Capítulo 39

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1977

- El Gobierno podrá liberar a todos los presos políticos. Las disposiciones aprobadas ayer por el Consejo de Ministros ponen en manos del Gobierno la posibilidad de llevar la amnistía hasta sus últimas consecuencias...  - No terminó de leer, lanzó el periódico a la mesa junto con los restos del desayuno. -  ¿Y qué pasa con mi tía ? ¿Y con todas las mujeres que están en la cárcel por delitos absurdos? ¿O los homosexuales? ¿Cuándo van a derogar esas leyes absurdas? Mucha amnistía, mucha amnistía pero aquí solo se benefician los de siempre. 

Apenas eran las nueve de la mañana y Luisita ya estaba indignada. El país estaba en pleno cambio político, los transportistas ,los agricultores, todos los gremios salían a la calle a conquistar los derechos que la dictadura les había arrebatado, pero ellas seguían luchando por un espacio que nunca habían tenido, sus voces solían verse eclipsadas por el resto y eso mermaba el ánimo a cualquiera. 

- Amor, relájate... -  Se acercó, le rodeó el cuello con los brazos desde atrás y le dio un pequeño beso en la mejilla.

- Es que Amelia no es justo...  y todo va tan lento.- Refunfuñó. - Espero que a esta manifestación vaya más gente,  la gente está empezando a desilusionarse y no me extraña, parece que España avanza pero no avanza.

- Es cuestión de tiempo, no puedes pretender que todo cambie de la noche a la mañana.

- Claro que no, pero es que ningún partido se está haciendo cargo de nuestros problemas, ni siquiera el PCE.

- Con nuestros te refieres a nosotras. - Las señaló a ellas dos.

- Sí, a nosotras y a Clara, nadie habla de ellas y mira todo por lo que está pasando Raquel.

- Por cierto ¿cómo está?

- Pues apunto de cerrar la librería. - Respondió resignada.

Desde aquella nota, el negocio de Raquel no paró de recibir ataques, piquetes en la puerta, pintadas, roturas de cristales y una muy mala fama. La clientela había descendido de forma significativa, el miedo a las represalias por apoyar a gente como "ella" o el miedo a ser descubiertos habían provocado que gran parte de los clientes dejara de acudir a las reuniones y de comprar sus libros. Todo el esfuerzo y el trabajo que la morena había empleado durante años parecían desvanecerse en un instante. 

-  ¿Y no se puede hacer nada?

- No, ha denunciado ya varias veces y nada, todo se queda en tierra de nadie y eso es lo que más me fastidia, Amelia, que estamos en tierra de nadie, que no nos ampara nadie, no tenemos nada a lo que aferrarnos. Por eso hay que ir a la manifestación, tienes que venir.

- ¡Otra vez! - Respondió molesta. - Lo hemos hablado mil veces, no quiero estar ahí, te apoyo en todo,  ya lo sabes, pero me sigue pareciendo muy peligroso, y más ahora que la gente parece que solo entiende el lenguaje de la violencia.

- Pero es que eso lo que quieren que nos quedemos en casa,  paralizarnos con el miedo ¿no lo ves?

- No me vas a convencer, Luisita, por favor, respétame. - Le suplicó.

- Está bien, perdona.  - Cedió decepcionada. - Pero dame un beso. - Pidió con media sonrisa para distender el ambiente. La morena se volvió hacia ella y con su expresión de " no puedo con esta persona" le dio un beso en los labios.

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