1976
El verano era más sofocante que cualquier otro año, un viento ardiente procedente de algún lugar de África viajaba a través de los paseos bordeando los edificios y adentrándose en la concurrida y pequeña plaza de Santa Amalia, el calor de secano se elevaba desde los adoquines hasta alcanzar a los viandantes obligándoles a quejarse y a secarse el sudor de las frentes . A pesar de las altas temperaturas, las calles se veían envueltas del jolgorio y de las risas de quienes saben que el inicio de las vacaciones están próximas, las conversaciones improvisadas de los vecinos se entremezclaban con los ensayos de la orquesta del pueblo que, como cada mañana, se reunían enfrente del ayuntamiento. En uno de los bancos más apartados, Luisita sostenía con fuerza las tapas de un libro de Virginia Woolf que leía ávida con una sonrisa y con un brillo en los ojos. No era el primer libro que leía aunque sí el primero de Virginia Woolf. Lo leía a escondidas, intentando ocultarse de la muchedumbre para que el panadero, el mejor amigo de su padre, no la viera y fuera con el cuento a casa. Santa Amalia era demasiado pequeña y cualquier cosa, hasta la caída de las hojas, era susceptible de ser noticia. El aburrimiento y el hastío eran los detonantes de los conflictos que se generaban con el boca a boca para acabar explotando en el interior de las casas.
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Luisita comenzó a resguardarse en el universo de la lectura con apenas ocho años y gracias a su tía Clara, la hermana de su madre, que se empeñó en inculcarle el placer por la lectura. Con su primer libro descubrió una ventana donde poder asomarse y vivir otras vidas que en aquel lugar creía no poder, con los años, aquellos libros de aventuras se fueron convirtiendo en ensayos, en reflexiones escondidas en simples historias. Luisita aprendió a entrever en esos relatos el trasfondo de mujeres que decidieron luchar por la libertad que carecían debido a su época. Su afición se convirtió no solo en su refugio si no también en su arma.
Aquel día, el cartero le había entregado un paquete.
¡Carta para Luisita! gritó Eusebio, un hombre avanzado en edad, que repartía cada miércoles las cartas y los paquetes recibidos.
Tras aquella frase, Luisita salió rauda a la puerta, sabía muy bien quién era el remitente.
Todos los primeros miércoles de cada mes recibía un regalo de su tía Clara, lo que nunca sabía era el contenido exacto. A veces, la sorprendía adjuntando con el libro alguna revista o algún vinilo. Cuando cumplió los quince años, le regaló un tocadiscos, su bien más preciado y el más codiciado en el pueblo, tanto que hasta su prima tercera, la hija del alcalde, se lo llegó a pedir para su boda, decía que quería la voz de Nino Bravo inundando el salón del banquete. No pudo negarse, era la hija del alcalde.Clara fue la única de la familia de su madre en ser universitaria, era el orgullo de la familia y también la envidiada por muchos en Santa Amalia. Una carrera universitaria era sinónimo de éxito y de prosperidad, pero sobre todo, era la posibilidad de salir de aquel lugar que te retenía con sus tradiciones y sus rutinas. En cuanto pudo se marchó a la capital con un pequeño macuto y dispuesta a labrarse un futuro; su futuro soñado. Para Luisita era su ejemplo a seguir, la esperanza de que todo podría cambiar.
Quitó el papel sin cuidado, rasgándolo y haciendo una bola con los restos que se iban acumulando en su mano, leyó el título Un cuarto propio. Sonrío divertida, apenas lo tenía entre sus manos y ya podía sentir un leve cosquilleo recorriendo sus dedos; era la emoción de adentrarse en un nuevo universo. Regresó a la casa y con una voz informó a su madre, que estaba en la cocina, que se iba a la plaza donde había quedado con Amelia, su amiga de la infancia.
Al llegar se sentó en el banco de siempre, un bloque de piedra escondido en la parte arbolada de la plaza, estaba apartado del bullicio y por la noche, cuando las farolas se encendían, era el único rincón donde la luz no llegaba alcanzar, dotando a ese espacio de un misticismo que tanto Amelia como Luisita adoraban. Con el paso del tiempo, acabó convirtiéndose en su lugar de encuentro, el lugar donde siempre acudían cuando las cosas en casa no iban bien. Aquel banco fue testigo de sus confidencias, de todos los sueños y planes de vida, pero también de los llantos silenciados y del miedo incapacitante.
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Invisibles
Fanfic1976. Luisita y Amelia viven en un pequeño pueblo de Badajoz donde la dictadura sigue presente tanto fuera como dentro de sus casas. Lo único que tienen para escapar son los libros que la tía de Luisita, Clara, les manda todos los primeros miércole...