Capítulo 20

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Dos camas de ochenta llenaban aquel minúsculo espacio con olor a naftalina, al lado de la ventana, que daba a una calle estrecha y oscura, un armario de dos puertas invadía el resto de pared. 

- No es la mejor habitación del mundo pero algo es algo ¿no? - Comentó Luisita al ver la cara de susto de su amiga.

- Hemos dormido en sitios peores, recuerda cuando intentamos acampar.

- No llegamos a dormir. - Añadió divertida.

- Solo se te ocurre a ti ponerte a contar historias de miedo con lo que las odio.

- Porque eres una miedica, te asustas con nada... - La morena ignoró el comentario y continúo con su revisión meticulosa de la habitación.

Luisita esperó unos segundos a que Amelia se distrajera comprobando la salubridad de las sábanas cuando la atacó por detrás sacándole un grito que no pudo ahogar.

- ¡Luisita! - La golpeó conteniendo la sonrisa. - Parece que las sábanas están limpias.

- Y el baño - Señaló tras entrar en él. 

Se sentó en una de las camas y las observó, una y otra vez, detectando que lo único que las separaba era una pequeña mesilla que iba a juego con el armario.

- Amelia... 

- Dime...

- Y si quitamos la mesilla.

- Quítala. - Dijo sin mirar, estaba concentrada deshaciendo la maleta.

- Y si juntamos las camas, son muy pequeñas.

- Júntalas. -Contestó sin la importancia que la rubia le había dado a aquella última frase.

- ¿Segura?

Fue al escuchar esa indecisión cuando la morena alzó la mirada y se encontró con la de la rubia y aquel gesto en su cara de vergüenza, un gesto que pocas veces había visto en ella. Le causaba mucha ternura comprobar como la situación en la que se encontraban provocaba en ella miles de miedos e inseguridades, la mayoría basadas en la nada. Le conmovía observar como su presencia la alteraba tanto, nunca se sintió capaz de crear ese tipo de sentimientos en una persona y mucho menos en Luisita, su mejor amiga, la persona con la que había crecido.

- Por qué no lo iba a estar... - Tomó la iniciativa, apartó la mesilla y juntó las camas. - Así tendremos una cama de 160. - Sonrió mientras regresaba al armario. 

Luisita aprovechó para descalzarse y tumbarse en la cama, ahora doble, y esparcirse por los dos colchones, invadiendo el espacio de la morena, Amelia que no le había quitado el ojo de encima, sonrió y sintió como cientos de mariposas recorrían sus entrañas.

- Amelia... - La llamó melosa, como una niña pequeña que quiere llamar la atención.

- ¿Qué?

- Deja el armario y túmbate conmigo, por fi. 

Como negarse a esa petición. No tardó ni tres segundos en dejar lo que estaba haciendo y reposar a su lado, se acercó a ella y sin pretenderlo juntó sus brazos hasta rozar los de ella. Una descarga eléctrica se repartió por todo su sistema nervioso erizando los vellos de las dos.  Clavaron sus miradas en el techo lleno de humedades, sabían que el momento estaba próximo, que aquella conversación que ansiaban, pero que temían, iba a brotar de sus labios en cualquier instante. 

Es curioso como aun sabiendo que estás en las mejores manos, cuesta entregar el corazón. 

- ¡Mira! Esa mancha parece una pera.  - Señaló Luisita intentado romper aquel silencio que se había instalado entre ellas y que parecía ser el preludio de un gran cambio. 

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