Los días transcurrieron entre telas y tardes al sol y la conversación, que tanto necesitaba Luisita, se iba dilatando con las horas. Desde aquel acercamiento, la morena se mostraba más distante y más despistada, dejaba que su mente viajara a un lugar que la rubia desconocía, su mirada se perdía entre cuadernos y números, sus manos se llenaban de pequeños picotazos de las agujas de los bajos y su conversación se inundaba de silencios. Los primeros días, Luisita intentó hablar con ella, encontrar un hueco entre comidas y descansos, pero aquella actitud, la cabeza gacha y la obsesión por no parar de trabajar, detenían cualquier intento. Se dio por vencida y ese fuego, que parecía haber comenzado aquella tarde en el local, se fue mitigando con las banalidades de Amelia. Habían dejado de hablar de las Fiestas, se convirtió en un tabú para ambas, como si fuese la caja de Pandora y no quisieran abrirla por miedo a lo que pudiera salir de ahí. Y sobre los moretones de Amelia... no había nada nuevo que decir. Luisita se limitaba a narrar sus tardes en el bar y a compartir algún cotilleo del pueblo mientras que Amelia solo hablaba de su hermano pequeño y sus travesuras. Habían dejado de hablar de ellas.
Esa tarde se buscaron más que los días anteriores, aquella nueva normalidad, donde fingían que todo iba bien, comenzaba a caer por su propio peso, algo rondaba en el ambiente, una sensación de extrañeza, el deseo de volver a la comodidad, a regresar a lo que para ellas era casa. Luisita intentó varios acercamientos, algún comentario jocoso sobre Doña Lupe, una vecina metomentodo y con un gusto pésimo, pero solo consiguió una leve sonrisa de su amiga. Por su lado, Amelia sentía un fuerte nudo en el pecho que fue creciendo con los días, escuchaba comentarios en su casa, susurros entre su madre y su padre, y eso le hacía temblar. La última vez que en su casa reinó los cuchicheos su padre decidió mandar a Amelia, con tan solo 12 años, a un campamento de verano, una especie de retiro con unas monjas de la orden de las Carmelita. Al año siguiente, suplicó a su madre para no volver, recibió varias bofetadas por su impertinencia, pero prefirió eso a pasar otros quince días bajo esos techos abovedados llenos de humedad y de sufrimiento. No quiso decirle nada a Luisita porque sabía que eso le ponía de mal humor, la frustración y la impotencia por no poder evitar aquellas situaciones, le enervaba tanto que solía dejarse llevar por su impulsividad, y Luisita cuando era impulsiva era muy peligrosa.
- ¡Chicas! - Llamó Rosa desde la entrada de la puertas. - ¡Venid a ayudarme! - La costurera sujetaba varios vestidos en ambas manos. Amelia en cuanto la vio fue a su búsqueda seguida de Luisita.
- ¡Qué bonitos! - Exclamó nada más ver los diseños que fueron colocando en los diferentes maniquís.
- Vienen directos de Sevilla - Informó Rosa orgullosa. - Diseños únicos y exclusivos, los he pedido para las fiestas.
- Nos los van a quitar de las manos. - Comentó Luisita.
Aquella exclusividad era el sello de Santa Amalia, cualquier prenda, zapato o complemento que diera pie a comentarios era carne de cañón para las mujeres del pueblo. Se pelearán por ellos pensó la rubia mientras terminaba de colocar el último modelo.
- Seguro que Doña Lupe está aquí la primera, pegada al escaparate esperando a que abramos con restos de churro todavía en la boca. - No pudo evitar reír imaginándose aquella estampa.
Miró a Amelia con la esperanza de ver algún tipo de reacción en su rostro, necesitaba que la mirase, que rompiera con esa silencio impuesto, que todo volviera a la normalidad.
Odió aquel acercamiento.
Odió aquel amago de beso.
Sin embargo, Amelia parecía estar en otro cosa, observaba con admiración el vestido que acababa de colocar en el maniquí. Recorrió con la mirada el color de la tela, la caída de la falda y aquel escote en "V"

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Invisibles
Fanfiction1976. Luisita y Amelia viven en un pequeño pueblo de Badajoz donde la dictadura sigue presente tanto fuera como dentro de sus casas. Lo único que tienen para escapar son los libros que la tía de Luisita, Clara, les manda todos los primeros miércole...