Capítulo 31

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Las palabras de Lourdes se repetían, una y otra vez, golpeándola de forma insistente sin dejarla apenas tomar aire. Miraba a los lados perdida en un mar de desconcierto y de incredulidad, con las manos aferradas a Amelia temiendo hundirse en cualquier momento, con la ilusión de que todo fuera un mal sueño, una de esas pesadillas en las que despertaba agitada y la morena la acogía entre sus brazos para recodarle que todo iría bien y aunque podía sentir sus brazos y el calor de su respiración en su cabello, nada parecía ir bien.
- ¿Dónde estás? - El apremio se pudo leer en el tono de Raquel que seguía comunicándose con Lourdes después de aquel golpe.
-  En la casa abandonada.
- ¿Estás sola?
- Sí...
Unas interferencias obligaron a romper con la comunicación, temían ser descubiertas.
- Natalia... - La miró indicándola lo que tenía que hacer. La pelirroja asintió y en cuanto pudo dio media vuelta.
- Vamos a ir a por Lourdes - Esta vez su voz fue mucho más suave, su mirada iba dirigida a Luisita que seguía con la vista fija en la ventana. - Así nos contará qué ha pasado. - Volvió a fijar la mirada en la rubia. - Luisita.  - La llamó varias veces hasta captar su atención. - No adelantemos acontecimientos. No tiene por qué pasar nada. - Intentó sonar convincente pero su rostro estaba cargado de preocupación e inseguridad.  Luisita asintió y sin ser consciente de lo que hacía, dejó caer su cabeza en el hombro de Amelia. La morena, la observó a través del reflejo de la ventanilla, se inclino un poco y le besó el cabello. No había palabras de consuelo. Solo miedo a lo que estaba por llegar.

A los pocos minutos llegaron a una pequeña casa de piedra que estaba ocultada por una hilera de encinas. Natalia aparcó entre varios árboles, se aseguraron de que no había nadie antes de salir al encuentro con Lourdes, la joven abogada las esperaba dentro de la casa caminando de un lado para otro.
- ¿Cómo estas? - Raquel se aproximó a ella y la abrazó
- No lo sé...

Amelia observó el rastro de las lágrimas en sus mejillas y en la rojez de sus ojos, la castaña intentó calmar su respiración, que seguía agitada, al ver a la rubia, en sus ojos comprendió que la que más tenía que perder en aquella casa era ella.

- ¿Qué ha pasado? - Quiso saber Natalia.  

