus dedos.

- No hacía falta, sabes muy bien lo que necesito. - Volvió a sonreír aunque esta vez sus labios se extendieron más por su rostro. Tiró de su chica y la abrazó.

No tardó en devolverle el abrazo, abarcó con sus brazos la cintura de Amelia y adentró su nariz en el hueco de su cuello, al notar los rizos inspiró su aroma ¿cómo podía seguir oliendo tan bien?

- Será mejor que te tumbes, ya oíste al médico, debes guardar reposo. 

- Lo sé... - Se separó a regañadientes y se acercó al sofá.

- No crees que es mejor en la cama - Preguntó inocente.

- Con una condición. - Volvió a dirigirse a ella, con los ojos clavados en sus pupilas, la rubia alzó la mirada para que continuara con la condición. - Que te acuestes conmigo.

La noche que pasó en el hospital no pudo dormir con ella, ni siquiera pudieron estar juntas en la habitación y la echó de menos. La hora en la que se despertó nadie estaba con ella, al comprobar, una y otra vez, que la habitación estaba vacía, su corazón se aceleró, lo último que recordaba eran los sonidos de disparos. Y después todo se volvió negro. Si Luisita no estaba con ella, si nadie estaba con ella, solo podía significar una cosa. Sus ojos se abnegaron en lágrimas y una fuerte presión en el pecho cortó su respiración de forma abrupta. Intentó pronunciar el nombre de Luisita, pero las letras se atascaban en su garganta y se clavaban sin esfuerzo en sus cuerdas vocales. Sentía un intenso dolor incapacitando cada parte de su ser.

- ¿Amelia? - Escuchó una voz. - ¿Amelia? - Una mano la agarró recordándole donde estaba. Sus miradas se encontraron y observó a la enfermera con expresión preocupada.

- ¿Luisita? - Logró pronunciar a duras penas. Tenía la boca seca y el aire raspaba su garganta. 

- Luisita está bien. No puede estar aquí pero está en la sala de espera.

Y todo volvió a tener sentido. El llanto cesó y su corazón comentó a ralentizarse a la par que su respiración. Si Luisita estaba bien, todo estaba bien.

La enfermera le puso en situación, le informó de todo lo acontecido, Amelia no recordaba casi nada del incidente, le explicó que era normal debido a la intensidad del momento y que, poco a poco, recobraría la memoria e iría recordando pequeños detalles. Una parte de la morena, no quería recordar. A veces vivir en la ignorancia era mejor, y algo muy en el fondo le decía que, esta vez, preferiría la ignorancia antes que el recuerdo.

Una vez que se cambió, se tumbó con ayuda de Luisita, la miró con una sonrisa y golpeó un par de veces el colchón con la mano como señal para que la rubia se metieran en la cama con ella. No dudó ni un segundo, la necesidad de sentir su calor y tocar su piel era mayor que cualquier otra necesidad vital. 

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