Capítulo 37

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Ver a Raquel ahí, en la tienda cuando debía de estar con Luisita, le asustó. Su corazón y el tiempo se detuvieron unos instantes, los suficientes para que en su mente se recrearan mil escenarios diferentes de tragedias y todas relacionadas con su rubia.

- ¿Le ha pasado algo a Luisita? - Fue lo primero que dijo en cuanto se acercó a ella. Ni un hola ni un ¿cómo estás?  Fue directa a lo importante, a descubrir por qué su novia no estaba con ella en el negocio cuando llevaban todo el día juntas.

- No, no, nada... - Respondió apurada al ver el rostro de preocupación de la morena.

- ¿Y dónde está? ¿Qué haces tú aquí? - La avasalló. 

- He venido porque me ha pedido que la esperes en casa.

- ¿En casa? - Dijo extrañada. -  ¿Ha ido bien con Clara? ¿Está Clara bien? 

- Sí, sí, está todo bien... Amelia, de verdad, Clara está bien y Luisita también.

- Vale, vale. - Respiró aliviada. - Me dejas más tranquila, es que me ha resultado extraño verte aquí... y sin ella.  - Últimamente las veía mucho juntas, demasiado para su gusto. - Y quiere que la espere en casa.

- Sí, eso me ha dicho, eso y que vayas directa del trabajo.

- Vale,  gracias por el recado. - Sonrió educadamente. - Lo siento, tengo que seguir trabajando. - Se excusó.

- Sí, claro, yo tengo que ir ahora a la librería, con un poco de suerte mañana podré abrir de nuevo.

- ¡Qué buena noticia! - Se alegró por ella. - Me voy, suerte con la librería. - Agitó la mano a modo de despedida y se adentró en la trastienda.

Consultó el reloj y comprobó que solo quedaban un par de horas para el fin de jornada y se puso nerviosa. Muy nerviosa. Los últimos días Luisita y ella habían estado muy distantes, se excusaban en el cansancio en cuanto llegaban a casa y se iban directas a la cama, muchas de esas noches ni siquiera cenaban, temían tener el tiempo y el espacio suficientes para verbalizar las palabras claves y convertir la distancia en kilómetros, temían herirse y enrarecer más el ambiente pero aquel mutismo conseguía precisamente eso; más frialdad entre ellas, más inseguridades y una ausencia que las quemaba por dentro. 

Anduvo rápido, esquivando a los viandantes y con la mirada fija, concentrándose en sus pasos y en el camino a casa, al lugar donde estaba Luisita porque su casa era ella y cada día lo tenía más claro. Esa misma tarde lo cercioró cuando vio que su novia no estaba con Raquel, pensó que algo le había ocurrido y, por unos segundos que parecieron horas, su mundo se tambaleó y una parte de ella pareció resquebrajarse. Desde entonces aquel sentimiento de inquietud y desasosiego no se desvanecía. La única manera para que desapareciera tenía forma de mujer y respondía al nombre de Luisita Gómez. 

Subió de dos o en dos los escalones, con el corazón latiendo fuerte dentro de su pecho y con la respiración irregular. Se paró delante de la puerta, tomó aire y miles de mariposas iniciaron sus vuelos en el interior de estómago. La anticipación de ver a la rubia le provocó una sonrisa enorme, de esas que recorren el rostro de un extremo a otro y sus pupilas se dilataron. Abrió intentando no temblar,  el miedo a perderla y a que no estuviera se le mezclaba con las ganas de abrazarla y comerla a besos. Hacía días que no lo hacía y sus labios no paraban de reclamarla, su cuerpo entero lo hacía también. ¿Se sentiría igual Luisita? pensó en cuanto entró en la habitación y la vio.

Estaba de pie frente a la cama, llevaba un vestido de flores amarillas y naranjas ajustado que le  marcaba su cintura de avispa, con un escote en forma de pico y por encima de las rodillas.  La recorrió con la mirada admirando su cuerpo y la forma en la que el vestido se adhería ella. Deseó quitárselo igual que deseó besarla en ese instante, como siempre habían hecho.

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