Capítulo 54

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- ¿ A qué hora hemos quedado?

- A y media.

- ¿Y qué hora es?

- Y media

- ¿Y por qué no están aquí?

- Porque la puntualidad no está hecha para todo el mundo, Luisita, relájate, vendrán.

- ¿Y si no vienen?

- ¿Por qué no iban a venir?

- Porque las han visto en la manifestación y se las han llevado presas.

- Luisita, por Dios, no pienses eso, además es muy difícil que pase. Aparecerán en cualquier momento. 

- No sé... - Miró por octava vez la puerta del bar mientras jugaba con su taza de café.

La noche anterior, Amelia y Luisita quedaron con Lourdes y Raquel en el bar de siempre al día siguiente, tanto unas como otras, tenían muchas ganas de verse y de contarse todo lo que había pasado, pero la rubia se había pasado la mitad de la noche elucubrando, temiendo que las reconocieran y las llevaran al cuartel, porque sí, la manifestación fue un rayo de luz al final del túnel, pero ya habían escuchado casos de represalias en la ciudad Condal y eso le aterraba porque toda acción tenía una consecuencia y en su realidad dichas consecuencias solían ser negativas.

- Mira, ya llegan... - Le anunció Amelia al verlas tras el ventanal.

En cuanto entraron, todos los ojos se dirigieron a ellas. La gente del bar eran clientes asiduos al igual que ellas y aunque no hablaban entre sí se conocían y sabían que habían estado en Barcelona, así que su llegada creó mucho más expectación de lo esperado, su llegada y el cómo llegaron. Tanto Lourdes como Raquel presentaban algunos cardenales en la cara, la abogada cerca del ojo, en el pómulo izquierdo, y Raquel en la mandíbula. En cuanto las vieron, Amelia se lanzó a por Lourdes y Luisita a por Raquel.

-¿Cómo estáis? - Soltó la rubia entre abrazos.

- Estamos que no es poco. - Bromeó Raquel tomando asiento una vez que saludó a Amelia. 

La pareja no tardó en recuperar sus posiciones en la mesa y Lourdes las imitó sentándose enfrente de ellas.

- Estamos bien. - Apuntilló la abogada.

-No lo parece... - Murmuró Luisita sin apartar los ojos de los cardenales.

- No fue nada y apenas duele.

Se quedaron en silencio, compartiendo las miradas e intentando no darle más importancia a esos morados. Amelia no podía evitar recordar a su madre y Luisita no paraba de pensar en Amelia y en todos sus miedos. Al final tenía razón y la lucha era demasiado peligrosa, sin embargo, a pesar de la gravedad del asunto, tanto Lourdes como Raquel se las veía contentas, cansadas pero contentas. No había ningún indicio de arrepiento en sus expresiones y eso le llamaba la atención a Luisita. Su sentimiento de culpa por haber hecho las cosas mal la consumía y, en muchas ocasiones, le impedían hacer lo que realmente quería. El miedo y la culpa se habían instalado en ella y parecía que no tenían intención de marcharse.

- ¿Cómo fue? - Amelia inició la conversación con una leve sonrisa y pidiéndole al camarero dos café más para sus amigas.

- Debisteis de pasar mucho miedo ¿no? - Añadió Luisita.

- ¡Que va! - Respondieron al unísono.

- A ver algo de miedo hubo, pero sólo cuando comenzaron las cargas y no duró mucho, en seguida se disolvió la manifestación. - Explicó Lourdes.

- Esos cabrones no tardaron en querer callarnos pero no lo lograron ni lo van a lograr. 

- ¡Fue increíble! Nos acordamos mucho de vosotras, ojalá hubierais estado ahí.

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