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Tom tenía el pecho inflado, acomodaba su escritorio y se paseaba por cada rincón de aquel salón en el que a penas hacía meses había recibido su última clase. Esa mañana no había ido a desayunar, había preferido asegurarse de que su clase estuviese bien planeada, movió una última vez un libro que había dejado sobre el escritorio y se sentó, empezó a escribir en uno de los pergaminos que había dejado sobre el escritorio, nada realmente importante, estaba por terminar la carta a su tío cuando escuchó pasos adentrarse al aula. Con calma levantó la vista, distinguiendo la característica cabellera rubia que había conocido el año pasado.

—Buenos días, joven Malfoy.

Musitó, el chico de doce años levantó la mirada incrédulo, abrió demasiado los ojos, y era de esperarse, nadie más que él, Dumbledore, y la señorita Merrythougth sabían que él sería el profesor para ese año, Malfoy se acercó, como si aún estuviese procesando que Tom estuviese sentado frente aquel escritorio.

— ¿Entonces tú eres el nuevo profesor que ni siquiera se digno en aparecerse a su presentación oficial?

— ¿Eso dijo Dumbledore? —Alzó una ceja, en todos esos años que llevaba de conocerlo nunca lo había escuchado referirse de esa manera a ninguna persona.

—Eh... no, esas son mis propias palabras, el director en realidad dijo, y cito: «Este año escolar la señorita Merrythought no estará con nosotros como profesora de defensa contra las artes oscuras, por lo que tendrán un nuevo profesor, por desgracia no ha podido acompañarnos en la cena de ayer ni el desayuno de hoy, así que en la comida de esta noche se los presentaré a todos ustedes de manera oficial» —Tom asintió, claro que Dumbledore había dicho eso—. En fin, qué era tan importante como para no llegar a comer ayer ni hoy.

—No tenía hambre —Era más fácil que explicarle todo lo que había buscado antes de dormir y todo lo que había hecho esa mañana.

—Si tú lo dices.

Tom frunció el ceño, Lucius no siguió y fue a sentarse en uno de los asientos del frente, levantó la cabeza, él iba a abrir la boca pero los estudiantes comenzaron a entrar por la gran puerta.

—Buenos días —Dijo con aquel porte elegante y seguro que lo caracterizaba—, mi nombre es Tom Riddle, ustedes pueden decirme señor Riddle, y seré su profesor de defensa contra las artes oscuras este año.

Con un toque de varita apareció el tema en la pizarra tras él, los alumnos sacaron sus libros y los abrieron en la página que estaba indicada. Eran hechizos simples, adecuados para estudiantes de segundo, practicaban el inmobilus, los niños parecían emocionados de poder hechizar a sus compañeros, muchos de ellos lo veían no más que un juego, aunque no Lucius, se veía frustrado, su compañero lo inmovilizó y él fue para hacer el contrahechizo. El rubio preadolescente suspiró pesado cuando por fin pudo volver a moverse, miró al joven adulto en busca de algo, Tom le tomó el hombro e hizo una señal para que se tranquilizase.

—Está bien, inténtalo de nuevo —Obedeció, a penas haciendo a su compañero cosquillas. Le ayudó con el movimiento de varita, volvió a errar, Tom se acercó un poco a su oído, sólo para que el chico le escuchase, y murmuró:—. Ven a verme cuando acabes tus clases.

Malfoy asintió, y él fue a ayudar a un par de alumnos que erraban por igual. Sus siguientes clases fueron similares, explicaba, practicaban y ayudaba a aquellos alumnos que a pesar de sus intentos no conseguían hacer el hechizo. Todas lo mismo con diferentes conjuros, hasta que llegó la última clase, los Slytherin y Gryffindor de septimo año, estaba seguro que la señorita Merrythought les habría enseñado maldiciones y cómo defenderse de ellas, pero dudaba que les hubiese enseñado sobre las tres maldiciones imperdonables que a duras penas le había enseñado a él y su curso, el joven con la mano alzada que preguntaba sobre ellas le daba la razón.

—La señorita Merrythought nos dijo que quizá nos las enseñaría, pero ella se ha jubilado ya, ¿nos las enseñarías tú, Tom?

Levantó una ceja ante la pregunta, no sabría hasta dónde podría enseñarles del tema, el maleficio cruciatus y el imperio no eran un problema, podía hablar de ellos y poner ejemplos prácticos, pero la maldición asesina... no sabía si matar a un bicho con ella su juramento lo tomaría como intento de crear un horrocrux, y no planeaba arriesgarse, no quería morir, aún no.

—Si nos da tiempo —Respondió, después dejó de mirarle para pasar a una vista general y comenzar la lección.

Esa noche por fin fue presentado ante todo el gran comedor, sus alumnos ya no se inmutaron, pero el cuchicheo entre los de último año le hicieron levantar una ceja, podrían ser más discretos. Durante la cena Tom hablaba con Minerva, el profesor Slughorn que aseguraba estar muy orgulloso de él, y un poco con el director, quien parecía muy contento, aunque quizá sólo era su imaginación, de cualquier modo el hombre siempre parecía ser feliz. Antes de terminar su comida, una lechuza hermosa atravesó el gran comedor hasta llegar a él, se paró sobre la mesa y le estiró la patita, con el ceño fruncido dejó sus cubiertos, tomó la carta que tenía atada y después el ave se fue.

— ¿Correo a esta hora?

Dijo Minerva con la misma duda que Tom internamente tenía.

—Es de mi tío Murphy.

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SIGUE SIENDO LUNEEEEES

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