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El treinta y uno de diciembre Tom despertó con el murmullo del «feliz cumpleaños a ti», recordaba todas aquellas veces en el orfanato que la señorita Tomlinson lo despertaba con aquel mismo murmullo. Abrió los ojos y ahí estaba Astrid junto a Aristóteles, el único chico que quedaba de su «pandilla», además de él, y su compañero de cuarto; la chica cargaba un pastelillo con una vela, recordaba ese postre como el mismo que el día anterior no le había dejado probar cuando estaban en Hogsmade, falseó una sonrisa (aunque quizá no tanto).

— ¿No pudiste decirme que era mi pastel de cumpleaños en lugar de pegarme en la mano?

—Cállate y sopla la vela antes de que comience a derretirse —Tom y Aristóteles soltaron una risa nasal, el primero obedeció, incorporándose en la cama y tomando el pastelito.

—Pide un deseo.

Dijo Aristóteles. Asintió, observó detenidamente el fuego «Deseo ser tan poderoso como los magos de los que siempre leo», y sopló. Astrid quitó la vela y lo incitó a comer el pastelillo, a penas le dio una mordida y lo dejó de lado, apreciaba el detalle pero no solía comer cosas chatarra antes de desayunar.

—Vamos, dúchate y cámbiate —Dijo la chica—. Tenemos un gran día preparado para hoy.

Al final el «gran día» fue gastar su energía social, con influencia de Minerva, que ese año se había convertido en profesora, y siempre había sido la protegida de Dumbledore, consiguieron ir a Hogsmeade a pesar de ya no ser fin de semana, lo llevaron a comer, le compraron regalos, dulces y el resto del día lo pasaron en las tres escobas, cada vez que intentaba pagar se lo prohibían, hasta que finalmente en la última cerveza se rindió; el local estaba rebozando de personas, todas ellas celebrando el próximo año nuevo, él tenía una sonrisa ambigua, sus amigos hablaban de manera animada hasta que Aristóteles le vio detenidamente.

—Tom, ¿quieres que nos vayamos ya? —Lentamente asintió, Astrid y el chico dejaron unos cuantos galeones sobre la mesa y se levantaron al igual que él, salieron de ahí, caminaron hasta el carruaje que los había llevado y él trató de dormir unos segundos, su energía social se había acabado en cuanto el bar comenzó a llenarse, sus amigos lo sabían—. Espera, antes de que te duermas —llamó, Tom volvió a abrir los ojos—. He estado olvidando darte tu regalo.

Le extendió un libro con una cajita amarrada encima, Tom lo acercó un poco para ver de qué trataba con la poca iluminación que la vela les daba. «Los Cuentos De Beedle El Bardo» rezaba la portada, desamarró la cajita verde esmeralda y puso el libro sobre su regazó, abrió la cajita, un trozo de pergamino doblado a modo de carta.

—Pudiste sólo darme la carta.

—Sácala.

Así lo hizo, un guardapelo se escondía tras el papel, lo sacó lentamente, una serpiente grabada en el frente.

—Gracias —Murmuró, viendo detenidamente el accesorio, una sonrisita ambigua volvió a salir de sus labios.

—Lee la carta.

Guardó el guardapelo en la cajita, la puso de lado y se dispuso a leer; no reconocía la letra, no era de su amigo.

«Hola, Tom.

 Sé que no sabes quién soy, así que me presento: mi nombre es Morfin Gaunt, hermano mayor de tu difunta madre, Merope Gaunt. Tu amigo Aristóteles me contactó, me dijo quién eras... no sabía que tenía un sobrino, en verdad me gustaría conocerte. Debes tener en tus manos el guardapelo que te mandé, es una de las pocas cosas que mi padre dejó antes de morir, me gustaría que lo tuvieses, también me gustaría que vinieses para darte otra cosa, a tu madre le hubiese gustado que lo tuvieses.

Con cariño, tu tío Morfin»

Tom volvió a doblar la carta, la guardó en el libro, y con aquella misma sonrisa miró a Aristóteles.

—Gracias, amigo.

Mañana abría tiempo para averiguar, hoy sólo quería disfrutar su cumpleaños. Cuando llegaron al colegio sus amigos fueron directo a la sala común, le preguntaron si no iría él también, pero negó, aún era temprano y buscaría a Minerva para agradecerle el favor. Caminaba cerca de su salón de clase cuando la encontró, ella le saludó.

—Minie, quería agradecerte por convencer a Dumbledore de dejarnos ir a Hogsmeade.

—No es nada, para eso son los amigos. Feliz cumpleaños de nuevo... oh, por cierto, Dumbledore quiere que vayas a su oficina.

Frunció ligeramente el ceño.

— ¿Para qué?

—No lo sé, sólo me pidió que si te veía te lo dijese.

—De acuerdo, gracias.

—No hay de qué, hasta mañana.

Dijo con una sonrisa, diciendo adiós con una mano y metiéndose a su habitación. Tom caminó a la oficina del director, con los pasos pesados y finalmente llegando, había olvidado pedirle la contraseña a Minerva, estuvo a punto de darse la vuelta cuando la estatua de águila giró para mostrar las escaleras, no había nadie bajándolas así que sólo subió. Llamó a la puerta, escuchó el suave «pase» y así lo hizo.

— ¿Me buscaba, profesor?

—Buenas noches, Tom. Feliz cumpleaños.

—Gracias.

—Sí, te buscaba. Toma asiento —Tom asintió, jalando el asiento frente al escritorio del director y sentándose, Dumbledore le imitó, le ofreció un dulce de limón y amablemente rechazó—. Te buscaba para darte una noticia, más una petición. La señorita Merrythought dejará de dar clase después de este año escolar, y a ella le gustaría que tú fueses el siguiente profesor de DCAO.

—No lo sabía —La profesora realmente había cumplido el juramento.

Dumbledore asintió—Quería pedirte ser el nuevo profesor para el siguiente año, ¿te gustaría serlo?

—Me halaga, profesor —Tom se acomodó mejor sobre el asiento—. Me gustaría ser profesor, honestamente, pero, ¿no debo estudiar algo antes de enseñar en Hogwarts? 

—Sí, pero debido a tus excelentes calificaciones y la sugerencia de la profesora Merrythought, hemos decidido, he decidido que si aceptas tendrás el puesto.

—Acepto —Murmuró, el profesor asintió—. Si no desea decirme nada más —negó con la cabeza y Tom se levantó—. Con permiso, que pase buena noche.

—Feliz año nuevo.

—Igualmente.

Y salió de ahí, rumbo a su habitación.

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Lamento no haber actualizado el lunes, sólo lo olvidé.

ΜεταμόρφωσηDonde viven las historias. Descúbrelo ahora