Respiró profundo, cogiendo aire y coraje para contar todo lo sucedido, notaba el ardor en sus pulmones y a su corazón latir acelerado.
- Siéntate. - Le aconsejó Raquel acercándole una silla.
Lourdes tomó asiento.
- Ha sido todo muy rápido. - Comenzó tras un silencio. - Os estábamos esperando, Clara estaba inquieta, con ganas de poder ver a... - Dirigió la mirada a Luisita con culpa. - Escuchamos un coche, dimos por hecho que erais vosotras, a Clara le faltó tiempo para salir corriendo a buscar a Luisita... - Le tembló la voz al decir su nombre, las lágrimas empezaron a querer salir de sus ojos. - Salió y a los pocos segundos oí un disparo,  salí corriendo pero Clara me detuvo con la mirada, el disparado había sido al aire, era su manera para decirnos que ni se nos ocurriese huir porque no lo conseguiríamos . Con la mirada Clara me rogó que me quedara dentro. La policía no sabía que yo estaba en la casa, pensaban que solo  estaba ella y así lo hizo creer. -  No pudo contener más el llanto. - Se entregó sin oponerse.
- Así sin más... - Murmuró Luisita con la voz quebrada.
- Iban a por ella.  - Contestó Raquel a la rubia, como si aquel acto de valentía o de imprudencia fuera lo más obvio.
- Se entregó para salvarme a mí. - La culpa se podía leer en sus ojos. - Lo siento, Luisita.  - Fue lo único que pudo decir.
La desolación invadió el ambiente, un manto de tristeza las arropó obligándolas a tomar asiento, Amelia no se separó de la rubia a pesar de notar como su pecho se hundía en un intenso dolor, no solo entendía la pena de Luisita si no que la compartía, Clara era su familia también. Pero debía mantenerse fuerte, ser sus sostén. Sintió la mano de Luisita aferrase a su cintura, apoyó su cabeza en su pecho y se escondió en aquel hueco de Amelia, centrándose en el sonido de sus latidos, dejando que el ir y venir de su respiración la mecieran en ese impasse que la vida le estaba dando.
- Y... ¿qué va a pasar ahora?
Todas las miradas se dirigieron a  ella, no se atrevió a alejarse de Luisita que seguía entre sus brazos.
- La llevarán a la DGS.  - Se aclaró la garganta.
- ¿Habrá algún juicio?
- Sí, he trabajado mucho con ella sobre su declaración.
- ¿Y? - La morena se impacientaba, necesitaba saber qué pasaría con Clara, si estaba todo perdido o no.
- Y... - dudó unos instantes. - No hay muchas posibilidades.
- Pero.... - Sintió a Luisita esconderse más en ella, como si no quisiera ser consciente de la realidad a la que se estaban enfrentando. - no me lo puedo creer... - farfulló para sí misma. - ¿Cuánto?
- Intentaré pedir lo mínimo pero el fiscal irá con todo.
- ¿Y eso cuánto es?
- Sesenta años.
Un escalofrío recorrió su cuerpo.
- Por abortar... - Sonó incrédula.
Sesenta años.
Le parecía una locura, una pena desmesurada por aquel delito.
- ¿Cómo? - Respondió Natalia extrañada. - Clara no ha abortado.
Tras  escuchar las últimas  palabras, Luisita salió de su escondite con los ojos rojos.
- Como que Clara no abortó -  Le falló la voz, tenía la garganta seca y el cuerpo engarrotado.
- Pensé que lo sabías.
- Saber el ¿qué? - Está vez fue Amelia quien tomó la iniciativa. 
- Clara es... la enfermera de la muerte*. - No pudo evitar un gesto de asco ante tal apodo.
- Le enfermera de... - Ni Luisita ni Amelia daban crédito a lo que estaban escuchando.
Antes de viajar a Madrid ya se hablaba en el pueblo y en todas partes de la "enfermera de la muerte" una mujer que estaba en búsqueda y captura por practicar abortos de forma ilegal y clandestina.
- Pero... no puede ser. - Logró pronunciar Luisita separándose de Amelia.  - ¿ A cuántas? - Exigió.
- ¿Qué?
La actitud de la rubia cambió de la tristeza más absoluta a la ira más inesperada.
- ¿Cuántos abortos ha realizado? - Fue contundente.
Una tormenta de dimensiones colosales parecía avecinarse en su interior, la rubia se mordía el labio inferior con fuerza, al límite de hacerse sangre mientras caminaba de un lado a otro, intercambiaba miradas con Amelia que intentaba calmarla con pequeño gestos. Conocía a Luisita, esos gestos eran señales de que estaba a punto de estallar, debía pararlo, sacarla de ahí antes de que se rompiera.
- Once. - Fue Raquel quien se atrevió a dar el número exacto. - O al menos se le acusa de esas once.
- ¡ONCE! - Alzó la voz llena de rabia y de dolor.
Natalia, quien no había dejado de observar la reacción de la rubia, se acercó a ella hasta interponerse en su pequeño paseo, se colocó frente a ella  y fijando la mirada en sus ojos le dijo lo que todas pensaban.
- Luisita, Clara ayudo a once mujeres. Las ayudó, de verdad.
Apartó la mirada con furia, ¿Ayudar? Eso no era ayudar pensó. Su tía había cometido un crimen y debía ser castigada. Al final el pueblo tenía razón, Clara era una vergüenza para su familia. Varias lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, lágrimas de rabia y de impotencia, de incredulidad y de decepción.
Huyó de allí en cuanto vio las reacciones de las demás, no quería oír como defendían a su tía.
- ¡Luisita! - La morena fue tras ella.
- Ni se te ocurra, Amelia. - Se detuvo en seco y se enfrentó a la morena.
- Luisi.
- No me digas que tienen razón, Amelia, once. - Contuvo las lágrimas.
- Luisi, cariño... - Lo susurró mientras la atraía hacía ella.

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