Capitulo 5

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- ¿Qué haces aquí? - Preguntó dejando pasar a Luisita a su cuarto.

Era una habitación de pequeñas dimensiones y con una decoración bastante austera, sin embargo resultaba bastante acogedora. Entró con cautela haciendo el mínimo ruido posible, sabía que Devoción tenía un oído muy fino, más de una vez las había pillado a altas horas de la noche leyendo bajo una ligera luz.

- ¿Has llorado? - Fue lo primero que quiso saber en cuanto vio sus ojos rojos.

Amelia apartó la mirada avergonzada y negó con la cabeza mientras se alejaba.

- ¿Seguro? Tus ojos parecen decir lo contrario.

- Es la alergia - Se excusó.

- Pero si tú no tienes alergia. - Sonrió. - ¿Qué pasa, Amelia? - Se acercó a ella, pero se volvió a alejar.

- Nada. Es tarde, es mejor que te vayas. 

Luisita se detuvo en seco, era la primera vez que se mostraba tan distante y que la invitaba a irse. Fijó su mirada en ella, buscando en su rostro algún gesto o señal que le indicara el porqué de su actitud, una punzada de ansiedad recorrió su vías respiratorios, había un miedo a la pérdida latiendo cada vez más fuerte en su interior.

- De verdad quieres que me vaya. - Murmuró dejando ver el desconcierto y el dolor que aquellas palabras habían causado en ella.  - ¿He hecho algo? - Preguntó apenada. - Es por...

- No, no. - Interrumpió. - No, es mi padre,  como te vea... - Dirigió la mirada a la puerta con miedo.

Había visto ese miedo en su rostro en varias ocasiones. Conocía ese brillo en los ojos y  la forma de agarrar el borde su camiseta, por primera vez, desde que llegó, se fijó que llevaba una chaqueta fina que le cubría los brazos.

- ¿Por qué llevas una chaqueta?

De forma automática estiró las mangas de la misma.

- Tengo frío.

- Estamos a treinta grados, Amelia. - Respondió con delicadeza dando un par de pasos hacia ella.

- Ya sabes que esta casa siempre ha sido muy fría.

- En invierno, no ahora.

Sus miradas se encontraron por fin, Amelia volvió a aferrase a sus mangas y se mordió el labio nerviosa mientras sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas. La rubia se acercó sin apartar la vista, con un movimiento lento y cargado de preocupación se deshizo de la chaqueta de Amelia que apenas se movió, estaba clavada en el suelo y en los ojos de su amiga, sin decir nada le daba la seguridad que hacía menos de una hora no sentía. Tembló al notar sus dedos acariciando sus brazos a medida que la rebeca se deslizaba por su piel dejando al descubierto varios moretones y la marca de unos dedos alrededor de la muñeca.

- Amelia... - Susurró conteniendo la rabia y la impotencia.

- Estoy bien... - Aseguró. 

Le quitó la chaqueta de sus manos y se alejó hacia la cama.

- Amelia, que soy yo. - Insistió sentándose a su lado.

La rubia dejó que el silencio las envolviera varios instantes esperando a que su amiga se decidiera a hablar. Necesitaba su tiempo, superar la vergüenza y la culpa para poder verbalizar lo ocurrido, para ser consciente que lo que realmente sucedía en su casa, con ellas. A veces se necesita oír la verdad en voz alta para tomar conciencia. 

- Llegué tarde. - Fue lo único que dijo y lo único que necesitó saber, extendió su mano hacia la morena y aferró la suya en señal de apoyo.

- Esto va  acabar antes de lo que esperas, de verdad. - La morena la miró tras aquellas palabras y en sus pupilas pudo un leer "ojalá", sus mejillas bañadas y sus párpados húmedos pedían auxilio a la única persona que la protegía de aquella realidad.

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