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—Necesito un contrato de adopción.

—Sí, ya te escuché.

— ¿Entonces para qué me preguntas que có-?

—A lo que me refería, Tom —interrumpió—, es que tienes veintitrés años, eres muy joven para tener un hijo.

—Tú y mi madre se embarazaron de mí a los veintiuno y diecinueve, respectivamente.

—Pero nosotros estábamos casados.

Frunció el ceño.

—No necesito estar casado para adoptar a alguien, ni siquiera para procrear.

—Sí, pero... nosotros teníamos estabilidad económica.

—Estás bromeando, ¿no? Mi madre era pobre y tú dependías de tu padre.

Notó en la cara del hombre que se estaba quedando sin argumentos, interiormente se sentía bien por ganarle la discusión. Le vio aclararse la garganta, levantarse de su silla y caminar hasta donde él estaba.

—Los servicios sociales no te dejarán adoptar si no estás casado.

— ¿Y quién los necesita? El niño no es huérfano.

Su padre se quedó callado unos segundos para luego suspirar.

— ¿Si tiene a sus padres por qué lo quieres adoptar?

—Su madre murió hace poco y su padre es un... —Estuvo por decir una de esas tantas palabras que su padre le pidió no decir frente a él, se aclaró la garganta y después continuó—. Su padre es una pésima persona, después de las vacaciones de navidad volvió con un golpe, al menos que alcance a ver, y en la reunión entre padres y maestros estuvo a punto de golpearlo, si no los hubiese seguido quien sabe cómo habría dejado al pobre chico —el hombre le mantuvo la mirada.

—Tom...

Empezó, y él le interrumpió.

— ¿No hubieses querido que alguien te ayudase cuando tu padre te golpeaba hasta hacerte sangrar? ¿No querías sacar a mi madre de su casa cuando te enteraste que su padre la golpeaba por siquiera mencionar tu nombre?

Su padre miró a otro lado, alcanzó a notar cómo los ojos se le llenaban de agua, hacía muecas y por último se limpió una lágrima que había salido. No dijo nada, se dio la vuelta, tomando la bocina de uno de esos teléfonos nuevos que habían salido y con la rueda comenzó a marcar el número.

—Pa... —El hombre levantó el dedo índice para indicar que se callase, Tom obedeció.

—Hola, Lewis, ¿cómo haz estado...? Me alegro... bien, bien... él también ha estado bien... oye, disculpa la hora, pero ¿podrías venir? Necesito pedirte un favor... gracias, te debo una.

Colgó, se cruzó de brazos y volvió a ver a Tom.

—Espero que no te arrepientas.

—Nunca lo haría.

Horas más tarde los tres hombres estaban sentados en el comedor, el señor López redactaba en su máquina de escribir y le daba los datos que le pedía, tras un largo rato por fin terminó, Tom agradeció y dejó a los dos adultos en la gran casa, salió, volviendo a la casa Gaunt, donde al entrar sólo vio la luz de la cocina encendida, caminó hasta ella, ahí únicamente estaba la señorita Tomlinson.

— ¿Y Severus?

—En la habitación grande, durmiendo, después de cenar no pudo mantener los ojos abiertos durante mucho tiempo.

— ¿Cenaron sin mí?

—Tom, es la una de la mañana, no podía dejarlo sin comer sólo por esperarte.

— ¿Tan tarde ya? Ni siquiera me di cuenta.

— ¿Ya me explicarás? —Tom suspiró, comenzando a decirle todo, no era mucho, y estaba seguro de que cualquier otra persona (como su papá) le hubiese dicho que estaba loco, pero ella no, a medida que le contaba sus ojos se ponían llorosos y cubría su boca con una mano evitando sollozar—. ¿Qué clase de monstruo se atrevería a maltratar a una criatura tan dulce?

—No puede ser humano.

Respondió.

El día siguiente, por la tarde, fue a la hilandera junto al chiquillo, quien le indicó cuál era su casa, llamó a la puerta, y el hombre con cara de asco abrió segundos después. Miró de arriba a abajo a su hijo, después le miró a él.

—Métete, Severus.

El chico tembló, Tom le empujó y caminó tras él, apartando al hombre que le miraba sin decir nada.

—Ve por tus cosas —Le dijo, el señor Snape le dedicó la misma mirada que le había dado al Severus aquel día en el colegio—. Toma.

Le dio una mochila con un hechizo expansor, le devolvió la mirada.

—No cabrá todo aquí.

—Lo hará, ahora ve.

Severus asintió, corrió escaleras arriba y dejó a los adultos solos.

— ¿Secuestrará a mi hijo, profesor?

—No, señor Snape, usted me cederá su custodia legal.

— ¿Qué le hace creer que lo haré? Es mi hijo.

—Usted no lo quiere —Sacó su varita—. Y honestamente no me importa irme a la cárcel con tal de que usted ya no le trate mal.

Una vez más le barrió con la mirada, Tom no flaqueaba y el contrario no parecía ceder.

—Mátame entonces.

—No es necesario señor Snape, sólo debe firmar el contrato de adopción y todos podremos volver a lo nuestro.

—Y si no quiero ¿qué? Es mi hijo, y yo puedo darle cuanto golpe me venga en gana, es un monstruito y tú no debes ser más que un pederasta si quieres llevártelo porque sí.

—Crucio —Murmuró, el hombre se retorció hasta caer al suelo, cuando dejó de quejarse habló entre dientes—. No todos somos seres inhumanos como usted. Escucheme bien, firmará el contrato y no volverá a buscarnos en su vida, ¿entendió? —no obtuvo respuesta, sólo una respiración agitada y quejidos de dolor—. ¿¡Ha entendido sí o no!?

Con la mano temblorosa el hombre firmó el contrato, Tom lo retiró después y se levantó, lo guardó, dándose la vuelta, ahí estaba Severus a media escalera, viendo fijamente la escena.

—Sev —Murmuró, el chico corrió hasta él abrazándolo.

—Vámonos, por favor —El hombre asintió, desapareciendo y volviendo a aparecer frente a su casa—. ¿Mi papá no me buscará?

Tom se inclinó a su altura, viéndole a los ojos y sonriendo.

—Él ya no es tu papá... ahora lo seré yo.

El chico lloró, aferrándose a Tom, quien le abrazó fuerte.

ΜεταμόρφωσηDonde viven las historias. Descúbrelo ahora