Capítulo 27

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La vio cruzar la calle sin echar la vista atrás. La recorrió con la mirada y sin verla sabía que sus ojos estarían con ese brillo previo a las lágrimas. Cuando observó como su nariz se arrugaba comprendió que en su interior se había desatado una lucha interior, pero una parte de ella deseaba tanto quedarse, continuar vinculada a ese grupo de mujeres. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que estaba donde tenía que estar. Le pudieron más las ganas de estar que de irse, pero sus rizos se habían clavado en su retina. Esa huida era un deja vu y su cuerpo, casi de forma involuntario, comenzó a caminar en su búsqueda. No podía dejar que se fuera de esa manera.

Se fue abriendo paso entre las personas, esquivando pancartas y alzando de vez en cuando la voz. Recorrió gran parte de la calle, hasta que una mano ajena la retuvo.

- Estabas también en el hospital ¿no?

Una voz cálida y aquella presión en su brazo lograron que se detuvieran en su persecución hacia Amelia, alzó la mirada hasta dar con unos ojos verdes que le resultaron demasiado familiar.

- ¿Qué?
- Perdón. - Le dedicó una sonrisa y convirtió el agarre en una leve caricia. - No quería asustarte.
- Tranquila... - Logró decir extrañada por aquel encuentro.
- Te vi el otro día en la concentración del hospital.

Era ella; la mujer de ojos verdes y pelo rizado que había visto en varias ocasiones.

- Si, si, estuve ahí.
- Ya decía yo, una cara así no es fácil de olvidar. - Volvió a sonreír logrando ruborizar a Luisita que, instintivamente, bajó la mirada. - ¿Te vas?
- Sí, bueno... - Dudó unos instantes antes de responder. - Iba a buscar a una amiga.
- Entonces no te entretengo, solo quería saber como te llamabas... - La observó esperando una respuesta.
- Lu.... Luisita... Me llamo Luisita.
¿Por qué aquella mujer le ponía tan nerviosa? Sí, era preciosa y tenia un atractivo que llamaba la atención a cualquiera, pero no era la primera mujer que veía con esas características, sin ir más lejos, Amelia siempre había tenido esa belleza hipnótica que captaba la mirada de todos y de todas. Sin embargo, aquella mujer irradiaba una seguridad y una confianza que Luisita, en ocasiones, añoraba en Amelia.
- Y tú eres...
- Raquel. - Se acercó a ella, sin previo aviso, y le dejó dos besos en las mejillas consiguiendo que su tez se enrojeciese más de lo esperado.
- ¿Trabajas en el hospital? - Lo soltó casi sin darse cuenta mientras su cuerpo tiraba de ella en busca de Amelia. Sonrió tímida por aquel arranque de interés. Un interés que la joven de ojos verdes no dudo en desaprovechar.
- No. - Volvió a sonreír de forma coqueta arrancando, por fin, otra sonrisa en la rubia. - Solo fui para apoyar la causa. Si no nos apoyamos entre nosotras a ver quién lo hace. Yo soy librera.
- ¿Librera?
- Sí, librera, trabajo en una librería. En una librería para mujeres. - Metió la mano en uno de los bolsillos de sus pantalones y le entregó una tarjeta.

Librería Mujeres*
Calle de San Cristóbal 17

- ¿Te gusta leer?
- Me encanta. - Respondió aceptando la tarjeta.
- Pues ven a verme, bueno, a vernos. - De nuevo aquella sonrisa. - Tenemos un club de lectura que seguro que te va a encantar.
La rubia asintió sin llegar a pronunciar ninguna palabra.
- Bueno... - Miró más allá de la calle, había perdido el rastro de Amelia. - me tengo que ir que llego tarde. - Se excusó.
- Y tú no eres de llegar tarde ¿no? - Alzó una ceja divertida.
- No suelo, no. - Respondió nerviosa a medida que se alejaba de ella, intentando salir de aquella emboscada a la cual había entrado voluntariamente.
- Nos vemos ¿no? - Elevó la voz para que la escuchara. - Te espero en la librería.
- Sí, claro, iré. - Sonrió mientras dejaba sus ojos verdes detrás de ella.
¿Qué había pasado? ¿ Había flirteando con aquella mujer? No pudo disimular una ligera sonrisa, sentir que generaba interés en otra mujer que no era Amelia le había despertado un leve cosquilleo, como una pequeña descarga en la boca del estómago, una descarga que se desvaneció en el instante en el que los rizos Amelia y sus ojos miel hicieron acto de presencia en su mente, recordándole que la joven se había marchado molesta y debía encontrarla.

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